Si me sugieren escribir sobre la Misión, inevitablemente mi mente y mi pluma viajan a tierras lejanas o entrevistas cercanas en las que he podido conocer la labor de misioneros y misioneras de carne y hueso. Sus historias son dispares y se desarrollan en circunstancias diversas: desde el religioso italiano José Arghese, que lleva años poniendo sus conocimientos de ingeniería al servicio de la población de Tuuru, al noroeste del monte Kenia, para que a través de kilómetros de tuberías y canalizaciones 250.000 personas puedan disponer de agua procedente del bosque de Nyambene; hasta la franciscana Mª Francisca Sánchez Rivero, que atiende a niños sordos en Tánger y les da una oportunidad de comunicarse e integrarse en la sociedad marroquí. Sus historias, las de tantos y tantas misioneros repartidos por el mundo, están plagadas de tareas como cavar un pozo o curar unas llagas, construir una escuela o acompañar a un moribundo. ¡Les he visto trabajar tanto! ¡Arriesgar tanto! ¡Amar tanto!
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