Ser niño en África. Mi testimonio desde la Misión de Malabo
Desde su experiencia en Malabo y como pedagoga, Lourdes comparte realidades difíciles, pero también signos de esperanza desde la fe, el compromiso y la alegría.

El papel que ocupan los niños en la sociedad africana
La infancia en España ha ido cambiando mucho a lo largo de los últimos años, si nos remontamos unos setenta u ochenta años atrás en nuestro país había muchas familias numerosas. Resulta evidente que la natalidad en nuestro país cada vez desciende más, debido a diversos motivos. Se puede deber a la economía o a que los jóvenes no puedan acceder a una vivienda hasta que no tienen una edad determinada; se puede achacar a la tardía inserción en el mercado laboral, y algunos creemos que también es una consecuencia de nuestra propia cultura.
La educación y la cultura nos dan las herramientas necesarias para poder comprender y conocer el comportamiento de una sociedad. Solemos juzgar y cuestionar muchas veces sin detenernos a conocer los motivos y las cuestiones culturales por las que suceden las cosas en un país.
Todos, aunque pensemos que somos muy tolerantes, comprensivos y abiertos de mente, tenemos ideas preconcebidas de las que muchas veces no somos ni conscientes. Cuando sales de misión tu forma de ver y entender la vida debes dejarla aparcada en España, porque es allí cuando comienzas a darte cuenta de muchas cosas de tu cultura en las que nunca habías reparado; por lo tanto, salir implica también un autoconocimiento mientras vas conociendo otro lugar.
La primera cuestión chocante y completamente diferente entre nuestra sociedad europea y la africana es la desigualdad existente en la natalidad: mientras en España la media de hijos por mujer en el 2022 fue de 1,22 hijos, ese mismo año en Malabo, la media fue de 5,1 hijos.
En Guinea Ecuatorialhay vida, mucha vida, hay niños por todos los rincones, jóvenes que inundan las calles, las parroquias, los colegios. Es tal la cantidad de niños, que incluso existe un pueblo llamado Rébola que significa literalmente “Pueblo de los niños”, es conocido por ser el pueblo que más niños tiene.
El 55 % de la población guineana tiene menos de 25 años y el 38 % menos de 15 años, sin duda se trata de una sociedad muy joven. La infancia lleva consigo alegría, movimiento, ilusión, evolución, pero desgraciadamente no todo es positivo y en esta misma infancia podemos encontrar la otra cara de la misma moneda. Los menores constituyen el colectivo más vulnerable que existe en Malabo.
Gran cantidad de niños son abandonados en Guinea: la pobreza, la violencia familiar, la desesperación, la falta de apoyo, la edad y la falta de empleo podrían ser los factores que llevan a los progenitores a abandonar a sus bebés.
Es preocupante la cantidad de niños abandonados que hay en Guinea Ecuatorial, en 2022 se registró una oleada de casos de bebés abandonados. La pobreza es una de las principales causas que conducen a los adultos a deshacerse de ellos. Además, la violencia en la propia familia, la desesperación, la falta de apoyo, la edad y la falta de empleo podrían ser los factores que llevan a los progenitores a abandonar a sus bebés.
La vulnerabilidad es definida como la susceptibilidad de ser atacado o herido, ya sea física o moralmente. Un bebé recién nacido es lo más maravilloso y a la vez lo más vulnerable que puede haber, porque depende física y emocionalmente de un adulto, no puede valerse por sí mismo. Algunos pequeños son abandonados en vertederos, en bolsas de plásticos, en maletas o simplemente son “olvidados” en los hospitales, una realidad que se vive hoy en día en muchos lugares del mundo y es realmente preocupante.
¿Qué pasa con estos niños que son abandonados y qué es de sus vidas?
Algunos de estos niños van al orfanato de Malabo, que es donde yo tuve la oportunidad de vivir la misión. Cuando comencé mi misión allí, me pareció un lugar duro y sin duda se trata del sitio más complejo y complicado en el que he estado. Allí conviven niños de todas las edades, desde bebés recién nacidos hasta jóvenes alrededor de los 20 años, aunque la edad en este contexto es relativa, porque algunas veces las fechas de nacimiento son orientativas o puestas al azar.
Un aproximado de 250 niños y jóvenes comparten su día a día en aquel pequeño lugar de África. La jornada diaria comienza a las 6:00 de la mañana, todos se levantan y realizan sus labores, deben preparar el desayuno, organizar la ropa, vestirse, limpiar las habitaciones, asear los patios y una larga lista de tareas. Ellos asisten al colegio allí mismo, muchos de sus compañeros de clase son del orfanato y otros son externos; por la tarde deben realizar sus tareas y estudiar, aunque es bastante complicado con tantos pequeños.
El aspecto académico resulta complejo, ya que muchos de los niños que están internos presentan diversas patologías que no están diagnosticadas, carecen de medios y de formación suficiente para poder atenderlos y tratarlos, aunque este es un tema que merece mención aparte, pero no he querido dejarlo en el olvido porque esto los hace, si cabe, aún más vulnerables.
Las aulas son muy numerosas, cerca de 40 o 50 alumnos por aula y la atención individualizada es misión casi imposible en dicho contexto. Hay tan solo dos centros en la capital que tengan aula de educación especial, son centros pioneros en la formación del alumnado con diferentes dificultades, ya sea visual, auditiva, parálisis cerebral, TDAH… Ojalá muchos centros se vayan sumando a esta iniciativa para que todos los niños con dificultades (que sigue siendo un tema “tabú” en algunos contextos africanos) puedan ser atendidos como merecen.
