Responder a la llamada que Dios pone en el corazón

 A lo largo de mi vida he experimentado en distintas ocasiones una llamada profunda del Señor, una invitación interior a ponerme al servicio del prójimo. Esa llamada, suave pero insistente, es la que me ha conducido a emprender este camino misionero junto a los frailes dominicos, cuya entrega, fidelidad y amor por los más débiles, suscitan en mí una profunda admiración.

Acudí a este segundo encuentro de preparación con el deseo de dejarme orientar y de aprender, y lo que viví superó ampliamente mis expectativas. Desde el primer momento percibí en aquella pequeña sala un clima de fraternidad sincera y una voluntad de servicio desinteresado y de auténtica caridad. Personas de edades y procedencias muy distintas nos reuníamos movidas por un mismo anhelo: servir allí donde Dios quiera enviarnos, acompañados por la sabiduría, la experiencia y la cercanía de los frailes dominicos.

Aunque las horas de formación fueron numerosas, el tiempo transcurrió muy rápido. Las primeras charlas nos situaron ante la realidad del mundo actual y, de un modo muy especial, ante la existencia de tantos “descartados”, hermanos nuestros que la sociedad prefiere no ver y cuyo sufrimiento queda a menudo silenciado. Reflexionamos también sobre la fuerza que ejerce el poder en todas sus dimensiones —política, económica y social— y cómo, cuando se absolutiza, puede atentar contra la dignidad humana y perpetuar desigualdades.

Tras este análisis comprometido y necesario, se nos ofreció una mirada de esperanza desde la Doctrina Social de la Iglesia. Me impactó especialmente la propuesta de respetar la autonomía de los pueblos: comprender que ayudar no consiste en imponer nuestras costumbres, sino en acompañar a las comunidades en el crecimiento desde su identidad, su cultura y su propia dignidad.

A lo largo del encuentro realizamos también diversas dinámicas que nos invitaron a detenernos y tomar conciencia de nuestras propias percepciones y privilegios. Situaciones cotidianas que para nosotros pasan desapercibidas —como invitar a amigos a casa— se revelaron inaccesibles para muchas personas que carecen incluso de un hogar o se encuentran solos ante situaciones muy complicadas de la vida. Asimismo, reflexionamos sobre la información sesgada que, en ocasiones, recibimos respecto a la realidad internacional, y cómo esto condiciona nuestra mirada sin que apenas lo advirtamos. Tendemos a simplificar un mundo complejo que percibimos fuera de nuestro alcance, con visiones parciales o sesgadas de la realidad desde nuestro prisma con la información parcial y muchas veces interesada que nos proporcionan los medios, ya que nos producen un falso efecto reconfortante, si bien hay que tratar de ir más allá para llegar a comprender el mundo desde una visión global.

Escuchamos con atención a una hermana dominica que nos habló del cuidado de la creación y de la responsabilidad moral de preservar la casa común. Sus palabras nos hicieron ver cómo la riqueza de ciertos países suele sustentarse en la explotación de otros, y cómo esta desigualdad termina expulsando a familias enteras de sus tierras al quedar sin los recursos básicos para subsistir. Fue un recordatorio precioso de que la justicia social y el respeto al medio ambiente son dimensiones inseparables del envío misionero.

Uno de los momentos más significativos para mí fue el testimonio del fraile Esteban, cuya alegría y cercanía llenan cualquier espacio. Nos habló de la labor de los dominicos en Malabo y de la importancia de buscar la comprensión antes que la imposición, recordándonos que cada persona interpreta la realidad desde su propia historia, si bien es importante evitar los perjuicios o ideas prejuzgadas y acercarnos desde la empatía y escucha activa para comprender la visión del otro, y alcanzar así la armonía con los demás, con Dios. También recalcó que inculcar a los jóvenes los valores cristianos ayudará, mucho más de lo que se puede pensar, a mejorar el mundo. Fue una llamada a servir con humildad, desde la escucha profunda.

Me conmovieron profundamente los testimonios de quienes habían vivido la misión de primera mano. Irene, voluntaria en Guinea Ecuatorial, compartió cómo la llamada del Señor fue sosteniéndola durante toda su experiencia y cómo la oración se convirtió en su refugio constante. Su relato resonó especialmente en mí. Y Ana Isabel, más cercana a mi generación, nos habló con una sencillez luminosa de cómo la misión transformó su mirada, invitándola a vivir con mayor gratitud y entrega.

El encuentro culminó con una eucaristía íntima, en la que nos situamos todos alrededor de la mesa, tomados de la mano. Fue un momento de profunda unidad, silencioso y lleno de sentido, en el que sentí que el Señor nos confirmaba en este camino y nos invitaba a seguir avanzando confiados en Él. Salí de allí con paz, con nuevos interrogantes que quiero seguir discerniendo y, sobre todo, con un deseo renovado de responder con generosidad a la llamada que Dios pone en nuestros corazones.

Sonsoles Monteagudo
Voluntaria de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

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