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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

La Historia de las Misiones es apasionante porque nos enseña sobre la psicología matskigenka

¿quieres conocer lo que contaba el Padre Andrés Ferrero?

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El P. Andrés Ferrero, OP, en el libro “La vida del pueblo Machiguenga” lo contaba así:

“El machiguenga es misterioso como la selva, choca nuestro modo de ser con el suyo, nuestra psicología con la suya.

Lo primero es que son sumamente alegres y pacíficos. No se les ve reñir ni pelear. No atacan al vecino. No se vengan del extraño. Raras veces acuden a la fuerza, a las armas, para vengar injurias o saldar cuentas pasadas. Su venganza es retirarse, huir. Desde que vine yo a esta selva, aunque luego haya vivido años fuera, sólo un crimen se ha cometido y se lo predije a la víctima: “Ten cuidado. Angulo, le dije: tú sabes que los machiguengas son pacíficos, pero tienen derecho a defenderse. No los trates así. No los busques en el monte por la fuerza. Si sigues como ahora, buscándolos con gente armada, trayéndolos amarrados, no sería extraño que pudieran vengarse”.

El pacifismo lo muestra en la conversación. La lleva reposada, tranquila, sin levantar la voz ni proferir gritos descompuestos. Si en algún caso la levanta más de la cuenta, es que la chicha les hizo subir los humos o perder sus cabales. Mientras conserven el sano juicio, sus palabras serán moderadas, suaves, sin estridencias. Sus interminables conversaciones las sostienen con los ojos bajos y las manos entretenidas en cualquier bagatela, apenas gesticulan. Ya se van acostumbrando a ver manotear al Padre cuando predica, y a que se enfade. En un principio no salían de su asombre y se desternillaban de risa.

Hay una excepción en este hablar bajo y tranquilo: las risas y carcajadas que levantan. Ahí no hay moderación. Ríen por cualquier cosa y a todo le sacan chiste, siempre ven el lado cómico de la vida. No dejan de ser niños mayores, sin preocupaciones, sin problemas, sin otra causa de tristeza que el dolor físico. Y aún así en estos momentos, no llenan como nosotros la casa de gritos y voces de auxilio. Eso de disgustos y afanes por la plata o los honores; envidias por la prosperidad de vecino y tantas cosas más que a nosotros nos hacen sufrir, no tienen razón en sus almas infantiles, juegan y ríen.

El machiguenga no tiene juegos. Lo único, el baile, que no lo hacen sino en contadas y solemnes ocasiones. Podrían, por ejemplo, hacer competencias de puntería con sus flechas, de natación, de regatas. Sería digno de verse, porque tiran, nadan y bogan admirablemente, pues creo que jamás les pasó por el pensamiento. Si alguna vez tiran al blanco, no es por juego o competencia, sino para afinar la puntería, por ejercicio, por probar la calidad de sus flechas. Hacen maniobras, pero no juegos.

Ni los niños, tan inquietos en todas partes, tienen las diversiones propias de la edad. A lo más, en las playas, pasan el rato haciendo montones de arena o ríos artificiales. Y es cosa muy rara, porque luego en los colegios, cuando se les enseña a jugar y le toman afición, son incontrolables. El juego al balón, los encandila. Corren como gamos y hacen piruetas insospechadas. Eso de que a un solo puntapié vuele la pelota por los aires, debe llenarlos de infantil alegría.

Entre nosotros, la mujer suele ser más alegre, más conversadora, más bailarina que el varón. Entre ellos es a la inversa. Ellas se suelen quedar en un corrillo aparte, conversando sigilosamente, dispuestas a servirles a todos, comida y bebida cortésmente. Sólo cuando están algo animadas, salen a bailar y dan unas vueltas.

El machiguenga no es expansivo, no manifiesta al exterior sus sentimientos íntimos, o no lo hace de la manera alborotada, ruidosa, llamativa como nosotros. De niños, los críos lloran como los demás. De mayores, no se les ve una lágrima, por mayor motivo que hubiera para ello. Como si las fuentes de sus ojos se hubieran secado en la niñez. Ya pueden estar en el lecho del dolor sufriendo horriblemente, sus labios no despegarán una queja. En cierto modo, son admirables.

Jamás se besan, ni se abrazan, ni hacen muestra alguna de satisfacción, de gozo al encontrarse con los seres queridos, después de meses y años de separación. Viene el amigo desde lejos o la hija del internado y la recepción es siempre con el seco pukaibi, ¿has venido?, a lo que el recién llegado contesta, ehe, sí. Y nada más.

El machiguenga es sumamente reservado y hermético para los ajenos a su tribu. Sólo algunos muchachos o mujeres nos han contado algunas intimidades de la tribu, de sus costumbres y de su modo de ser. El Padre Secundino, para que le contaran sus mitologías, tuvo que congeniar mucho con ellos, saber su lengua, casi ser uno más, para ganarse la confianza. Por lo general, hemos podido penetrar muy poco en sus secretos. Se funda en un amor entrañable a los de la tribu, para ellos no hay más hermano que el machiguenga.

El machiguenga es también muy sensible. El más insignificante agravio le hiere profundamente, y durante bastante tiempo niega el saludo. No admite fácilmente que se le llame la atención, que se le corrija. No: el machiguenga nunca es malo. Y si no puede negar la falta, porque es de público conocimiento, se molesta de que se le recuerde. Una excepción hemos notado. En la capilla, el Padre puede decir lo que quiera, nadie se molesta. Quizá con eso de que a nadie se menciona, ninguno, se de por enterado. Quizá también porque reconocen la obligación del Padre para corregirlos".


La foto corresponde a niños jugando al fútbol en la Misión de Kirigueti, Perú