“Vidas Desperdiciadas” de Zygmunt Bauman
Hoy os recomendamos un libro: "Vidas Desperdiciadas" de Zygmunt Bauman.
Os dejamos aquí la reflexión realizada en el blog de Odres Nuevos sobre el mismo.
Bauman nos hace ver en su obra que esta Globalización que vivimos, que es una Globalización centrada en el consumo – olvidando unos mínimos valores sociales y humanos -, con una demanda incesante de nuevos productos, genera residuos constantes: “desperdicios”. El problema es que este exceso de consumismo no sólo genera desperdicios técnicos, sino que también genera “desperdicios humanos”… vidas desperdiciadas. Vidas de personas que, como el propio Bauman indica, acabamos tildándolas de “Superfluas”: “Ser <superfluo> significa ser supernumerario, innecesario, carente de uso – sean cuales fueren las necesidades y los usos que establecen el patrón de utilidad e indispensabilidad-. Los otros no te necesitan; pueden arreglárselas igual de bien, si no mejor, sin ti. No existe razón palmaria para tu presencia ni obvia justificación para tu reivindicación del derecho de seguir ahí. Que te declaren superfluo significa haber sido desechado por ser desechable…”
Bauman también expone que los países, los gobernantes, no tienen capacidad para controlar esta Globalización Económica. Han dejado por imposible este control (supeditándolo a los movimientos e intereses de las grandes multinacionales) y se han centrado en controlar las corrientes humanas que genera esta globalización: fronteras, migraciones, deportados, refugiados… pues esta Globalización económica y de consumo, expandida ya por todos los rincones del mundo, ha llevado a que esas vidas desperdiciadas, que antes intuíamos en países muy lejanos – países del tercer mundo –, ahora las tengamos muy cerca, en nuestras propias sociedades.
“… lo que importa es el producto, no el residuo. De las fábricas parten a diario dos tipos de camiones: un tipo de camiones se dirige a los almacenes y grandes almacenes, el otro a los vertederos. El cuento con el que hemos crecido nos ha adiestrado para advertir (contar, valorar, preocuparnos por) tan sólo el primer tipo de camiones. En el segundo pensamos exclusivamente en las ocasiones (por fortuna aún no diarias) en las que la avalancha de sobras desciende de las montañas de basura y atraviesa las vallas destinadas a proteger nuestro propio patio trasero. No visitamos esas montañas, ni con el cuerpo ni con el pensamiento, del mismo modo que no paseamos por barrios conflictivos, malas calles, guetos urbanos, campos de refugiados y demás zonas prohibidas. En nuestras aventuras turísticas compulsivas las evitamos cuidadosamente (o nos mantenemos alejados de ellas). Desechamos lo sobrante del modo más radical y efectivo: lo hacemos invisible no mirándolo e impensable no pensando en ello. Sólo nos preocupa cuando se quiebran las rutinarias defensas elementales y fallan las precauciones, cuando corre peligro la confortable y soporífera insularidad de nuestro Lebenswelt que supuestamente protegen”.
Loïc Wacquant – citado en el libro – hace una “redefinición” de la misión del Estado: “El Estado se retira de la arena de la economía, afirma la necesidad de reducir su papel social a la ampliación y el fortalecimiento de su intervención penal”. Así mismo, Ulf Hedetoft – también citado en el libro – indica: “… los límites se han convertido en lo que cabría llamar <membranas asismétricas>, que permiten la salida pero <protegen contra la entrada no deseada de elementos del otro lado>.”
Mientras voy escribiendo, me viene a la mente la patera que naufragó hace poco en la costa de Lampedusa. Cientos de personas, que buscaban no ser “superfluas”, muertas a las puertas de Europa, a las puertas de unas Fronteras bien cerradas… ¿hubiéramos dejado naufragar un barco lleno de ordenadores de último modelo o de vehículos de alta gama? ¿Cerraríamos las fronteras a un trasatlántico lleno de teléfonos y tabletas de última generación? Realmente, como indica Bauman, ¿estamos considerando a las personas tan “superfluas” - supernumerarias, innecesarias, carentes de uso-? Supongo que no tenemos que irnos muy lejos para ver ejemplos en nuestros propios países, ciudades, barrios…
A este respecto, inmigraciones forzadas, deportaciones, refugiados, apátridas, etc., comenta Bauman, muy acertadamente, que estos países que han llegado tarde a la “modernidad” se les obliga a que busquen soluciones “locales” a un problema causado “globalmente”, con las consecuentes escasas posibilidad de éxito… “Una vez fuera de las fronteras de su país natal, los fugitivos se ven privados del respaldo de una autoridad estatal reconocida que pudiera tomarlos bajo su protección, reivindicar sus derechos e interceder en su favor ante las potencias extranjeras”.
Bauman también hace un guiño a las Religiones, que dan “sentido pleno” a todas las personas. Todas las religiones tienden a la “eternidad”, a la “infinitud” y: “todo aquello que fue, es o puede llegar a ser tiene su lugar. La idea de <no tener cabida> es lo único que no tiene cabida en la infinitud […] En el Proyecto de Dios nada puede resultar superfluo…”
No debemos olvidar esto los que nos consideramos personas de Religión (sea cual sea nuestra religión). Aún viviendo en un mundo económicamente globalizado que genera “vidas desperdiciadas”, tenemos que ser capaces de llegar a esas vidas y transmitirles todo el “valor” que tienen; ya sea en países lejanos o en nuestros propios barrios.
Merece la pena leerlo. Además de esta breve reflexión, el libro hace mención a muchos otros aspectos de la sociedad en que vivimos que son muy interesantes.
Un abrazo… de los que hacen sentir que todos, en la situación que estemos, somos un valor en nosotros mismos como personas.
Extraido del blog Odres Nuevos