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La afectividad redimida: El amor transformador en «Dilexi te» de León XIV

Una lectura humana y espiritual. Por Fr. Frisky Sánchez Abarua, OP

Fary Robero Ábalos llevándole la comunión a una señora enferma de una comunidad nativa (Perú)

«Te he amado». Con estas palabras inicia León XIV su primera exhortación apostólica, Dilexi te. Una expresión sencilla y muy evangélica. El amor, núcleo del mensaje cristiano, no es una idea ni un deber: es una experiencia, un encuentro, una acogida.

El Papa sigue la línea espiritual de su predecesor, el Papa Francisco, quien insistió en la misericordia y la cercanía con los pobres. No obstante, aquí esto adquiere un matiz más íntimo: el amor como afectividad redimida, una sensibilidad purificada por Dios y orientada hacia los otros. Porque solo cuando dejamos que Dios transforme nuestra manera de sentir y relacionarnos podemos amar como Él ama.
carmen-calama-en-la-mision-malabo-23-okon-noticia_imagenDel compromiso al corazón: la compasión que transforma desde dentro

El eje principal de la exhortación es el amor preferencial por los pobres. León XIV presenta la pobreza como problema social y espacio teológico: lugar donde se revela el amor de Cristo. Denuncia la indiferencia cultural, esa «fría distancia» que ahoga la compasión, y propone un camino, un dejarse conmover. «El cristiano no puede mirar con indiferencia al hermano que sufre», afirma. No se trata solo de acción social, sino de conversión afectiva, de apertura del corazón para sentir con Cristo.

Esta dimensión afectiva, lejos de oponerse a la fe, encuentra resonancia en la psicología moderna, que reconoce la afectividad como esencial para la salud integral y para la apertura hacia los otros, especialmente hacia los que sufren. No se puede conformarse con emociones efímeras, se necesita una empatía activa que impulse un encuentro compasivo.

En la tradición cristiana siempre se ha situado el corazón en el centro de la persona. San Agustín lo expresó: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». En el corazón convergen inteligencia, voluntad y sentimiento. Cuando se ilumina con la fe, la afectividad se convierte en lenguaje de comunión y encuentro, donde sentimos con Dios y con los demás.
fray-cecilio-abrazo-noticia_imagenDel corazón al mundo: la ternura como misión

El Papa recuerda que el amor no se ejerce «de lejos». La cercanía es afectiva antes que física: mirar, escuchar, tocar, llorar con el otro. Esa ternura no es sentimentalismo; es encarnación. Jesús, en su encarnación, «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (Flp 2,7). El amor que no pasa por el corazón no es cristiano.

«El amor cristiano supera cualquier barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los enemigos, atraviesa abismos insuperables». Es profético, hace milagros, no tiene límites; es para lo imposible. Jesús vivió su misión con afecto: se conmovió ante el dolor, abrazó a los pequeños, lloró con amigos, se indignó ante la hipocresía. En Él, lo humano y lo divino se unieron en sensibilidad redentora.
abrazando-la-comunidad-noticia_imagenHacia una espiritualidad del sentir

León XIV invita a creyentes y no creyentes a recuperar el valor espiritual de sentir. Hoy vivimos dominados por la eficacia y la productividad, donde la ternura parece débil, pero es la forma más fuerte del amor. Amar con el corazón de Cristo significa convertir la vida emocional en camino de comunión y servicio.

El filósofo Byung-Chul Han, al recibir el premio Princesa de Asturias 2025, advirtió: «Gracias a la digitalización, estamos interconectados, pero nos hemos quedado sin relaciones ni vínculos genuinos. Lo social se está erosionando. Perdemos toda empatía, toda atención hacia el prójimo». Esta denuncia coincide con la llamada de León XIV a redescubrir el amor concreto y la cercanía como antídoto frente a la indiferencia y el aislamiento.

«Dilexi te» se resume en una frase: «Dios nos ama con el corazón que siente». Ese amor nos impulsa a cambiar la frialdad por cercanía, la indiferencia por compasión, la lejanía por encuentro. La afectividad humana, habitada por el Espíritu, se convierte en lugar donde florece el amor divino. Como recuerda el Papa: «Ningún gesto de afecto, por pequeño que sea, será olvidado, sobre todo si se hace a quien vive en dolor, soledad o necesidad». Solo quien ama con el corazón de Cristo podrá sanar las heridas del mundo.

Fray Frisky Sánchez Abarua, OP

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