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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

Confidencias de un misionero veterano (III): La formación de nuevos misioneros

Fray Fernando nos presenta sus últimas confidencias, las más profundas. Ahora se dedica a tejer comunidad con su presencia y experiencia.

Comunidad Paraguay

La Provincia de Hispania tiene dos vicariatos provinciales: “Antón Montesino” en Paraguay, Uruguay y una casa en Buenos Aires, y “Pedro de Córdoba” en República Dominicana y Cuba. Cuenta también con una casa en Guinea Ecuatorial, y mantiene una vinculación con la Provincia de San Juan Bautista de Perú, especialmente en la misión del Vicariato Apostólico Puerto Maldonado.
Casa de estudio y oración

Estuve ocho años en Panamá cuando era vicariato de la antigua Provincia de Aragón. Esos años me dejaron una experiencia pascual, que idealicé y que no había de repetirse, pero que informó el resto de mi vida. Con este precioso bagaje, fui llamado a servir a mis hermanos del Vicariato de América del Sur, hoy Vicariato Antón Montesino. Estuve asignado al convento de Buenos Aires; en las dos comunidades de Montevideo y en la comunidad de Asunción, donde actualmente resido, por segunda vez, al constituirse la casa en convento, en 2016. La casa y convento se llamaSanto Domingo Ra’kuéra. En guaraní: Hijos de Santo Domingo. 
Raykuera
El edificio fue construido para contar con casa propia, en 1989. Está ubicado entre nuestra parroquia de la Santa Cruz, llamada popularmente La Crucecita, en el barrio Sajonia, y el Bañado Tacumbú, un suburbio de Asunción que periódicamente sufre inundaciones por desbordamiento del rio Paraguay. Los dominicos atendemos pastoralmente esta zona desde 1978. Se pensó en una casa, ni en plena ciudad, ni en medio del bañado, en un lugar intermedio, popular, cercano a la Facultad de Teología de la Universidad Católica, donde cursarían sus estudios nuestros frailes jóvenes. El Vicariato apostó fuerte por la formación de los estudiantes. Una casa entre la Crucecita y el Bañado. Un lugar desde donde se puede “ver, conmoverse y acercarse” a las personas necesitadas de un lugar y otro, como lo describe la parábola del buen samaritano. Este ha de ser, no sólo el lugar geográfico, sino el lugar social y teológico donde nos movamos y donde se formen nuestros jóvenes dominicos.

Lugar desde donde podamos ver las necesidades y el sufrimiento de las personas, la violación de sus derechos y de su dignidad, la falta de horizonte para sus hijos y para los jóvenes que deambulan sin sentido por nuestras calles; ver con una mirada atenta y responsable que nos mueva a compasión y finalmente nos lleve a acercarnos de una forma real y comprometida a tantos hermanos y hermanas víctimas de un sistema que los empobrece cada vez más y los descarta de nuestra sociedad. Desde nuestra casa también intentamos llegar al campesinado del Paraguay, con una presencia en San Roque González en la diócesis de Carapeguá.
Estatua de Santo Domingo de la compasión Paraguay

En el patio de nuestra casa tenemos una escultura de Santo Domingo de la compasión, realizada por un artista paraguayo, reproduciendo la obra en bronce, con el mismo nombre, de Fr. Miguel Iribertegui, op. que se exhibe en el museo de Caleruega. Es una permanente llamada a no desviarnos de la impronta denuestro Padre que nos quería pobres y sensibles al sufrimiento de los demás. 

En mi situación actual, en la que me siento restringido respecto a la actividad de tiempos atrás, voy descubriendo dos cosas: una, que lo poco que doy de mí se fusiona con cada una de las actividades de mis hermanos de comunidad. Desde el convento, los hermanos se dispersan a la Facultad de Teología, a la Parroquia de la Crucecita, al Bañado Tacumbú, a la Universidad Católica de Carapeguá, a la atención del campesinado en la Parroquia San Roque González, a los barrios de San Lorenzo, a la atención a colegios y a diversas actividades pastorales. Juntos colaboramos en algo mucho mayor que nosotros mismos y más definitivo que nuestros proyectos, es decir, en la misma obra de la evangelización. Lo segundo que voy afirmando es la convicción de que en la medida que disminuyen las capacidades físicas, como en mi caso, se produce el vaciamiento que ha de dar cabida a la plenitud de Dios.

