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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

Mi camino de fe

Melody Bastista, catequista de la Capilla Cristo Peregrino, en la periferia de Montevideo, nos comparte su camino de fe y las experiencias que marcaron su vida.

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catequista-8-normalSoy Melody, y voy a contar un poco sobre mi historia. No una historia cualquiera, sino la mía, vivida con fe, con dudas, con emociones y con personas que marcaron mi vida.

Desde que nací vivo al lado de una capilla. Podría decirse que la fe siempre estuvo cerca, al menos físicamente. Pero yo no empecé yendo por religión ni por creer en Dios, sino por las actividades que se hacían: las fiestas del Día del Niño, los Reyes, meriendas… cosas que a cualquier niña le llaman la atención. Iba porque me gustaba el ambiente, no porque sintiera algo en el corazón.

Las cosas empezaron a cambiar cuando tenía unos ocho o nueve años. Fui al bautismo de unas primas más chicas, y ahí me pasó algo que nunca había sentido antes. Fue como una chispa. Como una voz muy suave que me decía: “¿Y vos, Melody? ¿No querés eso también?” Fue ahí donde nació de verdad el deseo de acercarme a Dios.

A los diez años empecé a ir a catequesis con una intención diferente. Y fue un camino muy especial. Me preparé, me formé y, a los once años y medio, recibí dos sacramentos muy importantes: el bautismo y la primera comunión. Fue algo muy fuerte. Algo que no se olvida.

Mi madrina de bautismo era una señora jubilada con problemas de salud. Por la pandemia, no pudo estar físicamente, pero me acompañó por videollamada, y alguien más la representó en la ceremonia. A pesar de la distancia, siempre estuvo presente en mi vida: con sus oraciones, su cariño, su cercanía. Fue mi madrina hasta que falleció, cuando yo tenía catorce años. Todavía me duele. Me fui de vacaciones y, al día siguiente de haberme ido, me dieron la noticia. No pude despedirme. Pero sé que me sigue cuidando desde el cielo.

A los catorce años empecé la preparación para la confirmación. Fue un proceso hermoso, que duró hasta mis quince. Además del grupo hermoso que me acompañaba, siempre me estuvieron acompañando Susana y Celeste.

catequista-3-normalSusana y Celeste son dos catequistas muy importantes.
A Susana ya la conocía, pero todo cambió cuando mi abuela —una persona muy querida en mi vida— me dio una noticia muy especial antes de fallecer: me dijo que Susana era su sobrina. Es decir, mi prima. Desde ese momento, el vínculo con Susana se transformó. Pasó de ser “la catequista buena” a ser parte de mi familia, parte de mi historia. Y aunque ella nunca hizo sentir eso de una forma pesada, siempre fue cercana, tranquila, cariñosa. Sabe enseñar desde el amor, desde el respeto. No hace falta que grite ni que se imponga. Está. Acompaña. Y esa forma de enseñar me marcó mucho.

Susana también estuvo en momentos difíciles. Cuando falleció mi abuela —que era su tía—, igual se hizo presente. Vino hasta mi casa a saludarme, con todo su dolor encima, pero con ese corazón inmenso que siempre la caracteriza. No tenía por qué hacerlo, pero lo hizo. Y ese gesto me marcó para siempre.

catequista-4-normalElla fue catequista desde mucho antes de que yo llegara. Siempre tuvo ese don para transmitir la fe, para escuchar sin juzgar, para estar con una palabra justa. Y además de ser parte de mi familia, fue una guía espiritual que me ayudó a crecer y a seguir firme en el camino de Dios.

Celeste también fue mi catequista. Y aunque no es mi prima ni tiene un lazo familiar directo, se volvió una persona fundamental en mi vida. La conocí en catequesis, como se conoce a una catequista más… pero con el tiempo, se volvió alguien mucho más importante. Empezó a escucharme cuando nadie más lo hacía. Me ofrecía su tiempo antes o después de catequesis. Me aconsejaba, me apoyaba, me sostenía.

Cuando tuve que elegir a mi madrina de confirmación, sabía que no podía ser cualquiera. No tengo a nadie confirmado en casa, y además, no quería elegir solo por obligación. Quería que fuera alguien que de verdad estuviera para mí. Y pensé en Celeste. Ella me había acompañado desde el 2022, en momentos muy difíciles. Me escuchó con paciencia, me dio su confianza y me hizo sentir que no estaba sola.

