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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

Mi vocación misionera

Hoy nos cuenta fr. Roberto Ábalos OP como surgió su vocación misionera. Esta vocación le ha llevado a la misión de San José de Koribeni, en la selva peruana, desde el año 2004 donde realiza una labor increible con las comunidades indígenas,

Lee su experiencia y, si te apetece, hazle algún comentario y comparte con nosotros que te ha parecido.

 

Tuve la suerte de nacer en Los Arcos de Navarra, la tierra de San Francisco Javier, patrono de las misiones, que ha dado miles de vocaciones de misioneros y misioneras extendidos por todo el mundo.

Soy muy aficionado al cine desde pequeño, porque mi padre y mi tío lo eran y uno de ellos, operador del cine del pueblo y me colaba a todas las proyecciones. Además teníamos cine parroquial. Me gustaban sobre todo las películas de Tarzán y las de “indios”, donde no sabía por qué, aplaudíamos cuando eran vencidos por los soldados del general gringo Custer. Pero a mí me gustaban más los cheyenes, apaches, cherokes, sus vestidos, sus plumas, sus tiendas, sus caballos que montaban a pelo, su estilo de vida, sus bailes, que la de los casacas azules que eran bien aburridos y sus jefes despiadados. Las películas de Tarzán me gustaban por la selva, los monos, los tigres, los ríos, cascadas, paisajes exuberantes…

Un día, siendo monaguillo en mi parroquia, el párroco me entregó un folleto donde se me invitaba a ingresar en el Seminario Hispano Americano de Misioneros Dominicosde Villava, Navarra. Apenas me fijé en las letras. Mi vista se fue a las imágenes donde aparecía la selva, nativos con plumas, arcos y flechas, misioneros a caballo por los paisajes de la selva, montañas y ríos, que ya se me habían clavado en la memoria. Creo que fueron esas imágenes las flechas que lanzaron a mi corazón la vocación misionera.

Con doce años, un par de sábanas, una manta y una muda, llegué a Villava donde los dominicos tenían su escuela apostólica. Sobre la puerta de entrada había dibujados dos frailes del tamaño del edificio: Eran Domingo de Guzmán y Valentín de Berrio-Ochoa. El primero fundador de los frailes predicadores, que quiso dejarlo todo, hasta los libros, para marchar a las misiones de entonces. El otro, un bilbaíno que, haciendo honor a su raza, echada pa`lante como los navarros, decía: “Voy a hacerme santo para que tenga uno Vizcaya”; y se fue para las misiones del oriente.

Este seminario o semillero de frailes, tenía como finalidad primordial, como rezaba su emblema, preparar misioneros para Hispanoamérica y más concretamente para la selva peruana. Por eso tenía una extensa huerta con toda clase de hortalizas, verduras y frutas. Tenía una hermosa granja con gallinas, cerdos y vacas. Y además había un enorme edificio de tres niveles donde había talleres de imprenta, carpintería, electricidad, mecánica, encuadernación, zapatería, pintura. Luego supe que en Quillabamba había una réplica casi exacta de aquella huerta y talleres, en la que llamaban granja escuela para los niños nativos. En el desván del taller de electricidad, había una buhardilla donde mi afición al cine encontró un tesoro: varias máquinas de la marca pathé, la que fundaron los hermanos Lumiére y varios rollos de películas. Deshilvané aquellos rollos y me maravillava porque veía hombres, mujeres y niños en camisón. Luego conviviría muchos años con los biznietos de ellos que eran matsigenkas vistiendo sus clásicas kushmas. Mi vocación se encendió mucha más con este descubrimiento. Máxime cuando supe que el realizador de aquellas películas era el P. Gerardo Fernández que llegó con este cargamento a pasar sus últimos días en la enfermería de Villava.

Allá en el seminario hispano americano, teníamos pintado un enorme mapa del territorio que abarcaban nuestras misiones en Perú y que decíamos tenía la forma de un conejo. A cada pelotazo que dábamos, leíamos el nombre de un río, de una misión: Urubamba, Madre de Dios, Chirumbia, Koribeni, Maldonado, Iberia… Luego fuimos aprendiendo la historia de aquellos puestos de misión, de labios de los propios misioneros que las habían fundado y recorrido todos aquellos ríos. Las fotos, diapositivas y películas que nos proyectaban, iban incrementando mi deseo de recorrer también yo aquellos paisajes y conocer aquellas hermosas gentes. Además teníamos una gran exposición permanente de arcos, flechas, penachos, lanzas, pieles de serpiente y otros animales salvajes, muestras del vestido, cerámicas, pinturas… que también iban adornando mi vocación.

Llegó el momento de rubricar ese deseo caminando hacia el castillo de Javier, lugar de nacimiento del ilustre misionero navarro. Allá recibimos un grupo de frailes la cruz del misionero, que era como el pasaporte para aquellas tierras tan deseadas.

