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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

Hasta el Pater Noster se reza aquí de otro modo



Sagrario nos escribe desde Quillabamba, porque en Pangoa no tiene conexión y comparte con nosotros sus reflexiones y sus aprendizajes diarios en su viaje misionero.

Querría poder resumir en una presencia, un sonido, un golpe de calor sofocante o el repiqueteo de la lluvia en la selva, algo de lo que es estar aquí. Pero creo que no sería capaz porque casi nada es como parece, o pasa por el corazón y se posa en la piel como los insectos, pero difícilmente llega aún a las palabras . Tendría que haber regresado para tener alguna perspectiva... Tendría que haber vivido mucho más tiempo aquí, tendría que haber remontado, como un río salvaje la extrañeza que todavía me embarga.

Querría poder reproducir el alboroto del internado, ese despertar antes de las cinco de la mañana con el canto chirriante de las cigarras, el trajín de las habitaciones de las chicas sobre el techo de madera de mi habitación, la sensación de campamento scout recorriendo las veredas que llevan a las pilas y a los baños, el saludo inquietante y nada simpático de las cucarachas, el canto del gallo y las gallinas, esperando la pitanza, antes de que los chicos desayunen y se marchen al colegio. Y de fondo, todo el tiempo esas risas cantarinas de jóvenes, que aún careciendo de tantas cosas que tenemos allá, aquí están felices.
Las comidas desde el hogar de leña que la señora Sonia enciende a las dos o las tres de la mañana, ese olor de humo, mate y sopa que envuelve todos los ambientes que rodean la sala, las prisas, los uniformes que por más que laven y se esfuerce la profesora Justina nunca están impecables, pero tienen una graciosa prestancia.

Cada día aprendo y me cuesta, lo que yo sé o controlo en tanto que profesora se me hace casi nada en relación a esos retos diarios de lo doméstico, que para mí son difíciles o incómodos y me retrotraen a la época de mis abuelos en la España rural del siglo pasado. Cada día pienso que la vida de estos jóvenes es muy esforzada en comparación con cualquier adolescente de allá y, sin embargo, los veo más vitales que ellos. Es cierto que cuesta motivarlos para el estudio, pero su ánimo y su alegria de vivir es notable, y su capacidad para el trabajo encomiable.
Los que salen el fin de semana se van a casa a trabajar duro en la “chacra”. Me impresiona ver a los muchachos cortando leña desde bien temparano, mientras las chicas se ocupan del gallinero.

Sus ratos de juego en el jardín del internado los sábados y domingos son tan espontáneos, lo mismo les da chapotear pateando el balón por el “pasto” como dicen acá, que subirse al cocotero para “pallar” cocos para todos y cada uno, abrirlos con el machete, y luego rociarse y beber el agua de coco entre risas. Estos momentos de algarabia, de juegos y frutas compartidas en la luz de la tarde son como una fiesta improvisada, cualquier momento es bueno para disfrutar y sorprenderse.

Si me preguntáis que hago aquí, casi nada, mantengo mi particular batalla, de antemano perdida, con los insectos, apoyo las horas de estudio con algunas sesiones de lectura, para las que escojo leyendas y autores de estas tierras, doy algunas charlas de valores y de motivación para el estudio y el trabajo profesional y también algunas catequesis de bautismo... Pero todo ello es oficio menor, comparado con el aprendizaje para el que cada día tengo que disponerme con el mejor ánimo, en las tareas y oficios, como digo domésticos, que ellos hacen con tanta facilidad.

Ahora he tomado unos días de descanso en la ciudad Quillabamba, en la misión de Koribeni y aprovecho para escribir porque en Pangoa no tengo conexión (mejor no os digo lo que me ha costado acostumbrarme a ésto, a la sensación de incertidumbre y aislamiento).

En estos lugares he podido asistir a la liturgia y celebrar confirmaciones y bautismos, así como las misas de estos días tan señalados, los Santos y difuntos. Y sí, me di cuenta que me faltaba la celebración litúrgica, como si me hubiera faltado el pan en la mesa. Así voy aprendiendo también esa soledad en la oración, necesaria, imprescindible como la poesía, para dar significado y sentido a todo lo que se va viviendo.

De cualquier modo, y a pesar de la selva y los bichos, caminaremos en presencia del Señor, que es nuestro pastor y nada nos puede faltar. Hasta el pater noster se lee y se siente desde aquí en otra hondura.

Y me queda por señalar, para acabar esta crónica, la importancia de la formación que nos habéis ofrecido, muchas cosas se van recordando en el día a día tejiendo el entramado de una aceptación Serena de los retos y los límites.