“Jesús lo miró con cariño…” (Mc 10, 21)
Fr. Miguel Ángel Gullón nos comparte una bonita reflexión sobre cómo encarnar el evangelio entre los que sufren, construyendo puentes y fraternidad
El seguimiento de Jesús se afianza en la contemplación atenta de la vida de tantas personas que sufren. En este cambio de época, de profundas transformaciones tanto en la sociedad como en la persona, el Evangelio permanece siendo el mismo, con la misma radicalidad y fuerza. Quizás depende de nosotros la encarnación viva de la Palabra en sintonía con las alegrías y las penas de los hombres. De esta encarnación continuada surge una evangelización siempre nueva, pues se nutre de una esperanza que se recrea en el espacio y el tiempo, se fundamenta en la fe en el Dios de la vida y se expresa en obras de amor, justicia, misericordia y paz.
A lo largo del caminar en estos veinticinco años en esta bella tierra dominicana voy descubriendo cómola encarnación y vivencia del Evangelio están íntimamente ligadas a la defensa de la dignidad y los derechos humanos. Creo que la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, enaltece su dignidad desde la tolerancia y el respeto profesados en la diaria convivencia. Vida y evangelio están estrechamente entrelazados, no se pueden disociar. En este sentido dice G. Gutiérrez: “¿cómo hablar hoy auténticamente de los derechos humanos sin la percepción de la diferencia y del respeto por el otro? Los derechos humanos son derechos individuales, pero también son derechos de los pobres y de pueblos enteros. Bartolomé de Las Casas hablaba ‒textualmente‒ de los derechos humanos de los pueblos indígenas ya en el siglo XVI”[1].
Más aún, cuando se trata del sufrimiento de tantas personas inocentes el evangelio cobra más fuerza y relevancia: “no hay cuestionamiento mayor al lenguaje sobre Dios que el sufrimiento del inocente. ¿Cómo entender a un Dios amor en un mundo que lleva la impronta de la pobreza, del genocidio, de la violencia terrorista, del desprecio por los más elementales derechos humanos?”[2]. En este sentido me ha marcado profundamente contemplar las deportaciones abusivas de estos últimos meses: compartir con quienes han sufrido estas salvajes actuaciones en nombre de una ley o un mandato inconsciente es algo que sólo Dios puede perdonar. Los gritos de los niños que se han quedado abandonados, familias rotas, quebrantos de fraternidad, etc., llora ante la presencia de Dios. Pues Jesús siempre nos mira con cariño al igual que al joven del evangelio que se fue triste porque lo material le impedía seguirle con alegría. Esa mirada tierna nos anima a acoger a quienes sufren esta persecución y cacería despiadada pidiendo, a la vez, misericordia para quienes les cuesta obrar según los designios de Dios. Es laudable saber cómo se están tejiendo lazos de solidaridad para detener este pecado social que se ha enfermado a muchas estructuras de la sociedad.
Damos gracias al Consejo Permanente de la Conferencia del Episcopado Dominicano que escribió el 8 de octubre del presente año el comunicado titulado “Políticas migratorias y dignidad humana” donde resalta cómo “la República Dominicana, como nación cristiana, debe evitar que se presenten situaciones dolorosas que afecten a los migrantes, como el trato injusto, las deportaciones arbitrarias y las separaciones familiares. Recordemos que hemos extendido nuestra mano solidaria al pueblo haitiano ante cualquier catástrofe, por lo tanto, debemos mantener esa actitud caritativa”. Además de la inspiración en la Sagrada Escritura contamos con la Declaración del Papa Francisco “Dignitas infinita” en la que enaltece la imagen sagrada de Dios en los emigrantes:“todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación. Su acogida es una forma importante y significativa de defender la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión” (DI 40). No estamos solos en esta tarea, Dios escucha la súplica junto a nuestros pastores: “Pedimos al Señor que nos conceda a todos, la sabiduría para discernir su presencia en los migrantes, y la valentía para actuar conforme a su voluntad, construyendo puentes de esperanza y fraternidad”.
Fr. Miguel Ángel Gullón Pérez, OP
[1] G. GUTIÉRREZ, “Desafíos de la posmodernidad”, Páginas 162 (2000) 42.
[2] ID., “Lenguaje teológico: plenitud del silencio”, Páginas 137 (1996) 72.