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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

Experiencia misionera de Raquel, voluntaria de Selvas Amazónicas

Raquel Pérez nos cuenta su experiencia misionera en República Dominicana durante el verano del 2011. Su testimonio no tiene desperdicio.

"Ser voluntaria de Selvas Amazónicas ha sido para mí una experiencia que me ha marcado de manera irreversible. Desde bien chiquitita siempre veía con gran admiración a los misioner@s que entregaban incondicionalmente su vida a los más necesitados. Para mis adentros siempre albergaba la esperanza de algún día poder vivir una experiencia de misión así, que me calara tan hondo..."

HAY LUZ
Voluntariado de verano en Dominicana

Ser voluntaria de Selvas Amazónicas ha sido para mí una experiencia que me ha marcado de manera irreversible.

Desde bien chiquitita siempre veía con gran admiración a los misioner@s que entregaban incondicionalmente su vida a los más necesitados. Para mis adentros siempre albergaba la esperanza de algún día poder vivir una experiencia de misión así, que me calara tan hondo.

Siempre estuve implicada en mi comunidad parroquial, pero echaba de menos estar más cerca de ese mundo olvidado, al que ayudábamos en campañas puntuales de manera etérea, pero que no empapaban de verdad los corazones.

Terminé mis estudios en Ciencias Biológicas, y tras distintos trabajos, tuve la gran fortuna de conseguir un trabajo estable como profesora de Secundaria y Bachillerato. Confirmé que la enseñanza era mi vocación. Seguía teniendo en mente la misión, pero, por circunstancias de la vida, las cosas se complicaron, pasé dos años muy duros a nivel personal, y cuando por fin vi la luz, me empeñé en buscar algún proyecto, alguna ONG o alguna comunidad con la que poder colaborar. Para mi sorpresa fue más complicado de lo que me esperaba, en todos los sitios te pedían algún tipo de referencia. Estuve varios años colaborando con CRUZ ROJA pero siempre nos hacían ver que el voluntariado internacional era algo prácticamente imposible.

Finalmente, cuando menos me lo esperaba, a través de un dominico, Cosme Puerto, que impartía cursos de Amor y sexualidad en mi Parroquia, logré ponerme en contacto con Selvas Amazónicas, y en contra de lo que esperaba vi la luz, por fin alguien me había dado la oportunidad que tanto había esperado. Gracias a Dios, y a Cosme y Paco que me abrieron esa primera puerta… estaba a punto de vivir una experiencia que sin duda no me dejaría indiferente.

En ningún momento sentí miedo o incertidumbre, estaba segura que Dios estaría a mi lado, debía confiar en Él, a pesar de las posibles dificultades que surgieran, tenía la certeza de que Él iba a poner en mi camino grandes personas, y, en verdad, no me equivoqué.

Mi destino como voluntaria fue República Dominicana. La mayor parte de mi periodo de voluntariado trascurrió en Santiago de los Caballeros. Allí encontré a mi segunda familia, y es que desde el primer momento me sentí como en casa. Sus gentes me cautivaron: su tremenda generosidad, el cariño que mostraban libre de cualquier pudor, su alegría irrefrenable, esa amplia sonrisa, esos abrazos interminables… Estaba en casa. A pesar de lo que esperaba me costó muy poco adaptarme. Tanto los frailes: Damián, Anselmo, José Antonio y Juan, como los laicos, me acogieron con los brazos abiertos.

En Santiago, en la Parroquia de San Pío X, donde trabajaban los Padres Anselmo y Damián, un grupo de laicos dominicos puso en marcha un proyecto Habitacional, consistente en ofrecer una casa digna a los haitianos que vivían en unos barrancones en los Almácigos, a media hora de la ciudad, en condiciones infrahumanas. Mi misión allí fue colaborar en el Campamento de Verano que se organizaba en la escuelita, también sostenida por los Dominicos con el apoyo económico y logístico de Selvas Amazónicas. El campamento era coordinado por Mary, una de las laicas, y las actividades y juegos los hacían los muchachos más jóvenes del proyecto, además de colaborar con estas actividades, diseñé talleres de igualdad de género y educación para la Salud. La experiencia con los niños y adolescentes no puedo ser más gratificante. Se daban por entero, siempre te recibían con una amplia sonrisa y un gran abrazo, de esos que recolocan el cuerpo y encogen el corazón. La situación higiénico y sanitaria allí es muy preocupante; Mary sigue muy de cerca este aspecto, ofreciendo el poco tiempo libre que pudiera quedarle, un ejemplo digno de admirar. Es complicado prevenir y curar enfermedades, especialmente de trasmisión sexual, cuando muchos haitianos están convencidos de que el origen de éstas es pura brujería, mal de ojo, por lo que muchos se niegan a seguir ningún tratamiento. Sin duda el trabajo que queda por hacer a nivel educacional es largo y arduo.

