“No todo va a ser perfecto, pero de todo vas a aprender”
María Laín ha disfrutado de un campamento en Perú, una realidad dura donde falta amor y era importante encontrarse con el Amor

Esta frase resume mi experiencia en el campamento en Mavila, un pueblito en la selva amazónica peruana, junto a la frontera de Bolivia y Brasil. Los 30 niños y niñas que asistieron, de entre 9 y 13 años, vienen de familias humildes. Los padres trabajan duro en la chacra (terrenos) o tal vez en la madera, que es ilegal. Si te pillan y no puedes pagar a la policía, pasas dos años en la cárcel. La corrupción y los abusos sexuales están extendidos. Hay una epidemia de madres solteras y adolescentes embarazadas. El alcoholismo y las drogas también son habituales en esta zona fronteriza, así como la trata de personas. Evidentemente también hay familias unidas y amorosas, pero la tendencia es a la división y la violencia.
En este contexto social, los niños y niñas viven una realidad difícil. Durante el campamento conocí sus historias y sus heridas. Un chico de trece años dijo: con diez años mi mamá me abandonó. Una chica dijo: cuando mi papá está tomado (bebido) me dice de todo. Otra me dijo: tengo un hermanito de 3 años y soy como su mamá porque mis padres siempre están trabajando. Otra: si tengo un hijo quiero que sea varón para que no sufra (como las mujeres). Te lo dicen de forma directa, sin adornos y casi sin drama. Es lo que hay. Podría decirse quela pobreza aquí no es tanto material sino emocional y afectiva.
En medio de esta situación, el campamento buscaba ser un espacio seguro de amistad y encuentro con Dios. El Obispo David me explicó que confiaba en que a través de esta experiencia, los chavales se llevarían una semilla de Amor en el corazón, unas amistades sanas y un sentido de pertenencia a la Iglesia que les ayudaría en su camino. Creo que así fue.
A nivel práctico, el primer día organizamos a los niños y niñas en cuatro grupos: África, América, Europa y Asia (el Padre Fredy que nos acompañaba era Oceanía), cada uno de ellos con dos o tres monitores. Mi grupo era Europa, junto con los monitores de Lima Carlos y la hermana Suhail. En cada grupo se fomentaba el compañerismo, la autoestima, el trabajo en equipo y la pertenencia.
El horario aproximado era el siguiente. Nos levantábamos a las 6:20h para limpiar por continentes todo el campamento y a las 7h desayunábamos (hubo mucho plátano, de diferentes tipos, como el plátano bellaco, cocinados de todas las maneras posibles, entre las cuales destaco el chapo). A las 8h había oración y después temática del día con juegos, bailes y canciones intercaladas. Las temáticas se centraban en el autoconocimiento, las relaciones interpersonales y la misión, por ejemplo “quién soy yo”, “quién soy para los demás”, “los talentos”, “el cuidado de la Casa Común y la Amazonia” y “qué es ser discípulo/a”. Hacíamos dinámicas con manualidades, reflexión y exposición. A medida que se conocían, los niños cogían confianza, y se iban desenvolviendo y motivando más y más. Era hermoso verles disfrutar, reír e incluso hacer travesuras y después recapacitar. Todos ellos tenían el corazón bueno y deseoso de cariño.
También hicimos Olimpiadas en las que los equipos competían jugando a voleibol, fútbol, basket-balde, carreras de sacos y carreras de cuchara-limón. El último día hubo una búsqueda del tesoro que, por cierto, ganó Europa. Otro día visitamos la chacra de Marisa y su difunto esposo, en la que habían hecho una transición a la ganadería regenerativa con apoyo de WWF. Tenían unas 160 cabezas de ganado entre vacas, chivas y chanchos (cerdos) y nos explicaba que la tierra era ahora mucho más productiva y fértil, y que los animales estaban más sanos. Algunas tardes vimos películas como el Circo de las Mariposas, un documental sobre la Amazonia y la vida de la Hermana Clare.
Nos duchábamos dos veces al día para refrescarnos. Bailábamos y cantábamos hasta la afonía canciones como “La feria de Mavila” que fue un hit, “La chiva” o “La danza”, que nos enseñaron los seminaristas Neptali y Rony. A las 13h comíamos y por la tarde teníamos dinámicas y juegos hasta las 17h. Después ducha, cena y una misa adaptada a los niños, con cantos preciosos, como “Envíame” de Daniel Bandiali, llevados por el hermano Domingo y Suhail. Aprecié especialmente que en la misa comulgamos siempre con el cuerpo y la sangre de Jesús. A la hora de dormir, yo era la encargada de que los niños no hicieran bulla y se durmieran, lo cual me encantó, porque me recordaba cuando en mi infancia mi madre me acompañaba a dormir. Una de esas noches un niño me llamó en susurros desde su litera “hermana María” me acerqué “qué pasa” me dijo con inocencia “usted es como mi mamá”.
La última misa fue muy especial. El padre Fredy nos bendijo para que continuáramos nuestra misión. Esa noche encendimos una fogata para comer marshmellow y bailamos todos juntos danzas amazónicas alrededor del fuego.
Toda esta convivencia, aprendizajes, actividad y sencillez me hicieron vivir en el presente con mucha intensidad. La naturaleza de la Amazonia es sobrecogedora: los cantos del paucar, los aguajes, los ríos, las nubes esponjosas, la lluvia torrencial. Vi tarántulas, mil mariposas, un monito, dos ranas, un sapo herido, luciérnagas, el amanecer y el atardecer, el cielo lleno de estrellas, y hasta una estrella fugaz. Todo eso se me queda grabado, junto a la luz de las personas que me acompañaron en los momentos difíciles. Porque no todo fue perfecto, pero de todo aprendí.
María Laín