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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

¿QUÉ ES LA MISIÓN?

Belén nos cuenta su experiencia en Guatemala con las Misioneras Dominicas del Rosario durante los meses de septiembre a diciembre del 2016.

Las veces que contaba a la gente que este año me iba de “misión” a Guatemala, no sabía muy bien qué explicar. Sabía que estaría con dos Hermanas Dominicas y que iría a un pueblito llamado Cubulco, en Guatemala. Me comentaron antes de venir que trabajaban con mujeres,con formación de jóvenes y acompañamiento en las comunidades. Es decir, sus misiones despúes de conocer la realidad,estaban claras. La mía más o menos también, “ayudar en lo que pudiera” pero, sigue siendo la misma?
Hoy ya a mi última semana podría narrar todas las experiencias vividas, aunque sé que aún quedan muchas más. Mirando hacía atrás,creo que he pasado por una serie de fases (la vivencia es muy personal y no se puede generalizar, yo cuento la mía).
Miedo a la Incertidumbre
Los días previos a la ida, quería tener todo controlado pero era difícil. No sabía la realidad al completo, ni las costumbres, ni la gente que me encontraría, me daba algo de miedo. Pero desde que pisé el avión el Señor me ha ido poniendo ángeles en el camino. La primera, la señora de mi lado en el avión. Compartía su vida conmigo, haciendo que me sintiera super cómoda.Ya bajamos y la salida en un sitio desconocido sin ver a nadie, me agobie un poco y el miedo siguió. Cosas de la vida, conseguí wifi y apareció la Hermana (tardó segundos). Enseguida ví como las Hermanas en comunidad vivían ese amor a Dios a través del vivir con los otros. Desde ese momento yo era una voluntaria más, ellas eran las MISIONERAS que vivían para y por los que necesitaban una voz al exterior. Dos ángeles (Dani y Dimitri) nos llevaron a Cubulco en coche para ahorrarnos el tiempo de bus por esas carreteras “tan agradables”. Sentí que me dejaban en buenas manos con las Hermanas, con las que incluso antes de conocernos, ya me cuidaban (gracias Hermana Humbelina, gracias Hermana Laura por todo lo que me habeis dado y enseñado).
Esos primeros días en Cubulco eran de observación, a todo detalle, con el desconocimiento de quienes eran esas personas y ese lugar. Fui vivenciando ese amor por la naturaleza, no es que sea yo muy de GreenPeace, pero ¡qué maravilla! Los sonidos eran fantásticos y las vistas... diferentes colores, diferentes relieves (montañas enormes, ríos, el cielo, colores verdes y marrones, variedad de flores), sentía un relax... Hasta me daba rabia ver la contaminación (gracias a las Hermanas también me estoy concienciando más). Plásticos y más plásticos arruinaban el campo y los rios (igual en España tenemos que saber que estamos en el mismo mundo y tener cuidado).
Aislamiento para la aceptación
El desconocimiento me fue llevando a la siguiente fase, aislamiento. Intentaba que todo lo que había aprendido en la formación (meses antes en Madrid), junto a lo que estaba viendo, cuadrase. Veía casitas pequeñas, con un orden diferente al mio, carros y motos por cualquier lado (en todo el pueblo hay dos semáforos), camionetas llenas de gente, hombres como de cowboy impecables con el corte de pelo a la moda, mujeres la mayoría con sus guipiles y corte (traje precioso de las comunidades indígenas), algunos niños limpiando zapatos, mucho perro callejero, el mercado lleno de gente “seño, ¿qué le ponemos?”. Estaba un poco en shock y necesitaba que mi cabeza se reorganizara. Poco a poco iba aprendiendo la rutina de las Hermanas, los horarios, sus características, convivir con gatos (uf, ¿cómo iba a vivir un mes con ellos?)...me iba despegando de mi realidad para acercarme a la de aquí. Acudía a Dios y a la reflexión para que me pudiera ayudar. Como siempre aparecía alguna palabra acertada.
Enfado por juzgar
La siguiente fase fue dura. Enfado, impotencia (no era un sentimiento que suela tener) y la pregunta de ¿por què?. Nos dijeron: “no juzgueis” pero ¿cómo no juzgar al ver a la gente hacinada en un camión?, señores\as llevando troncos en la cabeza, niñas llevando a bebés (no porque fueran sus hermanas, sino porque eran sus madres). No entendía cómo nadie hacía nada y todo era “normal”. Me fui tranquilizando cuando me adentré en la cultura, para ello hablaba con las hermanas, leía, hablaba un poco con la gente. Iba dándome cuenta de que estaba buscando más explicaciones de las que se necesitaban, solo hacía falta acercarse y vivir.