La situación de las chicas jóvenes
El “rol” de las chicas adolescentes me asombraba, alucinaba, impresionaba y admiraba a partes iguales. Ejercen el papel de madres desde muy temprana edad, cada una de ellas tiene un “niño”, que realmente no es suyo, pero deciden cuidarlo y atenderlo como si lo fuera. Los protegen, los bañan, los llevan a la cama y les ayudan en todo. Siempre dicen que en su día lo mismo habían hecho por ellas y ahora es su deber corresponder a lo que un día recibieron. Son una gran familia, nunca están solos y se ayudan entre sí.
El “rol” de las chicas adolescentes me asombra, alucina, impresiona y admira a partes iguales. Cuidan de los niños más pequeños, estudian, trabajan duro y su futuro es muy incierto. Pero llevan impresa la alegría, danzan, cantan, demuestran una enorme capacidad de resiliencia.
Trabajan duro, muy duro durante todo el día, pero ahí no termina la cosa, estas chicas estudian, pero se lo deben ganar, tienen que atender todo lo anterior previamente. Estudian por las noches, y hasta de madrugada, para poder llevar hechos sus ejercicios y aprobar sus materias.
Y a pesar de todo esto, llevan impresa la alegría, las ves bailando todo el rato, incluso cuando barren; cantan mientras cocinan y posan como si se hicieran fotos porque son jóvenes, en el fondo siguen siendo niñas que les ha tocado madurar antes de tiempo. Ellas sí que son verdaderas referentes e influencers del mundo, son luchadoras y muestran una resiliencia que jamás había visto en nadie.
Su futuro no es fácil, esto solo es el comienzo. Cuando son más mayores, deben salir del orfanato porque hay que dejar espacio y darles la oportunidad a los más pequeños que siguen llegando continuamente. Una vez se marchan de allí, cada una tiene una casuística diferente, pero el entorno en el que acaban viviendo es bastante complicado, tienen pocas posibilidades para seguir formándose y estudiar. Al poco tiempo de salir suelen quedarse embarazadas, lo que exige dedicarse a criar a sus hijos y buscarse la vida para poder salir adelante. Y es entonces, cuando de nuevo vuelven a sentirse tan vulnerables como cuando de bebés fueron abandonadas.
Probablemente, todo sea una cuestión de cultura, pero es impactante cómo puede cambiar tu vida dependiendo del lugar en el que hayas nacido, parece una frase hecha, pero nunca me ha parecido tan real.
La forma de vivir la fe
Cuando estaba allí y esta gran ola me sacudía, me di cuenta de que realmente no podía hacer mucho, desde luego no podía resolver sus problemas, pero lo que sí podía hacer era dar esperanza, evangelizar y tratarlos bien. Como decía la madre Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”. Cada saludo, decirles buenos días o simplemente preguntarles cómo estaban les resultaba extraño, porque casi nadie solía hacerlo. Falta amor, falta cariño, necesitan sentir que no son invisibles y que son importantes.
A mi modo de ver, debemos seguir el ejemplo de Jesús en los evangelios, cuando aparece numerosas veces rodeado de las personas más vulnerables de aquella época, comía con prostitutas, leprosos, pecadores… Practicaba la vulnerabilidad como una forma de relacionarse con la gente, y de esa manera logró hacerse accesible a las personas. Nunca se hizo intocable, más bien provocaba que la gente se le acercara.
En Guinea Ecuatorial la religión católica es la mayoritaria y casi el 90 % de la población la profesan. Allí el domingo es un día muy importante porque es el día del Señor, buscan su mejor vestimenta para ir a misa, alrededor de las iglesias hay mucha vida, hay numerosos grupos que hacen que haya movimiento a todas horas.
La fe ocupa un lugar muy destacado: alrededor de las iglesias hay mucha vida, grupos que preparan las celebraciones, coros, grupos de adoración, misas que rebosan alegría, cánticos, bailes y preciosas ofrendas. La parroquia nunca duerme.
Puedo destacar el grupo de las “Martas”, que son las que sirven para que toda la iglesia esté perfecta a la hora de celebrar la misa. También hay numerosos coros que cantan con voces angelicales en diferentes lenguas (fang, bubi, castellano…), así como grupos de matrimonios casados por la iglesia católica que guían a otras parejas que deseen hacerlo, grupos de adoración y un sinfín de actividades que hacen que la Parroquia de Santa Maravillas sea una parroquia que nunca duerme y siempre está abierta a todo el mundo. He tenido el honor de vivir junto con los frailes dominicos esta forma de evangelizar.
Desde pequeños les enseñan la importancia de la religión, las misas están casi siempre llenas y por supuesto con muchísimos niños, que respetan y viven la fe desde que son bebés. Allí las misas rebosan alegría, cánticos, bailes y preciosas ofrendas que llevan al altar al ritmo de la música.
En el orfanato escuchaba a los pequeños cantar en misa y la iglesia retumbaba de energía y gozo. La fe está muy presente en su día a día, antes de acostarse hacen filas por grupos, rezan y dan gracias por el día que han tenido.
Si algo he aprendido durante este tiempo es que “Sonreír es el mejor voluntariado”.
Lourdes Álvarez Casaño - Voluntaria y Pedagoga