Pero antes de llegar a aquellas tierras, forjé mi vocación en tierras salmantinas, ante la insistencia del Sr. Obispo Dn. Mauro Rubio, para que un grupo de dominicos, con vocación por el campesinado y verdadero espíritu misionero, asumiéramos unas parroquias de su diócesis. Así lo hicimos y fundamos la primera casa dominicana campesina de la historia de la Orden. Luego de ocho años de trabajo en tierra de “las villas”: Villoria, Villoruela, Babilafuente y Moríñigo, la obediencia y obligación filial hacia mis padres, me llevó a cuidar de ellos durante cuatro años. Cuando murió mi madre, mi comunidad me permitió realizar mi sueño: ir a otras misiones, a las misiones hispanoamericanas. Y de nuevo tuve que posponer la selva. Esta vez debido al urgente llamado de un hermano y amigo desde Rabinal, Baja Verapaz, Guatemala. En esta población teníamos el primer convento misión fundado por nuestro hermano Bartolomé de Las Casas. En aquellos años, Rabinal pasaba por el mismo martirio que describe nuestro hermano en su “Descripción de la destrucción de las Indias”. En esta parroquia estuve diez años recorriendo las comunidades de montaña martirizadas por la violencia que había dejado en Rabinal, cinco mil víctimas en su mayoría mujeres y niños. Al fin llegaron años más calmados y fue cuando vi la oportunidad de cumplir con la llamada de la selva peruana.

Y aquí estoy desde el adviento del año 2.004, en la Misión San José de Koribeni, luego de haber hecho un recorrido por Sepahua, Kirigueti, Timpía, remontando el río Urubamba y el famoso y temido Pongo del Mainike. Se me encomendó el trabajo pastoral de todas las comunidades matsigenkas del Alto Urubamba que ya cuento veinticinco. Es para mí un orgullo releer la multitud de crónicas de mis antecesores donde describen sus auténticas aventuras o, mejor, buenaventuras, por los mismos ríos, paisajes, comunidades y gentes por los que yo camino, visito y disfruto de su compañía. Al igual que el P. Gerardo que filmó la primera película de misiones, el año 1924 teniendo como protagonistas aquellos hombres con camisones, yo también filmo y fotografío con mi videocámara y edito toda esta maravilla y en las noches se las proyecto, junto con las imágenes de sus antepasados que dejaron en espléndido archivo aquellos frailes con camisón blanco que los visitaron entonces.

Con mi mochila al hombro y acompañado de un paisano matsigenka, salgo en giras de ocho a doce días por diversas comunidades nativas. Debido a la explotación del gas en nuestra misma selva, se van realizando caminos y carreteras que alivian lo que antes era tan solo andadura. Mis comunidades son todas de montaña y hay alguna en que debo caminar, luego de llegar con carro hasta la punta de carretera, todavía hasta tres días y dormir dos noches en plena selva, para acceder a las cabeceras de los ríos donde se encuentran. Otras muchas son más cercanas y ya en algunas llego con el mismo carro. Los paisajes y las gentes son maravillosos; pero no están ausentes los peligros y los problemas. Peligros porque la selva, con ausencia de caminos, barrancos, animalitos molestos y a veces de picadura mortal, se defiende de la penetración de intrusos, que a diferencia del misionero siempre van buscando beneficio propio o de su empresa. Problemas sobre todo en la actualidad derivados de las empresas extractivas que están amenazando gravemente el territorio y la vida y costumbres ancestrales de los matsigenkas. Pero peligros y dificultades se vencen con la pasión misionera y la ayuda providente de Tasorintsi.

¿Qué hago en cada comunidad? Suelo repetir el menú, pero siempre hay algún plato especial. Repasamos juntos la situación de la educación, de la salud, de la organización, de los proyectos comunitarios. Estos son temas fundamentales y siempre hay materia más que suficiente para esforzarnos en mejorarlos. Eso nos lleva un día entero. Si la comunidad está cercana, al atardecer de ese día tenemos la celebración, precedida de una catequesis sobre la fiesta litúrgica más cercana y luego celebramos la Eucaristía. A lo largo del día hacemos varios descansos para tomar la yuca, el mashato y si ha habido suerte en la caza o pesca, reforzar con ella el exiguo menú habitual. Si la comunidad está a dos o más días de camino, el segundo día seguimos con otros temas de formación y luego la Eucaristía. En las noches proyecto documentales y películas que reflejan su estilo de vida o similares.

La Misión Koribeni tiene tres internados de muchachas y muchachos matsigenkas y también quechuas. Dos en Koribeni y uno de Pangoa, bastante distante y donde son atendidos por un matrimonio laico misionero. Son en total setenta jóvenes de ambos sexos que estudian secundaria. A ellos también hay que dedicarles su tiempo, para completar su formación con valores sociales, culturales y religiosos.

El proyecto fundamental que ahora tengo para las comunidades matsigenkas, es la formación de equipos de nativos que ya han sido capacitados, muchos de ellos y ellas con títulos profesionales y universitarios, para que sean ellos los que visiten a sus paisanos en cada una de las comunidades y proyecten en ellos toda su experiencia vital y profesional en educación, salud, organización, recursos, empresas, política, lengua y cultura matsigenka, género, derechos humanos, etc. Estamos hablando de equipos de misioneros matsigenkas. La tarea no es fácil, la mies es mucha y los obreros con voluntad son pocos. Pero Tasorintsi seguirá soplando sobre nuestra selva, nuestras gentes y nuestra y su misión.

Roberto Abalos
Misión San José de Koribeni
Selva amazónica peruana