La vuelta al mundo en 80 días. 12 semanas de ollas populares.
David, voluntario de Selvas Amazónicas en la Misión del Bañado de Tacumbú, Paraguay, cuenta desde su experiencia cómo han sisdo las ollas populares y el apoyo brindado a la comunidad debido a las consecuencias de la emergencia sanitaria producida por la COVID-19 y nos invita a reflexionar.
La semana pasada cumplimos 80 días de ollas populares en el Bañado Tacumbú. Durante este tiempo se han repartido más de 110.000 platos, la mayoría de los días acompañados de pan y fruta, también 18.000 desayunos y meriendas. Además se han repartido varias toneladas de kits para compensar los días en los que no es posible abrir el comedor, además de productos para la desinfección: jabones, lavandina, hidroalcohol, incluso se hizo un reparto pequeño de pañales y productos para bebés.
En los últimos días he estado pensando mucho en ello y creo que las ollas populares tienen dos lecturas, dos caras distintas. Por una parte son un gran ejemplo de solidaridad, no solo de los grandes patrocinadores sino también de los miembros de la propia comunidad que gestiona y se beneficia de las ollas; las trabajadoras, los voluntarios y voluntarias que se esfuerzan por cocinar, a veces con muchas dificultades, de una forma higiénica, nutritiva y deliciosa, con dignidad, optimizando al máximo los recursos para poder servir a la mayor genteposible. Es admirable su compromiso. Como la viuda de las dos monedas que dice el evangelio de Lucas, estas semanas he sido testigo de cómo algunas personas muy humildes traen algo de lo poco tienen para contribuir a la olla comunitaria: un kilo de poroto, un litro de aceite, un saco de carbón.
Por otra parte, solo son una buena respuesta, asistencial, pero solo sostenible por un tiempo limitado. Son solo un esfuerzo por paliar las contingencias de nuestro sistema injusto, un síntoma de su disfuncionalidad que se hace más evidente en las largas colas para recoger la comida: la vulnerabilidad en la que se encuentran muchas familias, tan excluidas, tan despojadas, tan al límite que cualquier imprevisto las pone en situaciones críticas; en estos momentos la de no poder siquiera alimentarse. Es la flaqueza de ser pobre, de estar a la intemperie, la fragilidad con la que a causa de la injusticia muchas familias enfrentan la vida.
Escucho dos discursos y creo que los dos son acertados, siempre que se digan el uno junto al otro, que no se excluyan, y que aplicarían igual en muchos otros contextos: (1) qué gran país, si hay necesidad la gente se compromete, es solidaria y se organiza para que nadie se quede atrás + (2) qué desastre de país, tenemos compatriotas que pasan hambre y si las comunidades no se movilizan para atender a sus más vulnerables el Estado y sus poderes apenas se inmutan.
Algunos lo llaman crisis, nosotros los cristianos lo deberíamos llamar tiempo de gracia, de conversión, de navidad, donde Dios mismo se nos encarna, se nos presenta de nuevo en el pesebre. Nuestra respuesta no debería darse solo por responsabilidad, por compasión, por fraternidad (todo eso ya es mucho), sino como un mismo acto de adoración, así lo diría San Juan Crisóstomo, ¿queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. Algunos se preguntan ¿dónde está Dios en todo esto? Pues está aquí, dos veces al menos, en el último lugar de la cola, esperando con su cazo, y en la cocina, ayudando a las cocineras a colar los tallarines.
No está siendo fácil, al contrario, está siendo muy complicado. Ciertas situaciones que estamos encontrando son muy dolorosas y muchos días el trabajo es agotador, pero también estamos encontrando la alegría de estar al servicio y es reconfortante descubrir cada día la solidaridad de la gente. Me siento afortunado por poder formar parte de esto ahora, está siendo un tiempo muy especial.
David, voluntario en misión, Bañado de Tacumbú, Paraguay