Manda un Bizum al 01976

El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

La vida y la muerte en Poyentimari, reflexión pascual


Empezamos la octava de pascua, como las grandes fiestas, no basta un día, sino una semana entera de aleluyas y glorias para que caigamos en cuenta de esto tan grande que ha sucedido: en medio de la gravedad que nos circunda con esta pandemia global, los cristianos celebramos como cada año con la luna de primavera la Resurrección del Señor.
 

Empezamos la octava de pascua, como las grandes fiestas, no basta un día, sino una semana entera de aleluyas y glorias para que caigamos en cuenta de esto tan grande que ha sucedido: en medio de la gravedad que nos circunda con esta pandemia global, los cristianos celebramos como cada año con la luna de primavera la Resurrección del Señor. Mientras reflexionaba en esta circunstancia tan especial, se me ocurrió compartir con vosotros un apunte de mis diarios de la misión. Era el día 8 de octubre de 2019, apenas una semana de mi llegada al Pangoa, donde estuve hasta Navidad. Transcribo el apunte de aquel día, y luego me extiendo un poco en la reflexión

“La muerte y la vida están dentro de nosotros, en la naturaleza también es así…, atravesamos el río de la vida, y sus aguas caudalosas nos llevan más lejos, más adentro en la selva, y en el misterio de la existencia.
Hoy hemos ido tem
prano a Poyentimari, hemos atravesado a pie primero un arroyo relativamente profundo por donde el cauce se habría desviado a causa de las lluvias, el agua casi hasta la cintura, lo peor era la fuerza de la corriente, luego el río del mismo nombre, más ancho, pero menos profundo, la corriente aun más fuerte, con un buen palo me pude sujetar hasta alcanzar la otra orilla.
Después de un camino de selva bastante accesible subimos un pequeño atajo y llegamos al poblado en cuestión, Poyentimari, situado en medio de un espléndido claro en la ceja de la selva, rodeado de pequeños cerros floridos y boscosos. Las casitas de madera, propiamente de tablada, dignas y bien ensam
bladas, algunas formadas por un espacio único habitable con el suelo siempre de barro, otras con un pequeño porche, la ropa o el calzado puesto a secar en el exterior. Entre unas y otras transitaban dos o tres niños descalzos muy pequeños, algunos perros, gallinas y hasta un cerdito negro. En la primera vivienda donde llegamos había una mujer muy enferma tendida en una estera, más bien encogida sobre la estera, sólo la vi de espaldas, el padre Roberto entró a saludar y bendecir.

Después subimos a otra explanada más abierta, llena de luz, con una pista de juego en medio, rodeada de construcciones azules un poco más grandes que las de abajo. Eran las escuel
as nuevas, fuimos pasando de aula en aula, en cada estancia había entre 15 y 20 niños agrupados por niveles de dos en dos, a veces tres, desde primero hasta quinto de primaria.

En una de esas aulas se iba a celebrar la eucaristía. Como el padre viaja con lo puesto, y aun llegamos con la ropa bastante mojada, él se puso encima una “cusma”, que hacía las veces de alba. La “cusma” es blanca y marrón, a rayas verticales, una pieza tipo túnica propia de estas comunidades para el traje de los hombres, el de las mujeres es igual, pero con la raya horizontal.

Se retiraron las mesas hacia los lados, menos una que dejamos en el medio como altar, y se colocaron todas las sillas que los niñitos fueron trayendo de las diferentes aulas. Las jóvenes maestras trajeron unas flores preciosas, dignas de la más solemne liturgia, para adornar la mesa, porque se celebraba el bautismo de tres hermanos, entre 7 y 10 años aproximadamente. La celebración se desarrollaba a la vez como catequesis, con mucha sencillez, aparte de los niños y los maestros no había mucha gente.
El agua se bendijo en una jarra de plástico, como las que tenemos en el comedor del internado, y, en lugar de aceite, se ungió a los pequeños con “achiote”, una semilla roja que tiene un hermoso tinte que permanece sobre la frente, ésta forma parte comúnmente de sus adornos sobre el rostro. Las niñas vestían de blanco y azul respectivamente, y el chico con el uniforme escolar.

