Misioneros, «hermanos de todos»
Descubrir personas capaces de hacerse cargo del dolor ajeno sin límite de tiempo, cargando con la fragilidad de otros, sin miedo al dolor o la impotencia, nos lleva a pensar que no todo está perdido
Quizá no vaya a ser recordado por haber realizado grandes gestas, pero sin duda será el Papa de los signos pequeños, y uno de los pontífices con una enseñanza más clara y abundante en moral social, y sobre doctrina social de la iglesia. Y el documento Fratelli tutti es una prueba de ello.
Leer esta encíclica desde el propio contexto vital es nuestra propuesta, en concreto desde el ámbito de la misión ad-gentes, para descubrir en ella algunos desafíos que el papa Francisco plantea a los cristianos en general, y a los misioneros/as especialmente.
Desde el comienzo Francisco nos habla del «Pobre de Asís», proponiéndolo como paradigma de evangelizador dialogante, hasta el punto de superar los obstáculos y llegar hasta el Sultán de Egipto.
Es san Francisco, como muchos misioneros hoy, el hombre del diálogo, que no se deja arrastrar por el miedo al distinto, por la lógica de «levantar muros».
De manera libre y en un gesto audaz, él y muchos/as hoy han optado por la cultura del encuentro frente a la del descarte, por descubrir en el otro a un hermano y no a alguien «desechable» en aras del desarrollo de otros.
De la mano de la parábola del Buen Samaritano, comenzará el Papa con una hermosa reflexión acerca de un mundo asaltado, donde lasvíctimas yacen postradas en nuestros caminos. La actitud de los personajes frente al dolor de la víctima nos cuestiona y nos va llevando a tomar postura.
Esa que ha hecho que muchos hombres y mujeres hayan entregado los mejores años de su vida a la misión. Desde el descubrimiento que el otro era merecedor de su tiempo, de su juventud, de sus fuerzas, de su ilusión, de su entrega, … su dolor se convirtió en el suyo, se convirtieron en prójimos del que sufre.
Descubrir personas capaces de hacerse cargo del dolor ajeno sin límite de tiempo, cargando con la fragilidad de otros, sin miedo al dolor o la impotencia, nos lleva a pensar que no todo está perdido.
Una de las originalidades de la Fratelli Tutti quizá sea la llamada “ley del éxtasis”. En palabras sencillas viene a decirnos que solo es posible encontramos con la riqueza de la diferencia cuando nos atrevemos a salir. Salir de nuestros ámbitos geográficos, culturales e ideológicos.
La generosidad de muchos/as que lo han hecho, dan testimonio alegre de ello. De cómo cuando tomando conciencia del valor de lo propio, eres capaz de entrar en diálogo sereno con lo distinto, se produce el diálogo fecundo.
Salir siendo testigos de la rica tradición eclesial que desde los santos padres nos recuerda: La Tierra es para todos, y las oportunidades de desarrollo también.
Y es de agradecer la labor de tantos misioneros, que teniendo esto claro, siguen sin desfallecer en la lucha contra las causas que originan la pobreza y desigualdad en muchos países del mundo.
El tema de las migraciones es algo que preocupa al corazón del Papa. En múltiples ocasiones habla de ello, también aquí dedica un capítulo. Y cierto es que muchas veces el ámbito de la misión ad-gentes es precisamente de dónde proviene la mayoría de los migrantes. Sin embargo, hay dos tareas en la que la contribución de los misioneros es fundamental: la
ayuda para ampliar la mente y el corazón, y el ser voz de los que no la tienen. La primera tiene que ver con una labor formativa, ayudando a ensanchar los límites de la mente y el corazón, para en diálogo entre lo propio y lo ajeno, poder interpretar la realidad que nos rodea e iluminarla desde el evangelio. La segunda con la denuncia profética de situaciones injustas, donde incluso en países «en vías de desarrollo», puede haber pobres entre los pobres, personas cuyos derechos sean negados, vulnerados y no reconocidos.
Aunque sería un tema mucho más amplio, nadie duda del servicio que desde la Caridad Política los misioneros prestan a los pueblos en los que viven y trabajan. Si bien es verdad, como dice el Papa, que los ministros no han de entrar en política propia de la vocación laical, no puedentampoco desligarse de esa dimensión.
Sobre todo, cuando las normas que rigen el comportamiento social no son la búsqueda del bien común, sino la lógica del mercado. En unas identidades nacionales difusas, las fuerzas trasnacionales económicas cobran fuerza, y el beneficio se impone sobre el desarrollo, la especulación sobre las personas.
Conocemos iniciativas de muchos misioneros para crear tejido asociativo de manera subsidiaria, que supla las deficiencias estatales.
Esta creación de trabajo en red, junto con la formación de buenos líderes comunitarios, gestan el cambio. Hacia una política distinta, donde sea posible amar con ternura, donde sea decisivo más que los intereses personales o partidistas, los comunitarios. Desatando procesos con la conciencia de que otros recogerán los frutos.
Es precisamente en el capítulo donde habla el Papa de la cultura del encuentro donde quizá encontremos reminiscencias de latitudes distintas a la nuestra. Es la experiencia comunitaria que se vive en los ambientes de misión, la que inspira también hoy el hacia dónde camina la Iglesia.
Comunidades capaces de crear ambientes cordiales y amables, inclusivas, capaces de tender puentes, que apuestan por la verdad, y que se cimientan sobre valores trascendentes.
Inspiración que encontramos también en los procesos de sanación y reconciliación que se han hecho en muchos países asolados por la violencia.
Los cristianos seguimos invitando desde el evangelio a amar al opresor, esto es a renunciar a la lógica de la ira y la venganza. El que perdona de verdad no olvida, pero renuncia a ser poseído por la misma fuerza destructiva de la violencia.
Es probable que, si tuviéramos memoria de los horrores acaecidos fuera de Europa, en estos últimos cincuenta años, no defenderíamos la Guerra como instrumento de solución de conflictos.
El último capítulo de la encíclica parte de la constatación que hiciera Benedicto XVI, la raíz del totalitarismo moderno ha sido la negación de la
dignidad trascendente del hombre. Al servicio de esta están precisamente las religiones en todo el mundo. Por ello los creyentes necesitamos espacios para conversar y trabajar juntos al servicio del bien común y en la promoción de los más pobres.
Cobra especial importancia en países de misión donde el catolicismo no es mayoría, la llamada del papa al trabajo conjunto en aquello que nos une por la construcción de la paz. En el llamamiento final con el Gran Imán Ahman Al-Fayyeb de Abu Dabi, dirá que el camino ha de ser la cultura del diálogo, la conducta la colaboración común, y el método y criterio el conocimiento mutuo.
Diego Rodríguez Hernández, (1983, Tenerife), prenovicio dominico y colaborador de Misioneros Dominicos-Selvas Amazónicas.
"Hace 14 que soy sacerdote de Tenerife y mi inquietud a la vida religiosa surgió cuando menos lo esperaba. Fruto de una llamada dentro de la llamada que sentía Dios me dirigía, pero fue al tener que acompañar a un joven que estaba discerniendo su vocación como conocí realmente la Orden. Fue el testimonio, de alegría, fraternidad y libertad lo que más me cuestionó. Soy licenciado en teología moral y como aficiones me considero un melómano. Me apasionan también la historia y la literatura."