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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

Visitando comunidades nativas por el valle del Yavero

Raquel nos deja esta reflexión desde Koribeni sobre la visita a las comunidades nativas del valle del Yavero.

Fueron 7 días de ruta llenos de experiencias inolvidables para todos.

“El machiguenga ama su territorio, pero no es esclavo de su parcela. Ha defendido su libertad frente al cauchero, al hacendado y, también, frente al misionero. Ante la disyuntiva entre tierra y libertad, el machiguenga abandona la tierra y escoge la libertad.” (P. Alfredo Encinas)

 

“El machiguenga ama su territorio, pero no es esclavo de su parcela. Ha defendido su libertad frente al cauchero, al hacendado y, también, frente al misionero. Ante la disyuntiva entre tierra y libertad, el machiguenga abandona la tierra y escoge la libertad.”(P. Alfredo Encinas)

Así se ha ido escribiendo la historia de todos los machiguengas originarios del Pongo de Mainike. Muchas de las familias nativas que hemos visitado estos días de las comunidades de Yokiri, Matoriato y Kiraáteni proceden de Chirumbia y de las áreas colindantes. Estas familias se vieron forzadas por la colonización a abandonar sus tierras. Lo que era un bello monte de selva autóctona se convirtió en un triste pajonal, y los indígenas escaparon buscando nueva selva virgen, y tras mucho caminar, la hallaron. Sin embargo, hoy de nuevo, el sueño pende de un hilo... la colonización sigue avanzando, empeñada en imponer un modo de vida donde lo único que importa es la plata.

Caminando por el monte es más que evidente donde ya puso su pie el colono, su huella es imborrable... talan los árboles, construyen carreteras, queman la tierra para hacer nuevas chacras (tierras de cultivo) que no perdurarán más allá del año, echan abajo con la maquinaria pesada la montaña y rompen sus entrañas, y, como consecuencia, desaparecen ríos y bellos manantiales, y el monte se cubre de rocas; la tupida manta verde que cubría todo, da paso a una cubierta pedregosa y de arenisca como consecuencia del proceso erosivo.

Los nativos que antes vivían en abundancia de la caza, la pesca y los frutos que el monte les daba, ya no son libres, su selva les es ajena. El monte y el río ya no son su despensa, y el indígena se ve condenado a la pobreza. Abandonan su Kushma y su bello maquillaje de achote, y los más jóvenes se avergüenzas de su rica cultura. El sentido comunitario va cediendo espacio al individualismo y la cultura del “tener” les va contaminando. Sin embargo, somos afortunados, aún encontramos comuneros que mantienen muy vivos este sentido de vivir en comunidad y compartir lo que tienen, y, aunque algunos hayan abandonado sus vestimenta típicas, mantienen muy vivo el espíritu machiguenga, y aún siguen íntimamente conectados a su Pacha mama que tanto ha cuidado de ellos, saben que la deben todo y por eso la cuidan con tanto mimo.

Esta semana de peregrinaje por la Selva del Alto Urubamba, en la región del Yavero, ha sido una oportunidad de búsqueda y reencuentro: búsqueda de lo sencillo, lo bello, lo frágil y pequeño... Y reencuentro con nuestro lado más ancestral, más libre y confiado. De nuevo los más humildes nos demuestran como se puede ser feliz con bien poco.

La primera comunidad que visitamos fue Yókiri donde pasamos dos días. Son un total de quince familias que constituyen un total de unos 74 habitantes. Es una comunidad muy viva, amable y receptiva. Roberto visita estas comunidades cada dos meses, y durante sus visitas aprovecha para hacer asambleas donde plantea las problemáticas que afectan a la comunidad (gas, carreteras, planes de desarrollo, pérdida de identidad cultural...), y el jefe de la comunidad aprovecha para plantear las inquietudes y problemas que hayan surgido en ese tiempo. Roberto siempre muestra un carácter crítico y reivindicativo, y defiende con uñas y dientes los valores nativos. En la noche aprovecha para proyectarles algún documental sobre ellos mismos u otras poblaciones nativas: asháninkas, piros... donde se plantea los problemas que les atañen (pérdida de identidad cultural, pérdida de terreno, destrucción de la naturaleza, explotación de los recursos naturales de manera incontrolada...) o bien, donde se fomentan sus costumbres, leyendas y artesanía. Otro día lo dedica a reflexionar sobre el Evangelio, intentando dar respuesta a sus problemáticas a partir de éste, y reviviendo a un Jesús machiguenga, que también vestía kushma y vivía de un modo muy sencillo como ellos, y que luchó por liberar al hombre de cualquier tipo de opresión. Sin duda alguna, si Jesús se identificara con alguien sería con estas gentes. Para terminar se hace una celebración donde se comparte la yuca y el masato.

