Titanyen, la ciudad de la alegría
Estamos contentos de compartir más testimonios con ustedes.
Esta vez Raquel Amat, voluntaria de Selvas Amazónicas nos cuenta cómo a pesar de las carencias que viven en Haití, la alegría de Dios se hace presente con los niños y niñas del orfanato de Titanyen.
Disfruten el testimonio
Aunque mi destino de misión es la comunidad de El Seibo en República Dominicana, donde llevo ya dos semanas, hoy quiero contaros la visita que realizamos este fin de semana al orfanato de Titanyen, en Haití, por su especial calado en nosotras.
Cuando Miguel Ángel nos preguntó si queríamos acompañarle en su viaje a Haití respondimos que sí inmediatamente. Queríamos conocer de primera mano la realidad que allí se vive, ya que habíamos oído que aún hacía falta mucha ayuda para que el país se recuperara de la catástrofe que supuso el terremoto de 2010. Así que preparamos las mochilas para nuestro viaje en autobús hasta Puerto Príncipe.
Desde que llegamos a la frontera pudimos observar la diferencia entre los verdes paisajes dominicanos y el territorio deforestado de Haití. Nos contaron que los árboles se talan para producir carbón vegetal, el combustible más utilizado allí debido al alto coste del gas. También la gente saca la arena de las montañas para venderla para trabajos de construcción, por lo que el paisaje montañoso se ve destruido por las excavaciones.
El viaje fue largo y algo cansado pero en cuanto llegamos a puerto príncipe nos encontramos con el Padre Junior con los brazos abiertos y nos llevó al orfanato Fundación Montesinos en Titanyen, a una hora aproximadamente de la capital. Estaba situado en un lugar elevado y desde allí se podía admirar la costa de la isla. Pero la vista no era lo único hermoso de aquel lugar.
Cuando conocimos a los niños estaban en la cancha de baloncesto y nos dieron la bienvenida con una canción preciosa en francés, y desde el primer momento nos invitaron a jugar con ellos. Durante los dos días y medio que estuvimos allí pudimos compartir muy buenos momentos con ellos: jugando a baloncesto (¡eran muy buenos!), cantando canciones en español (que enseguida se aprendieron y nos sorprendieron cantandolas mientras jugaban), o dejándonos trenzar el pelo por las chicas mayores.
El idioma nunca fue un impedimento para jugar con ellos, la alegría que transmitían era un lenguaje universal, y también el cariño con el que nos cogían de la mano, se nos subían encima o se nos dormían en las oraciones. Con los chavales mayores pudimos hablar un poco más, ya que alguno sabía inglés o español, y fue muy bueno poder escucharles hablar de sus aficiones o de sus aspiraciones. También pudimos bailar con ellos el domingo en el que celebran los cumpleaños de esa semana, y nos quedamos boquiabiertas con su alegría y su ritmo.
Es cierto que la situación del país es difícil, como pudimos comprobar en la visita a Puerto Príncipe, nos impactó especialmente la catedral derruida y la gente que vivía a los pies de la misma. Sin embargo en el orfanato encontramos un oasis de felicidad que creemos puede transmitirse al resto del país si niños como estos estudian, crecen y se convierten en buenos hombres y mujeres que trabajan con ilusión para reconstruirlo.
Me fui de Titanyen con la alegría de que existan proyectos como este orfanato, pero también con la idea de que no podemos olvidarnos de Haití ni del terremoto de hace 6 años, que se necesita seguir poniendo de nuestra parte para que estos y otros niños puedan crecer en un lugar más seguro y con más oportunidades.
Raquel Amat