Sólo el Amor es digno de fe
Sagrario nuestra misionera voluntaria en Malabo escribe esta reflexión para la hoja parroquial de allí
En este Domingo 31 del tiempo ordinario poco a poco nos vamos aproximando al Adviento, mientras que el evangelio de Marcos nos va empujando hacia el momento definitivo de la pasión, y nos propone con toda radicalidad el mandamiento del amor. Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín. Así nos relata Marcos como el escriba, agobiado por prescripciones y mandatos, o queriendo poner a prueba al maestro, como ha ocurrido en otras ocasiones, o con el fin de tranquilizar su conciencia de buen cumplidor de la ley, el escriba vemos que se acerca a Jesús y le pregunta por el mandamiento principal. La respuesta no deja lugar a dudas: Primero amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y luego amarás a tu prójimo como a ti mismo. Así de sencillo. No sabemos si el escriba estará dispuesto a iniciar un proceso de conversión, parece de acuerdo con el maestro y le elogia la respuesta, Jesús a su vez le dice que va por el buen camino.
Pero ¿qué hay detrás de esta escena de Marcos? Recordemos que nos llega al hilo de los domingos anteriores, cuando Jesús lamenta que el joven rico se resista a dejar su riqueza por el reino, y después de la discusión con los hijos de Zebedeo que quieren un puesto de honor. Distintos acercamientos y pretensiones, deseos y aspiraciones legítimas que habitan en el corazón del ser humano. Sin embargo el testigo más radical lo teníamos el domingo pasado, cuando de un salto el ciego, abandonado a su suerte en la cuneta, tiene la osadía de gritar a Jesús y pedirle ver. En respuesta al milagro rompe con su pobre vida, sus miedos y complejos, se despoja del manto, es decir del lastre que hasta entonces ha arrastrado, y decide seguir a Jesús.
El joven rico se dio la vuelta alejándose del amor, los discípulos competían entre sí por privilegios y recompensas, como si el amor pudiera merecerse. El escriba de hoy acepta razonablemente la respuesta de Jesús, pero no sabemos cuál es su decisión al respecto.
Podemos preguntarnos entonces cuál de ellos nos representa mejor, cuál es el perfil de nuestra fe a la vista de estos acercamientos. Porque efectivamente sólo el amor es digno de fe, no se trata de leyes ni merecimientos. La fe se dirige a lo incomprensible del amor de Dios, amor gratuito pero inmenso, amor absoluto pero encarnado, amor exclusivo pero partido y entregado en los pobres que son el rostro más puro de ese amor.
Por eso el mandamiento del amor a Dios y en el prójimo nos invita hoy a recordar las bienaventuranzas que se han leído hace dos días en la celebración de la fiesta de todos los Santos, que un día fueron pecadores, como nosotros mismos, pero osaron despojarse de sus pretensiones, abandonar sus miedos y seguir de cerca a Jesús en su amor por los pequeños, por los que lloran, por los que buscan la paz, por los perseguidos y aplastados por leyes injustas. Por los limpios de corazón.
Sagrario Rollán