Fray Gerard en la Amazonía (visita a las Misiones del Bajo Urubamba)
Fr. Joel, OP, misionero dominico en Kirigueti, nos cuenta como ha vivido la visita del Maestro General de la Orden de Predicadores
El sucesor de Santo Domingo hizo su paso por la Amazonía del sur oriente peruano antes de cerrar agosto de este año. Según el plan de visita estaba contemplado que conociera Sepahua y Kirigueti (por el Bajo Urubamba), pero gracias a su disponibilidad, como la de Fray Fernando, socio para América Latina, quien le acompañó en esta visita, se pudieron conocer otras rutas. Ya hace un tiempo atrás los misioneros dominicos mantenemos una estrecha relación de cooperación con la empresa Pluspetrol que tiene un campamento en la zona de Malvinas. Gracias a las coordinaciones de Fray Ignacio Iraizoz, los visitadores, acompañados de Fray Rómulo -prior provincial de los dominicos en el Perú- arribaron por avión desde Lima hasta el distrito de Megantoni (La Convención, Cusco), que es donde se encuentra el mencionado campamento, y desde ahí navegar por las aguas del río Urubamba que conecta nuestras misiones dominicanas de Timpía, Kirigueti y Sepahua.
La llegada a Malvinas se efectuó el 19 de agosto. Los visitadores llegaron por la mañana al campamento y luego empezaron el viaje hacia Sepahua. Un viaje que duraría alrededor de hasta ocho horas por río. En el trayecto se hizo una parada en Kirigueti, para estirar un poco los pies y sobre todo para almorzar. Nuestro equipo de misión salió a recibirlos y conducirlos hasta la casa donde les esperaba un riquísimo asado de “maniro” (venado, en matsigenka) que por esos días unos comuneros habían llevado a la misión a ofrecernos. Durante el almuerzo, Fray Gerard no se resistió al sabor de la cervecita cuzqueña negra, y tras breves diálogos, porque el tiempo apremiaba, el viaje continuó hasta que alrededor de las seis de la tarde, cuando la comitiva llegó a la casa Misión El Rosario de Sepahua. Aquí se unió Fray Edwin Silva, socio del provincial del Perú para la Amazonía.
En Sepahua, la comitiva era esperada por Fray Ignacio Iraizoz y Fray Edgar Pary. Quienes han pasado por esta misión saben muy bien que cuando se trata de visitas, la comunidad no tiene reparos en prodigar fraternidad y comensalidad para que sus invitados se sientan muy agusto. Los días que se estuvo en Sepahua, me informan los visitadores, pasaron por la residencia de chicos y chicas, se sentaron junto a ellos a compartir una rica agua de coco mientras platicaban e intercambiaban preguntas de modo muy ameno. Hubo tiempo también para visitar el instituto Carlos Laborde que en sus inicios fue ayudado desde la mano de la misión; visitaron el centro de salud florecido después de muchos años en que fue una semilla de la misión: aquella posta que los misioneros construyeron para los nativos y que ahora es el centro de salud El Rosario. Caminaron por las aulas y ambientes de la escuelita inicial “Rosa de Santa María” y luego del colegio “Francisco Álvarez”. En ambas instituciones educativas se respira la herencia dominicana en estas tierras. Para mayor “inri”, el Municipio distrital nombraron a los visitantes “huéspedes ilustres de la ciudad”, cuestión que fue sellada con la vestición de la cushma yine, traje ancestral de las comunidades de la “Babel del Amazonas”, como se le conoce a Sepahua. Ante tantas muestras de cariño, Fray Gerard expresaba lo que dijera alguna vez Santo Tomás de Aquino: “La grandeza de los dones está en quien lo ofrece más en quien los recibe”. En la Eucaristía, el maestro volvía a decirlo abordando nuestra experiencia de fe celebrada: la vida debe ser una constante “eucaristía”, un continuo dar gracias.
