¿QUIÉN APRENDE DE QUIÉN?
Más noticias desde Cubulco de nuestros voluntarios Ricardo y Lorenzo.
Llevamos ya unos días instalados en Cubulco y nuestras hermanas nos van haciendo partícipes de su misión. Uno de sus focos de trabajo es la promoción de las comunidades rurales desde la formación, concretamente desde IGER, un programa destinado a aquellas personas que trabajan y que no pueden compaginar su trabajo con la asistencia a clase. Este programa supone el esfuerzo de sus estudiantes para organizar su estudio en torno a un único día de clase semanal, por lo que su autonomía y su esfuerzo son los que los acompañan en su día a día. Con la intención de participar en una jornada de refuerzo académico, nos reunimos con los profesores José Ángel y Norberto para organizarlo, de manera que una vez a la semana los alumnos pudieran disfrutar de una clase extra de refuerzo. ¡Ya! (como dicen aquí en Guatemala), nos pusimos nuestro traje de profesor (¡voy a enseñar!), nos preparamos las clases y el día señalado partimos hacia nuestro cometido.
El viaje suponía una hora en coche por caminos por los que nadie sensato en España metería su coche (señalamos que decimos coche, no todoterreno), cruzar una pequeño río (como dijo la hermana Laura, aunque no llamamos a las cosas por el mismo nombre: era un río, en toda regla) y llegar a nuestra primera parada. Allí nos esperaban nuestros primeros alumnos y con ellos comenzamos una subida andando a una montaña de cuyo nombre no quiero acordarme (como escribió nuestro genio). Una hora y media de continua subida en la que había tres cosas evidentes: Que nuestra conversación había disminuido, dejando lugar a un cansancio imponente; la veracidad de la frase de la hermana Humbelina: “Vayan ligeros de equipaje” (nos sobraban hasta las pestañas) y una pregunta: ¿quién puede dar clase después de semejante subida? Cuando llegamos a nuestro destino (una casita en medio del bosque), la dignidad solamente era aplicable a nuestro corazón y espíritu, desde luego a nuestra presencia no. Allí nos esperaba el resto de nuestro alumnado: chicas convenientemente vestidas y arregladas, chicos con sus camisas y pantalones impolutos, todo el mundo sonriente… Nuestra cara correspondía a la sonrisa (como podíamos) y nuestro corazón albergaba una pregunta: ¿Habrán caído del cielo, porque parece que ellos no han venido andando? Respiramos, nos cambiamos, recuperamos el aliento y comenzamos un día que posiblemente nunca olvidaremos. La bondad natural de las gentes del mundo rural, su agradecimiento y su interés por aprender, por superarse, por seguir buscando cauces para crecer (personal, familiar y socialmente), la implicación vital de sus profesores hizo que nuestro día pasara volando; que el cansancio, el pensar dónde íbamos a pasar la noche y demás vicisitudes pasaran a un segundo plano. Así, entre risas, complicidades y conversaciones de quien se encuentra en su casa cayó la noche en la que tras la maravillosa cena de Araceli (mujer del profesor José Ángel y nuestra anfitriona) disfrutamos de un concierto de acordeón y baile en casa de los padres y vecinos de nuestro profesor, allí renacimos con el sobrenombre de: “El gringuito” y “el gringón”.
Así nuestro corazón se llenó, de tal manera que, el regreso ya no estuvo marcado ni por el cansancio, ni por la caminata, ni por el madrugón… solamente por el regusto que deja la VIDA en el interior del alma. Tras este primer encuentro hemos tenido dos más en sitios diferentes. Cuando llegamos siempre está la sonrisa, la alegría y la bondad que hacen que el corazón se ensanche. No podemos dejar de admirar su esfuerzo pese al cansancio, pese a las largas caminatas (para nosotros eternas) con el fin de llegar a clase, por su esfuerzo diario tras jornadas agotadoras de trabajo en un campo escarpado bajo un sol abrasador, sin días libres, sin descansos…
Así siempre regresamos a casa con el mismo sentimiento: ¿QUIÉN APRENDE DE QUIÉN?
Lorenzo y Ricardo