De las habitaciones interiores a la sala de espera
El voluntariado misionero de Sagrario: un camino de aprendizaje, acompañamiento y esperanza

Porque al ver mi alimento salen mis gemidos, y mis clamores se derraman como agua. Pues lo que temo viene sobre mí, y lo que me aterroriza me sucede. Del libro de Job
Los días van pasando, discurren por los pasillos y las terrazas de subida y bajada del hospital San Martín de Porres, ida y vuelta de la enfermedad a la curación o de la enfermedad a la muerte.
El pasado miércoles hizo dos semanas que empecé a asistir al hospital: las horas se suceden lentas por la mañana, pues madrugamos mucho para los laudes, luego el desayuno. Después la oración común con todo el personal del hospital. Las horas más intensas son a media mañana, cuando hay más afluencia de gente, más preocupación por parte de los enfermos, esperando la visita del médico. También hay visitas de familiares, etc.Al final de la semana pasada empecé a salir de paliativos y a hacer un recorrido nuevo, en el que todavía no me había detenido. Se trata de pasar por las habitaciones de la gente hospitalizada por diversas dolencias o por alguna intervención quirúrgica. Por encima de San Rafael, las habitaciones tienen salida a las terrazas, zonas aireadas y vistosas que dan sobre el pequeño jardín, presidido por la estatua de San Martín de Porres, barriendo las penas con su escoba de humildad. La encargada de pastoral me pidió que la acompañara en la ronda de habitaciones, pues iba a pasar el sacerdote y, aunque ella ya conocía a muchos de los pacientes, quería saber quién necesitaba más o menos un alivio o deseaba consuelo espiritual o incluso los sacramentos. Fue una experiencia muy enriquecedora, porque realmente cada habitación es un mundo. No son habitaciones interiores, sino más o menos abiertas y de paso, en las que varios enfermos se encuentran y tienen ocasión también de compartir. Dentro hay algún acompañante, fuera al aire de la terraza desde la que se mira una de las colinas de Yaundé que tiene siete, un paisaje donde poder esparcir la vista y supongo que también orear las lágrimas por la enfermedad o por la precariedad económica. Al comienzo de la mañana del viernes tuvimos misa con los profesionales, personal y enfermos que quisieron asistir. Algo sorprendente, la sala de espera convertida en templo, templo de espera o de desesperanza, de miedo y de paciencia, un templo de oración quizá callada. También un lugar de espera semejante a cualquier otro, como puede ser un aeropuerto, un pasillo de grandes almacenes, etc., porque en esa espera abunda la disposición de los móviles donde cada uno se sumerge en su pantallita.
Como corresponde en una misa de África, se canta y se danza. Se reza con voz alta y potente, se suplica a Dios por tantas necesidades, por tantas y tantas penas.Así en esta misa de hospital se abría otra brecha por transitar, en las rutas del corazón, para entender la enfermedad y el sufrimiento. La compasión que diera lugar a la escucha, y entrar en el juego de esas miradas que abrazan.
Así van transcurriendo los días de esta misión que comenzó muy adentro, por las habitaciones interiores, y poco a poco me ha llevado como en círculos concéntricos hacia otras realidades, no por externas menos acuciantes.
En la sala de espera se hacen semanalmente pequeñas sesiones de formación y educación en la salud en general, de apoyo psicológico y de oración.
El lunes llegué al despacho de la asistente social y nos pusimos a trabajar. Esta semana tocaba el cáncer. Otras será la higiene, el cuidado dental, la nutrición, etc. Más vale prevenir que curar, la educación sanitaria es muy importante.
Después de presentar la charla hicimos un turno de preguntas y dudas que resultó ser muy vivo y animado, quizá por tratarse del cáncer.
Siendo una enfermedad que en todas partes asusta bastante, la discusión derivó hacia cuestiones sobre los curanderos, el mal de ojo y la brujería. Distintos modos de afrontar la enfermedad que corresponden a creencias tradicionales muy arraigadas. Varios enfermos van desgranando este tipo de creencias en los encuentros que he tenido con ellos, a veces de soslayo. O con más profundidad si delicadamente y con respeto insisto. Si veo que se resisten y no se puede pasar adelante, lo dejo y pasamos a cosas más superficiales.La vulnerabilidad de ciertas situaciones, conflictos familiares, precariedad económica, duelos no superados etc., hace que el corazón se vuelva inevitablemente hacia el misterio. El daño, el mal se hacen tan intensos que la religión y la brujería pueden mezclarse en nudos de fe y angustia al mismo tiempo difíciles de desenredar.
Así es mi aprendizaje en esta escuela de dolor y esperanza del Hospital San Martín de Porres.
Sagrario Rollán
Voluntaria misionera en Yaundé, Camerún