Después de pasar por Sepahua, la visita continuaba, pero esta vez “río arriba”. Nuestras misiones de Kirigueti y Sepahua se pusieron de acuerdo para que el viaje fuera por un bote manejado por el señor Miguel, gran amigo de nuestra familia religiosa. Los visitantes llegaron el día 22 de agosto al mediodía a Kirigueti, un día después de la fiesta del colegio y día de descanso para nuestra misión que se encontró completamente involucrada en sus actividades cada año; confesamos que estábamos algo agotados, sin embargo, la visita se convirtió en un aliento en medio de nuestros cansancios.
Mientras llegaba la hora del almuerzo, una familia muy conocida en la zona se acercó para presentar las primicias de su primera horneada de pan, pues estaban abriendo su panadería. Las trajo a la misión para su bendición y la de su familia. Históricamente por fin habría pan del mismo Kirigueti (hasta el momento, se encomendaba a otras zonas y hasta se congelaba para que dure varios días). Fray Fernando y Fray Gerard se animaron a la bendición del pan y la correspondiente foto para promocionar la mercadería. Pensaba en cómo el sucesor de Santo Domingo bendecía pan, como antaño nuestro padre lo hacía para con sus hijos.
Tras pasar al comedor y compartir el pan nos esperaba una tarde de reunión con el Equipo itinerante de Kirigueti, la santa misa y la cena con agentes pastorales. Todo estaba calculado. Pero resultó que ese mismo día nos caía la visita inopinada de la Defensoría del pueblo, una institución del estado, que iba a supervisar el estado situacional de nuestra residencia estudiantil, trayendo bajo el brazo un folio de cerca de 100 páginas para ser llenadas. Si bien el puesto de misión de Kirigueti es considerada una institución de administración privada, ahora, para su funcionamiento, se requieren de ciertos permisos y protocolos para su funcionamiento y apoyo en algunos aspectos por parte del Gobierno. La situación era más que incómoda, pero debía atenderse. Quien escribe, Fray Joel, es coordinador de la residencia y pronto me sometí al juicio de los supervisores juntos a otras voluntarias y trabajadoras del Estado con quienes compartimos la misión. Las religiosas dominicas, mientras tanto, tenían el conversatorio con el maestro. Era curioso: el maestro de la orden hacía visita canónica a las hermanas y no a su fraile. Anecdótico.
Después de atender a los inspectores nos unimos a la santa Misa. Participaron de la celebración pocos comuneros, pero los presentes eran significativos: la profesora Dora (la primera bautizada de la historia de Kirigueti), el profesor Samuel (profesor destacado, ex-director del colegio), Sairenita (coordinadora del Equipo de catequesis y profesora de primaria), entre otros. Obviamente la presencia de los más de setenta residentes de la misión (de comunidades nativas alejadas), a quienes explicábamos que Fray Gerard era como “el papá de los dominicos en el mundo”. Después de las respectivas fotografías, pasamos al ágape en el comedor de la misión, donde Fray Gerard iba conociendo a las personas que colaboran con nuestra residencia y actividad misionera, pues últimamente hemos tomado conciencia de la sinodalidad de la misma: en Kirigueti compartimos la vida un sacerdote (Fray Joel), tres religiosas (Giovanna, Arlette, Jacqueline), una voluntaria de REIBA (Red educativa intercultural bilingüe de la Amazonía, ella es Fátima) y tres voluntarias-tutoras y docentes (Celeste, Marycielo, Cristina).
