Verano misionero: Un enriquecedor viaje de ida y vuelta
Artículo de Asier Solana, publicado en la Revista Misioneros, que recoge testimonios de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas
Tradicionalmente los misioneros ad gentes salían sin saber muy bien cuándo y cómo volverían. Algunos se embarcaban semanas por mar y, al arribar, les esperaba aún un largo tiempo de penoso camino por tierra hasta llegar al destino. En la actualidad, esas distancias pueden cubrirse en uno o dos días, lo que facilita la enriquecedora posibilidad de realizar experiencias misioneras durante el verano.
Las experiencias misioneras de verano habían descendido drásticamente durante la pandemia, pero este año vuelven con fuerza. Para algunas personas, esta ocasión es la culminación de una espera que empezó hace dos años o más, sin que en este lapso la oportunidad hubiera podido materializarse. Porque un tiempo estival de misión dura mucho más que el mes en que quien la realiza pisa otro país: ha empezado mucho antes, cuando aún no sabía adónde iría, y acabará mucho después, si es que lo vivido ha sido transformador.
España, como país que puede presumir de tener un número récord de misioneros, envía también a muchos laicos por todo el mundo en verano, aunque no hay una estadística oficial que contabilice a todos los que emprenden este tipo de experiencias. En principio, la logística hace mucho más fácil ir a lugares donde se hable español.
Así, muchos terminan en Latinoamérica (Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala, etc.). Pero no solo. También varios países de Asia, como Filipinas o Tailandia, suelen ser destinos de este tino de compromiso. O de África, aunque en casi todos ellos se requiere el inglés o francés para entablar comunicación.
Uno va, muchos lo hacen posible
El perfil de quienes deciden realizar este tipo de experiencias -englobadas para los jóvenes bajo el rótulo y hashtag de #VeranoMisión- es variopinto. En la Delegación de Misiones de la diócesis de Vitoria, tras 20 años realizándolas, los números dicen que en un 70% son mujeres y, en cuanto a la edad, menores de 30 de 55 años, normalmente prejubilados. Más allá de los datos estadísticos, no hay un "voluntario tipo" y, con la disposición adecuada, cualquier persona puede encontrar un lugar en el que aprender sobre la misión y luego ir o no ir. Porque, en efecto, tener la inquietud de ir a la misión no siempre significa que se vaya a ir y, a veces, quien menos lo espera es quien termina reservando los billetes.
Este último caso es el de Elena Martin Tascón, que tiene 18 años y ha realizado este curso, aunque sin mucha intención de partir, la formación de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas para ser voluntaria misionera. Sin embargo, después de pensárselo, tiene previsto volar el 27 de julio hasta República Dominicana, donde será acogida por la misión de El Seibo; en ese lugar, al este de la isla, los dominicos tienen una emisora de radio en la que ella, a buen seguro, algo podrá aportar, ya que sus estudios en la universidad están relaciona dos con el mundo de la comunicación. Así lo relata ella: "Por suerte, se me presentó la oportunidad de hacer el curso de formación para ir a la misión. En un primer momento no tenía pensado salir este verano, pero, después de todo lo vivido en los encuentros y de todas las personas con las que me he cruzado este último año, sentía que marchar a la misión y poner mi granito de arena era lo menos que podía hacer como agradecimiento". En su caso, la inquietud había sido sembrada por gente cercana de su parroquia de Madrid, Nuestra Señora de Atocha, que había realizado experiencias similares.
Como en El Seibo para Elena, hay un misionero o comunidad que recibe al voluntario. Por ejemplo, en Guatemala pasa este verano Raúl Madrid González-Mohíno, enviado por la diócesis de Ciudad Real. Animado por un amigo que había vivido una experiencia misionera, se lanzó a ello. Según explica, fue enviado dentro de una labor eclesial, en la que espera “encontrar a Dios allá donde vaya". Para ello, será acogido por alguien que ha preparado su visita con mimo: Pedro Jaramillo Rivas. Él es ex vicario general de la diócesis de Ciudad Real y ahora misionero en Guatemala, muy ligado a las periferias urbanas. Lleva en el país centroamericano 17 años y, acostumbrado a recibir voluntarios, valora "la preparación seria y bien planteada" que reciben antes de emprender el viaje. Además, no considera una gran dificultad, en este caso, el voluntariado de verano, ya que en julio y agosto se encuentran en pleno curso escolar, por lo que las oportunidades de echar una mano y ayudar son amplias. A ello contribuye la cantidad de proyectos que se llevan a cabo en torno a su misión: capacitación laboral para jóvenes, alimentación y refuerzo escolar, ayuda a familias muy necesitadas (ancianos y madres solteras, principalmente), apoyo extraescolar, y atención alimentaria a personas con drogadicciones.