¿Cómo ha de ser mi colaboración concreta a la formación de nuevos misioneros que llevamos en la Comunidad de Paraguay?

Quiero ser constructor de comunidad. Deseo que seamos una verdadera comunidad. Que cada día aprendamos a vivir más y más las dimensiones de la convivencia y de la fraternidad. Que este empeño nos lleve a cumplir lo que fue deseo de Jesús:“que sean uno”.

Quiero animar una comunidad de frailes comprometidos con el anhelo de justicia que claman tantos empobrecidos del campesinado, de los bañados y de nuestros barrios populares.

Comida compartidaQuiero colaborar en formar una comunidad de dominicos, abierta, capaz de generar en su misión tolerancia y comprensión, movida no sólo por una filosofía humanista, sino por la llamada que hemos recibido a construir el Reino de Dios en nuestra sociedad.

La crisis de los 40 quedó lejos, ya ni me acuerdo. La de los 80 tampoco hizo grandes estragos. Nunca fue una crisis de fe, tal vez de confianza en las adversidades. En los años que estuve en Panamá, me habría venido bien una dosis de humildad cuando fue censurado mi libro “Hacia la Plenitud de Cristo”; un compendio de temas de reflexión para el crecimiento en la fe, elaborado para las comunidades eclesiales. Y el momento más difícil fue cuando entró en conflicto la pastoral que llevamos los dominicos, durante 33 años en Panamá, con un cambio de orientación que se estableció en el Vicariato de San Miguelito. A causa de ello, los dominicos entregamos la parroquia al obispo.

Ahora, es otra cosa. Necesito recurrir al sentido de la etapa que estoy recorriendo de mi vida. En mi tribulación, oigo: ten confianza, aguarda que se haga la luz. Considero que vine a Asunción porque me llamaron, no porque yo lo pidiera. Los casi 40 años que llevo en el Vicariato y la experiencia de haber estado asignado a cada una de sus comunidades, así como haber sido por dos períodos Vicario Provincial, me han dado unavisión y un sentido de vicariato que considero un privilegio. En el transcurso del tiempo y la sucesión de los acontecimientos que se fueron dando, fui intuyendo el proyecto de Paraguay como el más claro exponente del compromiso del Vicariato con los más desheredados.  Aunque ahora personalmente aporte poco, la sola permanencia en esta comunidad ya es reafirmación de esta causa. A esto, se añade que nuestra comunidad sea casa de formación. También apoyo este objetivo, aunque me falta idoneidad porque debiera ser modelo, y no lo soy; debiera ir al frente en las tareas domésticas y me siento torpe y limitado por la artrosis; he tenido que restringir el ejercicio de mi acción pastoral; en un ambiente académico, no tengo títulos universitarios y en medio de la vorágine juvenil, me veo ya un anciano.

Oracion comunitariaDoy comienzo a una nueva etapa de mi vida. Una etapa, ni mejor ni peor que las otras. Simplemente, diferente, y pienso aprovecharla y disfrutarla. Me encuentro en paz conmigo mismo. Tengo poco que dar y mucho que recibir. Mi Comunidad me acoge y me protege en mi fragilidad. Me permite descansar y cuidar de mi salud. Me da la oportunidad de recrearme y dedicar tiempo al estudio y a la oración. La Comunidad fue siempre muy importante para mí, ahora lo es todo. Estoy agradecido a mis hermanos, al Vicariato, a la Orden. No quiero programar. Simplemente estar atento para saber interpretar el momento presente.

Tomo el titular de una columna de periódico que escribió por mucho tiempo el que fue arzobispo de Asunción, Mons. Rolón, cuando se retiró como obispo emérito. El título era: “desde mi oasis”. Me gusta para referirme a mi retiro en nuestro convento de Paraguay. Ya describí las condiciones de la Casa Santo Domingo ra’ykuéra, en un barrio popular de Asunción. En esta casa me refugio y encuentro solaz. Se me concede un tiempo para contemplar el recorrido de lo que fue y viví. En silencio, quieto, mirando adentro. Es tiempo para escuchar, para unirme a los demás. Es también tiempo para hablar pausado, palabras no estériles, con contenido, capaces de germinar, en quien las escucha, como la semilla del sembrador. Es tiempo de tejer comunidad. Sí, como las mujeres que pacientemente elaboran los típicos tejidos de ñanduti del Paraguay.
 
Fr. Fernando Solá Soler