El pacto
Esto me llevó a la fase de pacto. Aceptar que existe una realidad, una cultura, que ciertas cosas hay que luchar porque cambien (necesidad de formación de calidad, impedir que las niñas se casen siendo menores, impulsar variedad de trabajos y en buenas condiciones, dignificar a todas las personas) pero hay otras que no importan. Veía como la gente se saludaba por la calle y las Hermanas se acercaban a toooodo el mundo, pues yo hacía lo mismo. Tras esos acercamientos, sentías una paz..., un cariño... comenzaba a conocer a la gente y ya no solo era gente, sino nombres y vidas. (Fue de las primeras lecciones que me dieron las Hermanas, el acercamiento).
Viví desde la primera semana la oración en las comunidades (grupo de personas reunidas por barrios o por comunidades lejanas). Te invitaban, te acogían con la mayor de las alegrías, te hacían sentir “importante” pero... ¿cómo sabían tanto de Biblia?, ¿cómo que todas las tardes había grupos de gente que se reunían para orar? ¡La misa llena!. ¿Era ahí donde tenía que haber misión evangelizadora? (ya me gustaría que eso se diera en nuestra sociedad siempre y, decir con ese “orgullo” que estamos en presencia continua de Dios). Me sentía “inferior”, ¿no era yo la que venía de un sitio que “todo lo sabe”? Igual en esas subidas y bajadas por el monte era nula y, la gente de aquí tenía un experto en montes. Verme delante de un plato delicioso de caldo con verduras y pollo que te ofrecían, pero no saber comerlo. Tenía que reconocer que necesitaba ayuda, pero ángeles como doña Mauricia volvían a aparecer.
Seguía en conflicto-negociación. Me enfadaba escuchar la teoría del cristiano, porque llevado a la práctica se dificulta y escasea hoy día, hasta que me dí cuenta que mi foco de atención no era el correcto. Tenía al Pueblo de Dios a mi lado, con las visitas que hacían las hermanas, la gente que acudía a ellas, la gente que saludabamos por la calle o en misa y mi “trabajo” como psicóloga iba conociendo a las personas. ¿De dónde sacan esas fuerzas para seguir adelante? tantas vidas y tantas historias de lucha y trabajo, dando todo de ellos, sin esperar nada a cambio. Agradecen a Dios por lo que tienen y confían en Él, cuidan a la gente como verdaderos hermanos. ¿No era eso ser cristiano? ¿No debería aprender de ellos?
No solo aceptación.
Me dí cuenta que estaba cambiando de etapa cuando era yo la que iba saludando por la calle. Con alegría de ver a gente conocida, sentía un cariño recíproco. Me gustaba estar con la gente, familias enteras que ya eran parte de mí. No juzgaba la tierra, la casa, las cargas, las historias duras, simplemente vivía con la gente. Estaba totalmente relajada, disfrutando de verdad y paseaba a mis anchas, incluso cuando venían otras voluntarias o hermanas me sentía “experta”. Y...sí, los gatos se dormían en mis pies, hablaba con ellos, creo que mi fobia está “superada”.
No sé cómo llamaría a esta etapa, en psicología como parte del afrontamiento se llamaría aceptación, pero no solo era eso. Había aceptado muchas cosas, pero otras me seguían sorprendiendo y para bien. Cosas materiales (regalarme un guipil bordado, hacerme pasteles) y no materiales (llamar preguntando por tí, compartir bailes y peinados). He tenido la SUERTE de rodearme de jóvenes encantadores/as, que me hacían estar cómoda, reir y quererlos/as (gracias a: Glenda, Marta, María, Cristina, Angélica, Leonarda, Maynor, Julia, Angélica ,las pequeñas; Yobani y familia; Liset; Juana..., y demás chicos/as con los/as que he coincidido).