Otro de esos misioneros que ya estaban allí y allí continuarán es José Antonio Chávarri Martínez, sacerdote diocesano de Vitoria en Ecuador. En su caso recibe tanto misioneros enviados por entidades religiosas como cooperantes del Gobierno Vasco, que ayudan en la reforestación de la zona. Cree que estas experiencias son muy positivas. Los cooperantes muchas veces bastante hacen con escuchar, comprender y asimilar; sin embargo, la gente los valora muchísimo y se sienten acogidos y con cancha para intervenir”.
Pero para que voluntario y misionero se encuentren, alguien lo ha gestionado antes. Por ejemplo, en Selvas Amazónicas, este papel lo realiza María Belén Sánchez Gil, directora ejecutiva de la institución. Percibe que los misioneros “muchas veces acogen con ganas ese aire fresco que traen los voluntarios, que les hace salir de su rutina y se contagian de su ilusión”. Eso sí, "es más trabajo para ellos, que no les falta; tienen que hablar, programar, preparar la casa...”. Y lo hacen, comenta Sánchez, "con alegría".
El sentido del voluntariado
¿Qué lleva a una persona a plantearse: "Me voy todas mis vacaciones a darlo todo en otro lugar"? Cuando hablamos, en concreto, de lo que tradicionalmente se llama misión ad gentes, no hablamos de turismo -desde luego- ni de voluntariado con cualquier ONG. Es cierto que. en muchos casos, estas experiencias se realizan a través de organizaciones no gubernamentales, detrás de las cuales encontramos alguna entidad religiosa. Es el caso de Taller de Solidaridad, por ejemplo, ligado a las Siervas de San José.
Varios son los enfoques que se pueden desarrollar a la hora de preparar una estancia de verano en la misión. En algunos casos, existe una necesidad concreta que, con la ayuda de los misioneros que permanecen sobre el terreno, se puede abordar. "Queremos que hagan algo: refuerzo escolar. un campamento urbano, colaboración en un centro de salud... Así, además de «estar», también aportan algo de su ser y saber, se sienten útiles donde van y, aunque al principio en algunos sitios los reciben con algunas reticencias los profesionales del lugar (maestros, sanitarios, etc.), al final se entabla una excelente relación y colaboración", explica Damián Díaz, delegado diocesano de Misiones de Ciudad Real.
Pero el mero "estar" y entrar en contacto con la realidad es en sí valioso. Así lo explica Alexia Gordillo, la responsable de voluntariado internacional de Taller de Solidaridad: "Es importante que el voluntario de corta duración tenga claro que lo importante es su presencia,
que la tarea será la excusa para acercarse a la gente. No vamos a salvar el mundo ni a hacer cosas grandes sino a compartir la vida".
Saber desarrollar esa presencia desde la humildad de comprender que en tan escaso tiempo poco se puede hacer es uno de los pilares de muchas de las formaciones misioneras. "Durante el curso les vamos haciendo conscientes de que en un mes no se pueden realizar grandes cosas; de que la experiencia de verano es parte de su formación; de que lo que más va a cambiar son ellos y ellas mismas: de que las personas que van a conocer en la misión están empobrecidas, pero tienen su dignidad; de que no solo hace falta buena voluntad en un trabajo voluntario", resume Fran Izquierdo de la Guerra, miembro de la Delegación de Misiones de Vitoria.
Formados y parte de algo más grande
Una experiencia misionera, para que sea algo más que un volunturismo,debe realizarse de la manera correcta. No hay un manual que garantice el éxito, pero sí aprendizajes que permiten disponer el corazón para recibir mejor lo que se encuentren en esos pocos días.
Para emprender estas experiencias, las entidades eclesiales suelen exigir una formación previa que da comienzo normalmente, en el otoño anterior. En la diócesis alavesa este curso tuvo su primera edición hace dos décadas, después de varios envíos "que no funcionaron bien", explica Izquierdo. Actualizado poco a poco, empezaron con el Curso Norte Sur, que ahora se llama Aldatuz. “Es importante indicar que bastantes personas hacen el curso Aldatuz y luego no realizan la experiencia de verano. Unas veces, porque no pueden cogerse vacaciones de un mes, y otras, porque simplemente no buscaban eso cuando se apuntaron al curso. La formación en sí es un gran valor que creemos necesario potenciar y mantener" opina Izquierdo.
