Cógeme en brazos
Bonito relato de un misionero comboniano en Isiro, R.D. de Congo.
"Llamé a un mecánico y preparamos todo lo que pensábamos que necesitaríamos para reparar la moto, y nos pusimos en camino. Después de tres horas y media llegamos al lugar, donde la hermana nos estaba esperando. La saludamos a ella y a la gente que nos estaba allí, y nos dio su versión de la avería. Comenzamos a reparar la moto, cuando veo que una niña de unos dos o tres años se acerca a nosotros ..."
"Llamé a un mecánico y preparamos todo lo que pensábamos que necesitaríamos para reparar la moto, y nos pusimos en camino. Después de tres horas y media llegamos al lugar, donde la hermana nos estaba esperando. La saludamos a ella y a la gente que nos estaba allí, y nos dio su versión de la avería. Comenzamos a reparar la moto, cuando veo que una niña de unos dos o tres años se acerca a nosotros y no se separa, algo extraño porque en las aldeas los niños siempre corren cuando ven aparecer a un blanco, como si hubiesen visto al diablo en persona.
Nosotros continuamos con nuestro trabajo para poder regresar cuanto antes y evitar la noche en la carretera, pero la niña seguía a nuestro lado. Una vez terminado todo y probada la moto, nos sentamos para comer lo que la gente nos había preparado, y la pequeña siempre junto a mí. Por curiosidad pregunto al responsable de la capilla y me dice que es huérfana de padre y madre y que vive con unos parientes.
Escuchando esas palabras, el corazón se me llenó de pena. Pedí a la niña que se sentara a mi lado y ella me dijo: "Mema ngai", que quiere decir: "cógeme en brazos". La cogí y comenzó a sonreír. Fue como ver a un ángel de lo contenta que estaba, y me dijo nuevamente: "moto moko amemi ngai té", para agradecer que alguien la hubiese cogido en brazos. ¡Dios mío!, el corazón se me puso a cien, no sabía qué hacer, la abracé más fuerte contra mi cuerpo y no la dejé un instante sola mientras estábamos allí. ¡Un simple abrazo puede hacer a alguien feliz!
Terminamos todo y llegó la hora de partir. Una vez más me acerqué a ella, la levanté hasta el cielo y la abracé nuevamente diciéndole que nos volveríamos a ver. Ella, con una simple sonrisa, me respondió: "ndio", para confirmar lo que le había dicho.
La noche caía y agradecí a Dios el don que me había concedido ese día, que debería haber sido de descanso y de lectura, pero Él tenía algo preparado más grande para mí. Mi corazón se llenó de alegría y de paz por el bien que a través de esa niña había hecho en mí."
Misionero comboniano en Isiro (R.D. de Congo)