En la penuria también hay luz, encuentras muchachas jóvenes que quieren seguir formándose, a pesar de la presión de sus conocidos, que las ven como unas raras y viejas, que nadie querrá. Pero ellas, fuertes y valientes, luchan en medio de la adversidad, frente a un presión diaria y continua que les quiere convencer de que están equivocadas.

Y esos niños, que a pesar de llevar siempre la misma ropa, y de su suciedad, y su mala alimentación... te sonríen y te abrazan fuerte, muy fuerte... como si estuvieran unidos a ti hace mucho, mucho tiempo... hay luz.

También conocí el Proyecto de Becas orientado a las familias más necesitadas, que coordina otra laica dominica, Rosalba, quien visita periódicamente a las familias de los muchachos becados para conocer de cerca su situación personal y académica. Su entrega con los muchachos es admirable.
Tras tres semanas en Santiago tuve la oportunidad de pasar una semana en el Seibo, conociendo de cerca RADIO SEIBO. Como anfitrión tuve al fraile Aridio, que se desvivió por enseñarme todos los lugares, para que tuviera una visión amplia de las distintas realidades haitianas y dominicanas. Allí, me sentí muy bien acogida, y tuve la bonita experiencia de participar en la radio.

La visita que más me impacto fue a los bateyes. Un batey es un asentamiento a modo de chabola que se construye en los mismos campos azucareros, campos que fueron expropiados de mala manera a los campesinos, aprovechando la falta de papeles y el desconocimiento, y haciendo abuso de poder; tierras que más tarde fueron compradas por magnates americanos que pusieron plantaciones de caña y trajeron Haitianos ilegalmente para que trabajaran en ellos, de sol a sombra, por unos cuantos pesos. Estos lugares son indignos. En un pequeño habitáculo viven familias enteras, y varias habitaciones comparten tres letrinas, si es que existen. El agua la deben recoger de un depósito central. Para lavarse utilizan barreños y una jarra para echarse el agua por encima, como hacían antaño nuestros abuelos y bisabuelos. El agua es un tesoro.

Jamás imaginé que aquí hubiera semejante pobreza. La imagen que se vende de República Dominicana de playas paradisíacas y complejos hoteleros, dista un abismo de esta auténtica realidad dominicana y haitiana.

Más tarde, fui a pasar unos días en Santo Domingo. Allí la comunidad de hermanos era más grande, conocí a: Eduardo, Octavio, Manuel, Ramón, José Antonio y Nixon. El tiempo allí no me acompañó mucho, porque la tormenta Emily asoló la isla y tuvimos que estar bastante recogidos, pero, así, tuve la oportunidad de conocer más de cerca el día a día de los hermanos, y convivir con ellos. Eduardo se encargó de mostrarme los proyectos de los dominicos en la capital y, además, me mostró las partes más bonitas de la zona colonial, y, también, el lado más oscuro.

Tras conocer otros proyectos volví a Santiago, deseosa de ver de nuevo a los muchachitos… que me recibieron con los brazos abiertos. Y así terminé mi mes de Agosto colaborando con los Almácigos, y en los tiempos de ocio, mis queridísimos laicos dominicos: Mary, Rosalba y Jhoni me llevaban a visitar lindos paisajes y lugares recónditos de inestimable belleza.

Sin duda, al volver a Madrid, me quedó el corazón partido. Mi mirada ha cambiado, por dentro y por fuera. Es imposible ver imágenes de la inmensa pobreza que hay en el Tercer Mundo, y quedarte impasible, porque ya no los ves en la distancia, como algo lejano, sino que los sientes tan dentro de ti que es imposible que te sea indiferente.

La experiencia de voluntariado ha sido muy gratificante. Ahora puedo decir con convicción: Dios existe. Lo he visto en los ojos de esos niños que aún tienen esperanza en el hombre; en esas gentes de casa pobre y corazón millonario; en los laicos que ofrecen con mucho amor su tiempo, su comida e incluso su hogar para los más necesitados; y en las manos y los pies de los misioneros que trabajan sin descanso por un mundo más digno para todos. Ellos mantienen viva la llama de la esperanza, otro mundo es posible. HAY LUZ.