Visita a Tangoshiari
El grupo de voluntarios de Kirigueti visita la comunidad e Tangoshiari y les da pié para reflexionar sobre los problemas que la comunidad sufre en la atención sanitaria.
Todo empezó hace algo más de una semana, los voluntarios de Kirigueti nos adentramos en nuestra primera experiencia de convivencia con otras comunidades. El “padrecito” David llevaba tiempo preparando esta visita a Tangoshiari y Kotsiri ya que tenía que visitar estas comunidades, especialmente para abastecer a Tangoshiari de material escolar.
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Hemos tenido el gusto de sobrevolar por la Amazonía peruana desde Kirigueti a Tanghoshiari, descubrir los maravillosos ríos y canales que configuran este espectacular paraje. Enrique es el piloto de las misiones Dominicas y de las Franciscanas, realiza su labor a través de la ONG “Alas de esperanza”. Miles de historias rodean a este encantador personaje y todas ellas dando su tiempo y vida por las misiones.
Una vez que aterrizamos en “Tango” pudimos contemplar los espectaculares cerros que coronan a esta comunidad. Una vez que nos acomodamos en la preciosa misión de madera, nos aventuramos a dar una pequeña vuelta por la población y presentarnos. Dio la casualidad que estaban de celebración en la comunidad. Fuimos invitados a la fiesta y disfrutamos como niños en el cumpleaños de “Graciela”, una joven del poblado que cumplía 20 años. Era nuestra primera fiesta en una de las comunidades y lo pasamos en grande. Nos dieron de comer yuca y carne de sajino, y de beber, el fantástico masato (bebida de yuca fermentada) . Cabe destacar el gran sentido del humor de los Asháninkas. Cuando nos estaban ofreciendo la cena, en uno de los platos había una cabeza de mono, los voluntarios nos quedamos impresionados pensando a quien le tocaría el plato, en ese momento se hizo un silencio y todos los allí presentes empezaron a reír. Parece que nos conocen más ellos a nosotros que nosotros a ellos…
No todo fueron buenos momentos, tuvimos que vivir la situación de exclusión sanitaria que viven los nativos en su comunidad, para ello voy a poner nombre a los protagonistas.
Persie, un chico de 16 años, estaba arreglando el techado de su choza cuando se resbaló y se precipito al suelo. Esa caída le provocó que el codo se le dislocara y sufriese una fractura. En ese momento no había nadie en la posta sanitaría ya que el enfermero tuvo que salir el día anterior con una mujer del poblado en helicóptero por otra urgencia. Los miembros de la comunidad le pidieron al Padre David que interviniera y diese parte por radio de lo ocurrido, y es aquí dónde empieza la burocracia medico-peruana con aportaciones de las compañías del gas.
Cada comunidad nativa tiene un promotor de salud, esta persona ha recibido un “curso” de primeros auxilios así como una serie de directrices para poder diagnosticar enfermedades habituales, heridas, fracturas... Daniel es el promotor de salud y junto con el padre David, fue el responsable de comunicar la situación a los servicios médicos. Los trámites por radio duraron casi toda la mañana. Calculamos unas 6 horas hasta recibir el visto bueno de los servicios médicos para organizar conjuntamente con la empresas de gas un helicóptero para sacar el herido .En esas 6 horas todos los voluntarios pudimos observar un ir y venir tanto del padre David como de Daniel para confirmar la identidad del herido, verificar que la herida era de gravedad (unas 5 veces preguntaron por radio si era necesario venir a por el herido) y buscar a alguien del poblado que tuviese DNI para poder acompañar al herido. Otro grave problema en estas comunidades es la lenta y costosa burocracia para dotar a los nativos de identidad.
Sin duda, pudimos sentir la impotencia de ver la dificultad que tienen las comunidades más aisladas para poder acceder al servicio sanitario. Esta experiencia no sólo nos sirve para valorar lo que tenemos en nuestro país de origen, sino para plantearnos que la sanidad es un derecho fundamental. Algo por lo que se tiene que luchar y exigir tanto al ministerio de salud como a las empresas de gas para que cumplan sus convenios con las comunidades.
