Rumbo a Koribeni
Patricia Rosety regresa a la misión de Koribeni 3 años después, con Juan y Carmen.
Estaba feliz por volver a Koribeni. Así salí de aquí hace tres años, cuando estuve por primera vez, en 2014. Entonces, fue un impacto para mí. Koribeni tiene algo especial, me cambia la cara en cuanto oigo esa bonita palabra. Me fui con ganas de volver, en realidad, no me apetecía irme.
Llegué aquí el 2 de agosto, tras pasar por Lima y Cuzco. Viajé de Cuzco a Quillabamba en coche con el padre Rufino Lobo. En Quillabamba nos recogió el padre Roberto Ábalos y los tres nos fuimos para Koribeni, donde nos esperaban Fray Edwin Silva y Carmen y Juan, los voluntarios de Selvas que me acompañan este verano. Un reencuentro feliz. Volver a ver a personas tan entrañables como Rufino Lobo, que es la sabiduría, y Roberto Ábalos, que es pura fuerza, energía y vitalidad. Conocer a Edwin Silva, a quien tan sólo saludé en el aeropuerto de Cuzco hace tres años (un auténtico descubrimiento). Y volver a ver a “mis niños” del colegio. Me llamó la atención que se acordasen de mí. Tres años para un niño son una auténtica eternidad. Ahí estaban, entre otros, Leydi (así lo escribe) y sus hermanos, y Danel y Nicol, que tiene otros dos hermanos. Un poco cambiados, como es lógico, pero las niñas siguen con su aspecto de “princesitas”. Se acercaron corriendo al verme entrar en el colegio, llamándome por mi nombre. Emoción y alegría. “Mis consentidos”, como los llama Roberto Ábalos.
Y nada más llegar, Roberto nos tenía preparado un gran regalo: atravesar el Pongo de Mainike para visitar la Misión de Timpía, una promesa que nos hizo a Carmen y a mí en nuestras respectivas visitas anteriores. Y nos envió con Fray Edwin. Un espectáculo de la naturaleza que no está al alcance de cualquiera, sólo de los que viven en la zona. Un verdadero lujo. El Pongo es un cañón que separa el Alto y el Bajo Urubamba, el paso de agua más peligroso del río Urubamba, según cuenta. No sé cómo serán los demás, pero éste impresiona, lo puedo asegurar. Y a veces se reza. Nos decían que ahora estaba tranquilo, tenía poca agua porque no es época de lluvias. No me lo quiero ni imaginar. El bote iba lleno hasta la bandera, personas y carga, todo repartido para equilibrar el peso. Y grandes maniobras del canoero para sortear los remolinos y las rocas que no se ven. Impresiona, como decía, pero merece la pena, con las bromas de Roberto incluidas. Y es el único medio de transporte para llegar a esta zona.
En la Misión de Timpía, paradisíaco lugar, pudimos comprobar el buen trabajo de dos laicos al frente de la misión, Fredy y Verónica, y el buen hacer de los internos. Y ahora, a la vuelta, Ya tenemos preparado otro periplo por distintas comunidades machiguengas. Esta vez serán diez días en lugar de cuatro. Casi no nos da tiempo a pensar, pero no importa. Volver a Koribeni es volver a casa.
Patricia Rosety - Voluntaria en Koribeni