Cuando me enteré de que necesitaba una madrina de confirmación, sentí como si mi madrina —la que ya no está— me hubiese mandado un ángel. Y ese ángel era Celeste, para que me cuidara.

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Así que cuando aceptó ser mi madrina, sentí que Dios —y también mi primera madrina— me estaban regalando una nueva oportunidad. Una persona que no solo iba a estar en la ceremonia, sino que se iba a quedar en mi vida.

Celeste y Susana no solo me enseñaron sobre Dios. Me enseñaron con el ejemplo. Y eso vale más que mil palabras. Porque uno no solo aprende de lo que le dicen, sino de cómo lo tratan, de cómo lo hacen sentir. Ellas me hicieron sentir valorada, respetada, querida.

Además, en ese camino también estuvo Caro. Ella era precatequista, ayudaba en las catequesis, pero no fue mi catequista. Estaba ahí, colaborando, pero sin mucha relación entre nosotras al principio. Vivimos a la vuelta de la esquina, en el mismo barrio, y sin embargo ni nos hablábamos. Nos mirábamos, pero era como si no nos registráramos.

Todo cambió con el tiempo. Empezamos a hablar, a tener charlas, y nos fuimos haciendo amigas. El camino de la confirmación no lo recorrí sola: lo recorrí con Caro. De hecho, arrancamos juntas, y ella también empezó a ir porque yo iba. Nuestra amistad se fue haciendo cada vez más fuerte. En el grupo hasta nos decían: “Parecen hermanas ustedes”. Y era verdad. Si una no iba, la otra tampoco. Y también somos casi de la misma altura, lo cual es muy bueno para eso, porque hasta físicamente parecíamos inseparables.

Hoy, aunque tengamos algunos años de diferencia, eso no nos impide tener una amistad hermosa. Agradezco mucho que se haya cruzado en mi camino. Porque hay amistades que no se planean, pero Dios las pone justo cuando más las necesitás.

La confirmación fue uno de los momentos más lindos de mi vida. No porque fuera perfecto, ni por las fotos ni por lo que se vio desde afuera. Fue especial por lo que se sintió por dentro. No sé si puedo explicarlo del todo… pero fue paz. Fue alegría. Fue Dios.

catequista-6-normalHoy sigo caminando. Sigo creyendo. Y aunque tenga solo quince años, sé que mi fe es verdadera. Que Dios me acompaña, que me pone personas hermosas en el camino, que me sostiene incluso en los días más oscuros.

Algo que también me emociona mucho es ver cómo ese camino que inicié gracias al bautismo de mis primas se fue multiplicando. Ellas se llaman Candela y Zoe. Cuando eran chicas, fui al bautismo de las dos, y fue ahí donde sentí por primera vez ese llamado que me despertó el deseo de acercarme a Dios.

Después, lo hermoso fue que se dio al revés. Así como yo empecé gracias a ellas, después ellas empezaron gracias a mí. Candela ya tomó la comunión, y Zoe se está preparando para hacerlo. A Candela no llegué a ser su catequista, pero sí la acompañé en el proceso. A Zoe le di catequesis el año pasado, y este año la está acompañando Susana.

Después, conmigo también arrancaron mi hermana Luzmila y mi prima Luciana. Y cuando yo ya había tomado la comunión, se sumó otra prima: Kimberly, que es solo un año más chica que yo. A Kimberly también la acompañé, incluso cuando ya había terminado mi propia preparación, porque sentía que tenía que estar.

Yo arranqué primero, pero no lo hice sola. Mi hermana, mis primas, mis amigas… todas fuimos caminando de la mano. Y así, Dios fue obrando. Conectando corazones. Tejiendo caminos. Porque cuando uno da el primer paso con fe, otros también se animan. Y ese testimonio se convierte en algo mucho más grande de lo que imaginamos.

No sé todo. No tengo todas las respuestas. Pero sí sé algo: quiero seguir por este camino. Porque, a pesar de todo lo que viví, la fe siempre estuvo ahí. A veces en silencio, a veces con fuerza, pero siempre… presente.

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Melody Bastista, catequista de la Capilla Cristo Peregrino