MARÍA DE GUADALUPE
La fe no es sólo un sentimiento, es una experiencia histórica
Desde el pasado día 9, que celebramos la memoria de San Juan Diego, hasta hoy día 12 de diciembre, he vuelto a leer el Nican Mopohva, una de las fuentes más originales del relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, con comentarios de Clodomiro L. Siller Acuña. Me centré en una aparición por día, hasta culminar hoy con la cuarta aparición y el milagro de la curación del tío de Juan Diego. Cuatro es, en la cultura náhuatl, símbolo de totalidad y culminación.
Dice el texto: “Era pues, sábado, cuando aún era de noche”. Igual que hoy, sábado, y cuando aún era de noche, desperté. Mi primer pensamiento fue la misa que íbamos a celebrar en comunidad conmemorando a Santa María de Guadalupe. Juan Diego llegó al lado del cerrito Tepeyac como lugar religioso donde se revela Dios. “Ya estaba amaneciendo”. También para mí. “Oyó cantar en la cumbre del cerrito: como si distintos pájaros preciosos cantaran”. También quedé deleitándome con el trino de los pájaros que posan en el jardín de nuestra casa. Y como Juan Diego, me decía:“¿Por ventura lo merezco?”.
Juan Diego subió al cerrito y vio una señora que estaba allí de pie “que lo llamó para que se acercara a su lado”. La señora reivindica la dignidad del indio. A su vez, el indio restituye la dignidad del pobre. Le dice la señora: “Oye, hijo mío el más desamparado, digno Juan; ¿adónde vas?”. Siento que la pregunta es a mí en la situación de desconcierto que vivo en este momento. Más todavía, si me pongo al lado de tantos pobres y tantas personas que sufren por múltiples causas. “Sabe y ten seguro en tu corazón, hijo mío el más desamparado, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre de El Dios de Gran Verdad, Teotl, de Aquel por Quien Vivimos, de El Creador de Personas, de El Dueño de lo que está Cerca y Junto, del Señor del Cielo y de la Tierra”. Dice que es Madre de los antiguos dioses nahuas, rectificando el contenido y el método de la evangelización de los primeros misioneros en México.
Pide que le construyan una ermita en ese lugar. No en la ciudad de México, centro de la colonización, sino en el Tepeyac. “Allí he de oír sus lamentos y remediar y curar todas sus miserias, penas y dolores”. Con esta misión, la“Madre de misericordia” envía a Juan al Obispo. Lo que pide la Virgen no es sólo un templo, es un proyecto de evangelización basado en la aceptación del indio, del pobre.
El obispo, fray Juan de Zumárraga, aunque lo atiende con cortesía, no le da crédito, y marca la distancia entre los conquistadores y los indígenas. Juan siente la humillación y dominación que sufren los pobres. El indio ya no cree en sí mismo, se ve según la imagen que otros tienen de él: “Por eso, mucho te suplico , Dueña mía, Reina y Niña mía, que a alguno de los nobles más valiosos, los conocidos, estimados y respetados, les des el encargo de pasar y llevar tu pensamiento y tu palabra, para que le crean. Porque ciertamente, yo soy un campesino de por allí, un cordel... y tú, Hija mía la más desamparada, Niña mía, Señora y Reina mía, me envías a un lugar donde no ando y no paro”.
“Le respondió la Virgen siempre venerada: Oye, hijo mío el más desamparado, sabe en tu corazón que no son pocos mis servidores y mensajeros a quienes puedo dar el cargo de que lleven mi pensamiento y mi palabra para que cumplan mi voluntad. Pero es de absoluta necesidad que seas tú mismo el que vayas y hables de esto, y que precisamente con tu mediación y ayuda se haga realidad mi deseo y mi voluntad”. En el proyecto guadalupano, es el pobre el sujeto de la evangelización. También en mi pequeña historia personal he experimentado esa voluntad de la Guadalupana y querer de Dios. En este momento que se inicia una etapa en mi vida, sin ministerio directo y sin responsabilidad de gobierno, me siento lo más aproximado a mi estado original de hermano de obediencia, sin pertenecer al círculo natural donde se toman las decisiones. Es mi lugar, y me siento contento y agradecido. Tal vez el Señor tenga dispuesta otra voluntad para mí en este tiempo y en estas circunstancias.
Cualquier cosa que fuere, pienso que ha de ser para fortalecer la comunidad, la nuestra de frailes dominicos, o la fraternidad universal en una sociedad donde se acumula la injusticia y el menosprecio del pobre. Esa comunidad, como el tío de Juan Diego, está enferma y necesita que se le dé vida. Juan Diego asume su responsabilidad con lucidez. Atiende la salud física y espiritual de su tío. Acude en busca del médico y del sacerdote, posponiendo el encuentro con la Virgen: “Que primero nos deje nuestra aflicción, y antes llame de prisa al sacerdote. Mi tío está padeciendo, no hace más que aguardarlo”. Digno Juan tiene la convicción de que el problema de su tío, de su pueblo, es también la preocupación de “la que está mirando muy bienpor todos”.
La Virgen confirma la fe de Juan Diego y disipa sus temores: “¿Acaso no soy yo aquí tu madre? ¿no estás bajo mi sombra y resguardo? ¿Acaso no soy yo tu fuente de vida? ¿No estás acaso en el hueco de mimanto, en donde cruzo mis brazos? ¿Quién más te hace falta?”. Juan Diego y su tío están resguardados por la protección de María. La que se presentó como Madre del Dios Téotl, se define ahora como la Madrede Juan Diego, la Madre de los Pobres. Ella le asegura que su tío ya sanó. Le manda subir a la cima del cerrito y cortar las flores fragantes ,llenas del rocío de la noche, que allí había de encontrar, aunque no eralugar ni tiempo en que se dieran. Ha de llevarlas al Obispo como señal para que aceptara la voluntad de la Señora y creyera en la palabra del pobre. El Obispo cree y acepta la mediación de Juan Diego. Es una verdadera conversión que confirma que los pobres nos evangelizan.
Luego Juan Diego, ante el Obispo, “desenvolvió su blanca manta, pues en su hueco traía recogidas las flores, y al instante cayeron por tierra todas las diferentes flores de Castilla. En ese momento se pintó, apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre del Dios Téotl, de la misma forma que ahora está presente y se guarda en su preciosa casa, en su ermita del Tepeyac, que se nombra Guadalupe”.
Juan quiso ir a su casa a ver a su tío y fue acompañado por una cantidad de personas. Vieron sano al tío y fueron testigos de lo que él les contó: “El tío dijo que era verdad, que precisamente entonces lo había curado, y que él la había visto tal y como se le había mostrado a su sobrino, y que ella le había dicho que él tenía que ir a México a ver al Obispo”. La fe no es sólo un sentimiento, es una experiencia histórica, por eso Juan Bernardino, que ese es el nombre del tío, irá a atestiguar ante el Obispo. Lo hará en nombre del pueblo
Fray Fernando Solá, OP