Con qué facilidad se pisan los Derechos Humanos
Este año la Declaración Universal de Derechos Humanos cumple 75 años
Me bajo del avión con la misma ilusión de la primera vez. Ilusión y expectación que me ha llevado como voluntaria a varias misiones de los Dominicos, a la selva amazónica de Perú, Alto y Bajo Urubamba, y Madre de Dios; a Guinea Ecuatorial, Malabo; y a República Dominicana, El Seibo. Países distintos, pero con muchas cosas en común, sobre todo por las carencias que tienen muchas personas, muchísimas, que viven como pueden, con lo mínimo, y tienen sobre ellas el abuso de poder de otras. Se ve, y se vive, con toda claridad la vulneración de Derechos Humanos y de Dignidad. Y lo escribo con mayúsculas. Están pisoteadas en todas partes del mundo, y en unos lugares se ve más que en otros.
Cuando hablamos de ellos enseguida recurrimos a la Declaración Universal, del 10 de diciembre de 1948. Declaración que dice que “todos los seres humanos nacen libres en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sobre el papel queda muy bien, pero la realidad no es ésa. No hay nada más que dar un paseo por el mapa y adentrarnos en las noticias.
No sé por dónde empezar, porque cada lugar, cada misión tiene lo suyo. Pero ahí está la Iglesia, ahí están nuestros misioneros dominicos, para apoyar al débil, al que sufre, para luchar por sus derechos, que no se sientan solos. Tienen una fuerza tremenda y he tenido la suerte de acompañar como voluntaria a Roberto Ábalos y a David Martínez de Aguirre en Perú, a Roberto Okón en Malabo y a Miguel Ángel Gullón en El Seibo. Para ellos, el otro es lo primero.
Si me adentro en la Amazonía peruana me encuentro con la explotación de la selva, por nacionales y extranjeros, buscando negocio al precio que sea, sin importar las consecuencias, sean económicas, ecológicas, sociales o de salud, por decir algunas. Hablamos del expolio del pulmón de la tierra, una macro región rica en minerales, madera, hidrocarburos, fauna, flora. Unos hacen, otros permiten, y los poderosos se lo llevan tras explotar al débil. Multinacionales, políticos o determinadas administraciones no tienen problema en dejar la selva como un desierto, porque del color verde se pasa al amarillo. Y hay que hacer hincapié en la minería ilegal, donde la vida no vale nada. La vida circula en torno a ella y nadie dice nada. Hay miedo.
Si me detengo en Guinea Ecuatorial, en Malabo, me encuentro, de entrada, con la falta de libertad. De libertad de expresión. Hay temor al régimen político y nadie se atreve a hablar, nadie se atreve a expresar su opinión. Saben lo que les puede pasar. Y el voluntario tampoco debe hablar, no puedes perjudicar a los misioneros. Ni a nadie. Y la falta de libertad de expresión lleva a otras carencias.
Y si me paro en El Seibo, República Dominicana, veo lo fácil que es que te dejen sin casa y sin tierra. Estuve al lado de esas personas, de los “peregrinos de El Seibo”, a quienes un terrateniente cubano les quitó la tierra en 2018 porque dice que son suyas. Allí la Justicia funciona con mucha lentitud y con muchos favoritismos, me cuentan. Estuve al lado de personas que se quedaron sin casa porque una multinacional de la Caña de azúcar, Central Romana, arrasó sus viviendas con excavadoras. Y me quedan los haitianos, que en República Dominicana no tienen derecho a nada. No existen, no les dan papeles. O tienen que “comprarlos” para existir, y con tarifas elevadas.
En todas estas misiones dominicas está la radio. Una radio que sirve para denunciar la vulneración de derechos, para buscar justicia y contagiar esperanza. Para acompañar, dar voz y que escuchen al vulnerado.
Tengo la sensación de volver siglos atrás, de ver una película de esclavitud. Pero no, no es una película, es la realidad del siglo XXI. Con qué facilidad se pisan los Derechos Humanos.
Patricia Rosety