Los paisanos nos trataron con mucho mimo y nos dieron de comer arroz con porotos (guisante grandes) acompañado de yuca, además de prepararnos un café natural muy rico que ellos mismo producen aunque no les guste mucho consumirlo.

Durante el día aprovechamos para jugar con los chicos al volley y otros juegos, y enseñarles algunas canciones, aunque les costaba bastante perder la vergüenza.

El día 8 emprendimos nuestra caminata a las 6 de la mañana... ¡nos esperaba una larga jornada por delante! La primera hora de ruta se convirtió en tres largas horas de aventura por la selva... Roberto se confundió de camino, hasta que llegó un momento en que no había camino que seguir y cada uno iba trazando su senda como buenamente podía. Era una bajada en picado y demasiados obstáculos que tener en cuenta: ojo con las piedras, ojo con las raíces “zancadilla”, ojo con las ramas y hojas húmedas y ese “ras que te vas”, ojo con los troncos donde te agarrabas (podían tener hormigas asesinas, astillas o pinchos!), y no podías perder de vista las múltiples ramas con hojas ganchudas que pendían de los árboles y que quedaban justo a la altura de los ojos!... ¡demasiadas cosas a las que ir atentos! Era tal la tensión y la atención con la que bajábamos que el cansancio se multiplicaba por cuatro. Belenchu optó por bajar a “modo culo”, porque según ella es la parte del cuerpo que nunca falla... y, lo cierto, es que llegó intacta. Yo opté por el modo Tarzán y me iba agarrando de todas las lianas que encontraba... que alguna que otra vez me jugaban una mala pasada y me mandaban en dirección equivocada.

Cuando parecía que por fin llegábamos al río, nos encontramos con un pequeño barranco que debíamos salvar con una liana... ¡el colofón a nuestra triunfal bajada! No sé cómo logramos bajar todos... eso sí, mi bajada no tuvo desperdicio... acabé con un espagat involuntario porque una pierna se me quedó enganchada arriba... una posición muy cómica vista con perspectiva, pero lo cierto es que en el momento temí por mi rodilla, afortunadamente todo quedó en un susto y unas risas. Cuando ya estábamos a la orilla el río aparecieron dos paisanos de Matoriato que nos reconducieron por el buen camino, nos sin antes atravesar descalzos dos veces el río y un puente colgante que parecía que se iba a caer de un momento a otro. Proseguimos la ruta, el sol se echó encima y el calor, las horas andadas y la humedad nos hicieron pasar estragos... el camino se hacía largo. Por fin, tras 6 horas andando llegamos a una linda cascada que se dibujaba sobre roca azufrosa de color rojizo, y allí tomamos un bañito y recuperamos energías para continuar. Tras 9 horas caminando llegamos a las 15.00 a nuestro destino: Matoriato. La comunidad se sitúa en el curso del río Yavero y cuenta con una población de unos 800 habitantes, aunque encontramos pocos comuneros porque la mayoría estaba disfrutando de las fiestas Patrias, y habían viajado a sus chacras, más alejados del corazón neurálgico de la comunidad donde se suele situar la escuelita y la posta médica. El jefe de la comunidad Hillmar nos dio la bienvenida, y el técnico de la posta nos acogió en su casa para pasar la noche. Aprovechamos la tarde para pasear y disfrutar de sus magníficas vistas y sus hermosas casitas de madera y techados de hojas de palmera, es una de las comunidades más bellas que hemos visitado, y además cuenta con dos ríos cercanos, así que también pudimos disfrutar de un buen baño.

A medida que pasaba el tiempo, dejamos atrás el agobio por el tiempo y el alimento... y nos dimos cuenta de que Roberto estaba en lo cierto “Debemos confiar en la Providencia”. Confiar... ¡cuánto nos cuesta! ¡cómo nos gusta al hombre blanco tener todo bajo control! Sin embargo, nos rendimos a la evidencia... fueron apareciendo ángeles en nuestro camino... y cuándo pensábamos que no tendríamos lugar donde dormir o que quizás nos faltaría comida... distintas personas nos ofrecieron su techo y alimento, y compartieron lo poco que tenían con nosotros, aunque a penas nos acababan de conocer. Compartir es vivir, y como siempre los que más comparten son los que menos tienen.

A la mañana siguiente estuvimos con los niños que llegaron a la comunidad (algunos tienen que caminar 4 horas desde su chacra), con la mala suerte que una de las niñas se lesionó jugando al pañuelo y se rompió la clavícula... con todo lo que ello suponía, ya que necesitaría al menos dos días para llegar a Quillabamba donde podrían atenderla, y el gasto que eso supone a la familia... pero no tienen más remedio que llevarla allá, porque es frecuente que queden discapacitados por una fractura mal curada, y es una pena que le pasara eso con tan solo 9 años.

