Mundos opuestos en una misma isla
Patricia Rosety nos transmite su dura experiencia con las personas de origen haitiano en El Seybo, República Dominicana
Lo sigo procesando, lo sigo viviendo, y hace ya algunas semanas que regresé de El Seybo, de la misión de los dominicos en esta bella provincia de República Dominicana, en el este de la isla. Una breve estancia, pero muy intensa. Diez días vividos a tope, desde la mañana hasta la noche. Necesito mi tiempo, quiero asimilar bien la dura realidad que vi. Es mi tercera experiencia en esta misión y la primera viviendo con los haitianos. El dominico Miguel Ángel Gullón, que lleva allí veinticinco años, quiso que conociese por los propios protagonistas la vulneración de derechos humanos que sufrieron en los últimos meses. Hablé con ellos.
Los haitianos lo tienen muy difícil. Partimos de la base de que no importan a nadie. Su país, Haití, es un caos, y la salida más rápida, pero nada fácil, es República Dominicana, con quien comparten isla. Llegan casi sin papeles, directos a trabajar como braceros en los campos de la caña de azúcar de las grandes multinacionales. Un trabajo de esclavitud en pleno siglo XXI, de sol a sol, de lunes a domingo y por poco dinero, muy poco. Y prácticamente con la condición de “apátridas”. La mayoría, indocumentados, incluidos los hijos de haitianos que nacen en Dominicana. Corren el riesgo de ser deportados en cualquier momento. Una sentencia del Tribunal Constitucional de 2013 revocó la ciudadanía por derecho de nacimiento para los hijos de extranjeros, y con carácter retroactivo.
Varios haitianos, y dominicanos hijos de haitianos, me contaron lo terrible que fue la madrugada del pasado 15 de marzo cuando la policía de migración entró en su casa, a golpes, con la cara tapada, se llevó dinero, teléfonos móviles, los detuvieron y los metieron en la “camiona”. La “camiona” es una camioneta con barrotes, un camión-jaula, en el que se hacinan, mezclados y revueltos, hombres, mujeres, niños y ancianos...hasta sus necesidades tienen que hacerlas allí porque no paran , sólo para detener a haitianos. ¡Tremendo! Y los derechos... ¿qué derechos? El dominico Gullón, con la intervención del Obispo, Monseñor Jesús Castro, pudo sacar de ese camión-jaula a las mujeres embarazadas y menores. Otros tuvieron que pagar a los guardias para poder salir de la “camiona”.
Todos tienen miedo, un miedo que se convierte en pánico porque temen ser detenidos por los agentes de Migración, algo que puede ocurrir en cualquier momento, sobre todo de madrugada. Y por ley de madrugada está prohibido. Pero, ¿qué ley?
Las mujeres embarazadas no perdieron el niño de milagro. Una de ellas me contaba que fue zarandeada, le dieron un golpe en el cuello y se la llevaron a la fuerza. Hipólito tiene 30 años, está casado y tiene un bebé. Recuerda aquella noche minuto a minuto. Irrumpieron en su casa de forma brusca, le pidieron papeles, que los tiene, pero no en casa. Se lo llevaron detenido, al igual que a otros vecinos. Gracias a su teléfono móvil, desde fuera pudieron saber por dónde iban. Los policías le pidieron dinero para dejarlo libre. Han ideado un sistema a través de internet para que el dinero llegue directamente a las cuentas que facilitan los agentes . Nada de dinero en mano, como nos habríamos imaginado. Las “multas” o “mordidas” llegan a los 20.000 pesos, que son más de 300 euros. Y en el mejor de los casos ganan unos 200 euros al mes. Para conseguir el dinero tienen que llamar a familiares y amigos, si no pagan son deportados. El año pasado fueron 175.000, según datos oficiales de Migración. Amnistía Internacional eleva la cifra a 250.000.
El problema que agrava esta situación es que no tienen a nadie en Haití si nacieron en República Dominicana, no conocen a nadie. Es el caso de Francia, de 19 años y dominicana, hija de haitianos con pasaporte. Tenía tarjeta de trabajo pero en la madrugada del 15 de marzo, cuando Migración entró en su casa, de manera brusca, se llevó su cartera. Apareció en el suelo lejos de la casa, pero sin dinero y sin la tarjeta de trabajo. Casualmente, había cobrado ese día. El forcejeo con los policías le causó seis puntos de sutura en la barbilla.
Un caso parecido me lo contó Francisca, de 16 años. Su hermano, Wilson, de 17, salió de la “camiona” gracias al Padre Gullón. Recuerda esa noche con horror. Tuvieron que darle inyecciones para los nervios. No entiende nada. Ella nació en Dominicana, al igual que sus hermanos. Su madre, haitiana, lleva allí 24 años, trabaja desde entonces, compró su casa. Son dominicanos. En Haití no tienen a nadie. A pesar de sus 16 años, habla con seguridad, y sabe que hay una ley que protege al menor, y así se lo dijo a los policías.
Son sólo algunos casos, porque hay muchos más. Estábamos en los bateyes, las comunidades en las que viven los haitianos en los campos de la caña de azúcar, sin luz ni agua potable, cuando nos enteramos de que habían detenido a un chico de 19 años. Hijo de haitianos. Fuimos a comisaría. El misionero dominico habló con varios policías y dejaron al chico en libertad. Lo llevamos a su casa. La alegría de su madre era inenarrable. El único motivo para la detención era el color de su piel y el origen de sus padres.
Después de escribir este relato, que me ha transportado de nuevo a El Seybo, después de vivir esta realidad en tan sólo unos días, que es su pan de cada día, creo que es necesario un tiempo para procesarlo.Un tiempo que me enriquece, me fortalece, me hace pensar en muchas cosas, sobre todo, en esas personas. Y en el importante papel de los misioneros, de los Dominicos, de Miguel Ángel Gullón, que acompaña a quien lo necesita. Un tiempo que me deja claro que me gusta “estar” y que quiero compartir con esas personas. Gracias.
Patricia Rosety, voluntaria de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas y redactora jefe de tribunales COPE