La vida de un prenovicio dominico en Cuba
Vivir como prenovicio en Cuba no es un camino cómodo, pero sí profundamente transformador, uno aprende a vivir con menos, a caminar con otros, a descubrir a Dios en lo pequeño.

Son pocos los jóvenes que hoy se atreven a soñar con una vida consagrada, y menos aún quienes deciden recorrer el camino del seguimiento de Jesús al estilo de Santo Domingo de Guzmán. No se trata de una elección fácil ni popular, pero sí profundamente humana y radicalmente evangélica. En Cuba, esa elección se vive con una intensidad particular, marcada por los desafíos de un país en constante tensión y, al mismo tiempo, por la belleza del servicio que se convierte en esperanza concreta para los más necesitados.
Actualmente, en el Convento de San Juan de Letrán, en el corazón de La Habana, late una pequeña comunidad de formación de prenoviciado. Allí comienza el camino para quienes quieren adentrarse en la vida dominicana. Esta etapa inicial combina el estudio de la filosofía con la formación pastoral y, sobre todo, con un proceso profundo de discernimiento vocacional. No se trata solo de estudiar o de prepararse, sino de aprender a vivir según el corazón de Domingo: contemplar y dar lo contemplado.
La vida en Letrán, como cariñosamente le llaman los habaneros, es un espacio de encuentro permanente con la juventud cubana. Cada día, jóvenes de toda la ciudad atraviesan sus pasillos rumbo al Centro Fray Bartolomé de las Casas, donde se imparten cursos de Filosofía, Formación Integral de Adolescentes (FIA), Humanismo e idiomas. Este intercambio constante nos permite no solo compartir nuestra fe, sino también conocer de cerca las múltiples realidades que marcan la Cuba de hoy: precariedad, creatividad, sueños rotos y esperanzas por reconstruir.
La misión dominicana no se limita a los muros del convento. En las parroquias donde servimos —como Línea, Letrán, El Rosario y otras varias— experimentamos la vida del fraile como un llamado a “estudiar no sobre pieles muertas”, como decía nuestro Padre Domingo, sino sobre las páginas vivas de la historia de un pueblo que sufre. Gran parte de nuestros proyectos parroquiales, sostenidos en colaboración con Selvas Amazónicas, se centran en brindar ayudas alimenticias, lavandería y acompañamiento espiritual a personas en situación de extrema vulnerabilidad. Ante el hambre y la mendicidad que crecen cada día, nuestras acciones pueden parecer pequeñas, pero son signos reales de amor encarnado.
Y, sin embargo, no basta solo con ayudar. La vida dominicana en Cuba también apuesta por la formación de conciencia, especialmente entre los jóvenes. En cada convivencia, retiro o taller, buscamos despertar preguntas esenciales sobre el sentido, la fe, la justicia y el compromiso. En la más reciente Convivencia Juvenil Dominicana, celebrada durante la Pascua en Trinidad —otra comunidad con presencia de frailes— reflexionamos sobre la esperanza y la resiliencia como actitudes necesarias para “ser luz del mundo y sal de la tierra”. Allí comprendimos que el carisma dominicano no es solo un ideal teórico, sino una forma concreta de estar en el mundo, anunciando la Verdad con compasión y valentía.
Vivir como prenovicio en Cuba no es un camino cómodo, pero sí profundamente transformador. Uno aprende a vivir con menos, a caminar con otros, a descubrir a Dios en lo pequeño y en lo quebrado. Se aprende, sobre todo, a esperar. Porque en medio del caos, seguimos creyendo que la palabra predicada con amor y vivida con coherencia puede cambiar corazones, despertar conciencias y sanar heridas.
Seguir a Jesús como Santo Domingo no es para muchos, pero sí para quienes desean entregar su vida como respuesta a un Amor que lo ha dado todo. Y en esta tierra ardiente de contrastes, lo cierto es que ese llamado resuena con fuerza. Porque la vocación, cuando es verdadera, no nace del ruido, sino del encuentro: con Dios, con los hermanos, con el pueblo que espera.
Liosdany Rafael Cidrón Jiménez