También he aprendido de la experiencia en la vivencia de los adultos. Tanto de las mujeres y hombres de Cubulco, como de las Hermanas. Sus historias y su manera de afrontamiento, de entrega, me ayudaban a darle importancia a la vida. Me quedo con la frase que dijo una hermana misionera días antes de morir (en el mes de noviembre) tras años de actividad y una vida dedicada a Dios y a los demás. Le preguntaron cuando ya estaba en el hospital, “¿cómo te sientes?” y ella dijo “satisfecha”.
La Alegría continúa.
Comenzaban las primeras despedidas y, aunque parezca mentira, no eché ni una lágrima. No porque no me doliese saber si volvería a verlos o no, sino porque me hicieron sentir la alegría de conocernos y eso era más importante.
Dios no dejaba de alegrarme los días. Con un break para conocer otros paises, me ponía otras oportunidades. Nuevos paises y nuevos ángeles, donde la alegría y el cariño se iban extendiendo. Coincidir con un grupazo de mujeres guatemaltecas en una estupenda convivencia (gracias: Brenda, Mati, Zonia, Maritza, Susi, al autobús marchoso y a las Hermanas). Qué decir de la familia de Roberto y Lili, con Sandra y los Robertos, acogernos en su casa y hacernos parte de ella. Dió igual que otros andaran por el mundo de la violencia, ellos nos mostraban que seguía existiendo el valor de la familia y el acogimiento (hoy seguimos en contacto, son fantásticos).
Aprendí a confiar (de verdad) en Dios. No sabía que sería de mí en unas semanas en las que las Hermanas tenían retiro, pero todo fue mejor de lo que esperaba. En Guatemala capital, las Hermanas me ofrecieron su casa y desde las que tenían 100 años hasta las que tenían mi edad, me aportaron algo. Dani me mostró otras realidades del país, para que yo pudiera hacer mi propia valoración. Era feliz en un centro comercial (muchos y enormes), comidas riquísimas (en sitios de película), paisajes y pueblitos impresionantes y muy buena compañía. Al principio pensaba que debería sentirme mal por la realidad opuesta, pero así Dios lo había puesto en mi camino y era por algo (pude vivirlo y comparar los extremos que hay). Quedaría también con Ami, amiga de amiga, que no sabía ni día, ni quien era hasta que tuve la oportunidad de cenar juntas y esperando a la siguiente.
Después de muchos años y un billete que no sabía si era timo, pude cumplir mi sueño de ir a México y como dice mi amiga Perla “abrir los ojos a una realidad que existe más allá de España”. México es cultura, entretenimiento, trabajo, alegría, comida, acogimiento, cortesía (a seguir luchando contra la violencia, la corrupción y el tráfico (de todo tipo)). Disfruté muchísimo de esos cinco días y una vez más, de la GENTE (gracias: Perla, David, bebés, Tony, Cari, Luis y primos). Me vuelvo con la alegría de una amistad de años, con nuevos amigos/as y también en mente algún proyecto profesional.
De todo esto qué puedo sacar? el punto común de todo, son las PERSONAS. Daba igual de donde vinieran, de que clase social fueran, el cariño y la cercanía siempre estaban. Creo que si dejaramos de hablar de sociedades ricas y pobres, malos y buenos, egoismos, protagonismos y nos fijáramos en que hay PERSONAS, nuestro mundo sería genial. Me he “empapado” de todas esas personas que han formado parte de mí estos dos meses y cada día les agradezco y agradezco a Dios que esten ahí.
Yo que venía a “ayudar”, me siento ayudada y querída. Sigo dudando de cuál puede ser mi labor a partir de ahora, pero como decía mi amigo Dani “transmitir lo que has visto y vivido” creo que puede ser bueno. Os digo (aunque todos lo sabemos y no queremos verlo) que hay desigualdades (por sexo, por raza, por posión social), etiquetas, que la gente lucha por su familia, por el trabajo, intenta ir contra la violencia, las adicciones, la propia cultura, pero sobretodo que hay PERSONAS que te hacen sentir la felicidad absoluta. Creo que descubrí cuál es MÍ misión, y no es de superheroína de arreglar el mundo, pero en lo que me toca “empatizar con el de al lado, sacar lo mejor de cada uno y disfrutar juntos”.

NOTA: todo el mundo debería VIVIR una experiencia así, aunque sea en nuestra propia ciudad, abrir cada vez más la mente y experimentar sensaciones. Saldrán historias muy diferentes. Todos podemos poner nuestra “gota de agua en el gran mar”.