Para el 23 de agosto debíamos salir hacia Timpía. Como equipo considerábamos que los visitadores debían conocer la otra misión que tenemos a cargo. El bote nos esperaba en el puerto y la travesía por el Urubamba se dio alrededor de las nueve de la mañana, después que los visitantes conocieron los ambientes de la escuela y el colegio bastante modernos (es cierto, aun con precariedades) y que son como un homenaje a la obra misional de quienes pasaron por ahí. El colegio lleva el nombre de Mons. Javier Ariz, a quienes los nativos le llamaron “papá grande”, no solo por su contextura, sino por lo grande de sus proyectos (impulsor de las misiones en la zona, de las radios, de las escuelas, entre otras cosas). La anécdota del trayecto la vivió Fray Gerard cuando, cansado por los viajes de un lugar hacia otro, se quedó dormido mientras sus manos desgranaban el Rosario y casi cae el río Urubamba. Afortunadamente Fray Edwin evitó que sucediera algo peor. Sin embargo, nos contaba Fray Gerard, por lo que pasó en esos instantes, en todo el viaje y hasta cuando descansaba en la cama, le quedaba un miedo cada sensación de voltearse hacia algún lado.
La misión de Timpía tiene una casita ya deteriorada por el paso de los años, que con la ayuda de Selvas Amazónicas, trata de aguantar las inclemencias del clima húmedo propio de la zona. Pero lo que tiene de vieja, lo tiene de acogedora. Como no existe la presencia de un fraile o una religiosa de modo permanente, nuestro Equipo visita y se queda unos días allí, por lo menos una vez al mes. Para la llegada del maestro, nos esperaban allí los tres laicos voluntarios que al mismo tiempo son docentes del colegio secundario: el matrimonio Fredy y Verónica, y Ray, quien recientemente se viene involucrando más con las tareas de la misión. Esa misma noche, el colegio de Timpía, que también lleva el nombre de un misionero dominico, Fray Julián Macegoza, celebraba la víspera de su aniversario. Después de la entrevista canónica que los visitadores tuvieron, ahora sí, con el fraile de la zona, la comitiva acompañó un momento el paseo de antorchas y el inicio de la serenata por el aniversario. Después de las palabras que dirigió el maestro, que aprendió a decir “¡Oga!” y “¡Ariobé!” (¡Hola! y ¡gracias! en matsigenka), la comunidad nativa le hizo entrega de unos presentes: un sagi (bolso tradicional Matsigenka) para cada uno. Quienes han pasado por Timpía saben que las habitaciones de los frailes e invitados tienen una preciosa vista hacia el río Timpía que se une al río Urubamba. Como tantos misioneros que contemplaron desde allí la Amazonía y tomaron decisiones importantes en oración con el Señor, Fray Gerard se unió a la lista de los que han logrado tener esta experiencia desde la humildad de las paredes, la antigüedad de los robles, y las ruinas de los antiguos aserraderos y establos que mucho significaron para la comunidad nativa: historia viva que grita: ¡cuánto bien hicieron aquí los hermanos!
El viaje por el Bajo Urubamba llegaba a su fin. Líneas arriba habíamos ya dicho que se iba de subida. Al otro lado del Pongo ya la zona se llama Alto Urubamba y comienza la ruta hacia la Ceja de Selva en que, además de las parroquias diocesanas, se encuentran las misiones de Koribeni-Pangoa y Quillabamba. Pero esa ya es otra historia. Aunque, ¡es cierto! Hubo una anécdota más. El último día por el Bajo Urubamba, después de celebrar la misa, tomar el desayuno y tomarse algunas fotos de recuerdo con los residentes de la misión, la comitiva se dirigió el puerto para esperar el bote público que pasaría a una determinada hora. Fray Rómulo contó que el bote esperado ya había pasado, y se quedaron un par de horas más para no perder el siguiente. Entonces, Fray Gerard, Fray Fernando y Fray Rómulo (Fray Edwin ya conoce de estos avatares) tuvieron la experiencia de la espera prolongada y parusíaca que todo misionero y misionera pasa por estos lares. No se sabe cuándo pasará el bote, pero se sabe que llegará. Y la espera se acompaña con charlas, desesperaciones, calor, zozobra, pero el avistamiento del bote lo transforma todo, los renueva todo… y nos pone en camino, como eternos visitantes en la Selva… y en la Tierra.
Fray Joel Alfonso Chiquinta Vilchez, Misionero Dominico - Selvas Amazónicas