Evangelina fue otro de los ángeles caídos del cielo, que hacía honor a su nombre: era EVANGELIO VIVO. Una abuelita muy entrañable, flaquita, de pómulos marcados y bellas arrugas que dibujaban una linda sonrisa en su rostro. Evangelina ejerce de papá y mamá de sus dos nietos: Iván y Milagros, pues sus padres les abandonaron y ella se hizo cargo de ellos. Sus nietos son tan cariñosos y serviciales como la abuelita. Tanto esmero puso Evangelina por cuidarnos, que fue hasta el río Yavero a pescarnos un rico pescadito con un humildes hilo y un trocito de yuca como cebo. Con él nos hizo un riquísimo caldo que nos supo a gloria, no sé si por lo fresco que estaba el pescado o por el amor que puso en cocinarlo.

Tras dos días de convivencia con los paisanos de Matoriato, el jueves 9 pusimos rumbo a nuestro último destino: Kiraáteni. Pero justo cuando salíamos de la posta nos esperaba Evangelina con una tímida sonrisa y portando el desayuno en las manos ¡eran ni más ni menos que las 6 de la mañana! Nos sorprendió con un rico cafesito y yuca y platanitos fritos que estaban de muerte... ningún otro día emprendí el camino con tanta fuerza... ese café nos dio la vida!

La llegada a Kiraáteni nos llevó 6 horas, pero se nos hizo más ligero que los días anteriores. Allí nuestro anfitrión fue Angelino, el jefe de la comunidad... aquí los jefes son puro servicio. Angelino era un hombre de mediana edad, hablar atropellado y risa alegre y desinhibida. En su cara de claras facciones indígenas destacaban sus pómulos hinchados, especialmente el pómulo derecho donde acumulaba una pasta verde grisácea elaborada a base de hojas de coca, ceniza y la raíz de una planta. También destacan sus dientes ennegrecidos, muchos ausentes, otros dejaban al descubierto los restos de la pasta de coca que mascaba incansablemente. Angelino era pura acción, a penas paró un momento desde que llegamos, nos preparó la comida todos los días y nos cazó un siguairo (rata enorme) de sabrosísima carne como homenaje. Se desvivía por hacernos sentir a gusto.

A penas llegó gente porque no se habían enterado, así que los días en Kiraáteni fueron muy contemplativos. El ritmo de la vida se rarentizó. Nos sentamos a la sombra del pangochi y disfrutamos con los pequeños detalles: escuchando los majestuosos sonidos de la Selva, observando a una mamá, adornada con lindos collares de semillas y huesos y con un naricero, dando el pecho a su hijita, viendo a una joven alimentar con sumo cuidado a unos pajarillos recién caídos del árbol o los niños jugueteando y mirándonos desde las esquinas... esos pequeños detalles que suelen pasar desapercibidos pero que son los que dan sentido a todo. La noche era un auténtico espectáculo: los sonidos de los insectos y aves nocturnas eran aún más variados que por el día, las estrellas centelleaban en el cielo y las luciérnagas bailaban en el ancho cielo iluminando todo con su luz parpadeante. ¿Cuánta magia puede haber encerrada en un solo instante?

Tras pasar en Kiraáteni dos días, marchamos a Huillcapampa, y lo que en principio serían 2 horas se convirtieron en 4 horas. En nuestro trayecto pudimos observar las terribles consecuencias que la construcción de carreteras está teniendo en estos majestuosos montes.

En el camino encontramos un motorista que se ofreció a acercar a Roberto hasta Huillcapampa, y desde allí podría acercarse a por el carro, nosotros proseguimos con paso alegre.

Recién llegamos a Huillcapampa, un pueblecillo a medio hacer, al estilo del oeste, entramos a una tienda y allí nos deleitamos con un par de huevos fritos que nos sentaron de escándalo. De allí partimos Yókiri donde teníamos que recoger a una comunera que había caído enferma, Asunción, estaba sangrando y necesitaba viajar a Quillabamba. Al parecer, padecía de miomas, y seguramente necesitaría de cirugía.

Esperemos que muy pronto se mejore.

Así terminan nuestro días de peregrinaje en la Selva del valle del Yavero, de vuelta a Koribeni con alguna que otra garrapatilla (pillada a tiempo), picotazos de nuestros queridos mosquitos y avispas, y algún que otro rasguño en las piernas, pero con la mochila cargada de aventuras y recuerdos que perdurarán por siempre en nuestra memoria.

“No os preocupéis por el mañana, cada día tiene su propio afán”