Por desgracia, ésta no fue la única experiencia que tuvimos de este tipo. En una de las visitas que hicimos a las familias de Tangoshiari, conocimos a Antonio, un nativo Asháninka , esposo de una entregada mujer y padre de cuatro preciosos hijos. Nos recibió en su chacra, lugar donde se encuentran las tierras cultivadas de las familias y la choza donde pasarán los días en los que los niños no van al colegio.
Saludamos a Antonio, estrechándole su pequeña y débil mano. Nos mirábamos nerviosos preguntándonos qué le pasaría, pues su expresión de tristeza y la fragilidad de su mirada delataban que sufría alguna enfermedad bastante grave. El Padre David conversó con él, pues no hablaba a penas castellano y nos limitamos a intentar entender algunas de sus palabras. David le preguntó si aún seguía sin poder tragar, el asintió, añadiendo que sólo podía tomarse una disolución que le facilitó el Padre David llamada “Insure”. Le dejamos una caja de avena, ya que desconocíamos lo que podía o no tomar, y antes de marcharnos, las últimas palabras de Antonio cayeron sobre nosotros como losas, hundiéndonos en la angustia más profunda. Nos dijo que se había ido a la chacra para que cuando muriera su familia lo dejara en el río… Así pues, nos fuimos cargando con nuestra mayor impotencia.
Caminando de vuelta a la misión, David nos contó la historia de este personaje que nos dejó marcados. Antonio había estado muy enfermo y le acompañó a Lima para ingresarlo en el hospital. Después de muchos días, Antonio veía que no mejoraba, y le pidió al Padre David que le acompañara de vuelta con su familia, pues allí en Lima no hacía nada más que ir muriendo poco a poco y lejos de su casa sin su familia él no era nada. Así pues, pidieron la baja voluntaria y se volvieron a Tangoshiari. Antonio tiene Cáncer, y aunque nunca lo ha sabido, no le ha hecho falta, porque sin necesidad de ningún diagnóstico, él ya sabía que se estaba muriendo, y que no había mejor lugar para hacerlo que en su chacra, con su familia; ellos cuidarían mucho mejor de él que cualquier médico vestido de blanco.
Aquí retomamos nuestra reflexión sobre la dificultad de acceso a la sanidad de los nativos, y en su caso, el gran problema que surge cuando acceden a ella, ya que se ven solos, enfermos, lejos de sus seres queridos, y dejándose en manos de una medicina en la que no creen, pues a ellos quien les cuida, quien les da la vida y quien se la quita es la propia naturaleza.
También tuvimos momentos de alegría en nuestro viaje. Conocimos a todo un personaje, el señor Nicolás. El Padre David nos había contado que Nicolás fue un defensor de su pueblo frente al grupo terrorista Sendero Luminoso. Él luchó contra ellos defendiendo a su pueblo y trayéndolo a salvo hasta Tangoshiari, donde al fin se asentaron y comenzaron una nueva vida en busca de la Paz.
Entre masato, yuca, cerveza y refresco, Nicolás nos fue contando sus aventuras. Nos explicó cómo había viajado a Moscú y pasado mucho frio luchado contra las ametralladoras del ejército ruso ; había estado en España y conocido a sus gentes; había viajado hasta Brasil y visto a las más hermosas mujeres. Todos nos quedamos boquiabiertos imaginando a Nicolás en todos estos lugares. ¡Pero mayor fue nuestra sorpresa cuando nos dijo que todos estos viajes los había recorrido en sueños! Se había tomado un planta llamada Ayahuasca con la que podía viajar al lugar donde quisiera y hacer lo que le viniera en gana. Una peculiar forma de viajar sin gastar dinero ni moverse de casa.
En definitiva, nuestra breve pero intensa estancia en Tangoshiari ha servido para saborear un poco más la experiencia misionera, pero sobretodo ser parte por unos instantes de la vida de los nativos, de su felicidad y también sufrimiento.
Próxima comunidad, Kotshiri!!