En ello coinciden también los voluntarios. Miriam Romero Picó, Estrella García Fernández y Marcos Vázquez Crespohan compartido durante todo este año la formación de Taller de Solidaridad y tienen previsto realizar juntos su voluntariado misionero en Cochabamba (Bolivia) del 3 de julio al 2 de agosto. Ellos tres han sido los primeros en participar de una renovada formación, que la ONG ha actualizado después de que en 2019 decidieran realizar un parón para revisar sus talleres. Han sido tres encuentros on-line y dos presenciales de todo un fin de semana más un sexto que tendrá lugar a la vuelta, para acompañarla y canalizar el compromiso posterior", explica Alexia Gordillo.
Los tres han sacado valiosas enseñanzas. Para Vázquez, lo más importante ha sido "eliminar ciertos prejuicios y pensamientoeurocentrista", además de "ser precavido" a la hora de presentarse en el lugar. García rescata de la formación "la importancia de «estar» con las personas que nos necesitan". Romero, entre sus aprendizajes, señala "mantener la mente abierta en todo momento". Acudir a esta experiencia como grupo les podrá aportar, explica, apoyo mutuo, un poco más de seguridad y crear algo de comunidad.
Y ahora, con el trabajo previo "hecho", queda la espera. Precisamente las expectativas son unos aspectos que se trabajan frecuentemente en las formaciones previas. De diversas maneras, la mayor parte de los voluntarios entrevistados señalan tres ideas: encuentro, personas y Evangelio. A veces, la actitud básica es "no esperar", como explica Marcos Vázquez poco antes de volar a Cochabamba: "Intento ir sin prejuicios ni demasiadas expectativas para no condicionar mi estancia”.
Y después, ¿qué?
Tras uno o dos meses a lo sumo, llega el día en el que el voluntario vuelve a su lugar. Algunos, pocos, se animan más adelante a realizar una estancia larga, superior a un año. "Es muy difícil que una persona laica se comprometa con la misión para uno o dos años si no ha tenido una experiencia corta antes", considera Izquierdo. Pero esa experiencia deja poso, y volver a la rutina como si nada hubiera pasado es difícil. Así explica Belén Sánchez, de Selvas Amazónicas, ahora formadora de voluntarios y que antes ha experimentado muchos veranos misioneros en varios países: "He tenido la suerte de vivir varias experiencias, que me han enseñado a amar, a mirar con otros ojos a hacer vida el Evangelio, a compartir, a ser humilde, a tener esperanza pese a las dificultades, a alegrarme con el otro, a denunciar las injusticias con compasión..., a ensanchar el corazón y celebrar la fe".
La mayoría volverá y, si la experiencia ha tenido éxito, no solo habrán pasado ellos por la misión, sino que la misión habrá pasado por ellos.
En muchos casos, el compromiso con el envío se asienta y se repite cuando se puede. Es el caso de la cordobesa Paqui Román Ramos, que en esta ocasión repite verano de misión en el mismo lugar, Malabo (Guinea Ecuatorial), adonde irá con Selvas Amazónicas. Lo que hace unos años empezó con una conversación paseando en la playa con su marido, se ha convertido en su tercera vez. "Quería compartir mi fe con hermanos de otros lugares", recuerda. Ahora, movida por esta fe, volverá a ese lugar en el que podrá hacer realidad su propósito, porque "Dios ya estaba allí"; sin medir resultados, pero con disposición. Ella es un ejemplo de que, además, los frutos de estas experiencias pueden florecer no solo "allí", sino "aquí". Su inquietud ha generado un efecto multiplicador: el primer año que hizo la formación, la acompañó su hija, quien también voló en verano a otro país. Este año, Paqui viaja junto a su hermana a Malabo.
De esta seducción misionera también son conscientes los propios misioneros que acogen voluntarios. Lo atestigua José Antonio Chávarri desde Ecuador: "Consideramos tan importante o más el regreso del cooperante a su lugar de origen, para allí compartir y multiplicar todas las experiencias que ha vivido, de manera que se crea un eco considerable de lo que aquí vamos consiguiendo".
Asier Solana
Artículo publicado originalmente en la Revista Misioneros Nº 227, verano de 2022