Los mayores, madre, madrina y abuelo estaban preocupados. Antes de que terminara la celebración una mujercita subió apresurada para decir que la tía Rosa había muerto. Así que terminamos la celebración del bautismo con el responso por la difunta, todo con sorprendente naturalidad. En cuanto se acabó, todos los chiquillos bajaron corriendo detrás del padre, a la casa de la recién fallecida abuelita. Y allí permanecieron mientras se hicieron todos los rezos y bendiciones, de la misma manera que habían estado arriba, festivos y un poco bulliciosos; también había un perrillo, merodeando alrededor de la estera. Las mismas velas y flores que habían servido para adornar la mesa-altar de la escuela, adornaron el suelo de barro junto al lecho de Rosa. Después, como no pudimos quedarnos a almorzar, los familiares de los niños, nos ofrecieron unas buenas raciones de pato asado, yuca y papas para llevar"

Es difícil transmitir la sensación mezcla de melancolía, paz, y alegría serena que me provocó esta celebración de Poyentimari, sobre todo la espontaneidad con que los niños se arrimaron a la presencia de la muerte, acaecida en un día tan señalado para ellos y para la familia en general, pues en un poblado como este todos son familia. Algunos de los jóvenes del internado proceden de ahí también.

No encuentro palabras lo bastante transparentes para decir el color y la sombra, el reluciente sol en medio de la placita de la escuela, y abajo la muerte tranquila y aceptada, esta mezcla intensa de luto y fiesta. Y vuelta a atravesar el río de regreso... El símbolo del bautismo, el paso de la muerte a la vida, los niños recién bautizados y la abuela falleciendo en el mismo instante en aquella comunidad fue para mí una experiencia absolutamente sacramental.

Desde la celebración hoy, varios meses después, rara celebración de la liturgia de pascua en casa, me vienen las resplandecientes imágenes de aquel día: el sol, el bosque, el camino, la corriente caudalosa, los niños jugando y riendo, la anciana... El bautismo y la muerte superpuestos, perfectamente ensamblados, en un día y una hora enhebrados a su vez en lo cotidiano y en lo eterno.

Y me parece que la presencia de la muerte en nuestras ciudades desarrolladas nos espanta, se esconde, se hace solemne y huidiza, porque no se quiere aceptar; de hecho, a los niños con demasiada frecuencia se los aparta de la enfermedad y la muerte de los mayores, de sus queridos abuelos. Aquella coexistencia pacífica del arco de la vida me pareció una hermosa lección de sencillez y aceptación de los ciclos de la naturaleza. Al tiempo que advierto como esas duras lecciones de la muerte en medio de la vida se nos hacen hoy más difíciles, por su magnitud, pero también por haber querido negarlas tantas veces.

De repente la pandemia nos empuja estos días a un misterio de fragilidad y dolor tantas veces soslayando, nos pone en la tesitura de apreciar más o menos la vida de nuestros mayores que venimos poniendo al margen. Esta experiencia de Poyentimari, me vuelve a decir hoy que la vida y la muerte están dentro de nosotros, insertas sobre todo en el misterio pascual que celebramos, pues no en vano, el bautismo, como recordamos la noche santa, significa la muerte a la humanidad vieja y al pecado para renacer a la vida en Cristo. El nombre de Poyentimari quedará para mí definitivamente grabado como una insólita y elocuente catequesis del bautismo y la pascua. Catequesis, por cierto, esta del bautismo, que nunca había hecho y que unos días más tarde tuve que iniciar con un pequeño grupo de niños y jóvenes en Pangoa, mi lugar de misión.

 


Sagrario Rollán
Voluntaria de Selvas Amazónicas