La importancia de las cosas que no se hacen
Mónica nos cuenta su experiencia en Camerún durante el mes de noviembre 2016 con las Dominicas de Santo Domingo.
Camerún, 2016
Hace unos días volví de Camerún. Tuve la oportunidad de estar en la misión de Obout, al sur de la capital, con las hermanas de la Congregación de Santo Domingo. La misión cuenta con un instituto, internado y un centro médico. Es un lugar estupendo y lleno de vida, en el que siempre está pasando algo.
Cuando supe que iba a ir, mi primer pensamiento fue sobre lo que iba a hacer en la escuela, lo que necesitaba preparar, si iba a dar clase o no, como enfocar los talleres… todo muy enfocado al “hacer”, aunque iba bien prevenida de que los planes cambian por momentos en función de las situaciones que surgen, era inevitable pensar en el hacer. Cuando estuve ahí, una vez ya metida en la dinámica del día a día logré ver – de verdad – que en muchas ocasiones el hacer no es tan importante como el estar, el ser, el escuchar, el participar... Todo eso que tanto me habían dicho antes de irme tomó todo el sentido del mundo. Fui consciente del valor tan grande que tiene el estar disponible y dispuesta a sumarte a lo que sea que haya, a la prioridad que haya en el momento, a ser una más para todo: para preparar cosas, para hacer cosas, pero también para hablar, para reír, para compartir…
Me di cuenta de que mis planes de “hacer” se podían llevar a cabo solo parcialmente en función de mil cosas: de la luz, la lluvia, de urgencias que iban surgiendo por el camino y de situaciones que vas conociendo sobre la marcha y en las que merece la pena detenerse y meterse en el ajo. Otras tantas cosas que eran más importantes que mi súper-plan de hacer.
Aunque creo que hice muchas cosas, las más importantes fueron las “cosas que no se hacen”. En el momento en que me detuve a pensar en todas las veces que me habían dicho que de un sitio de misión vuelves con mucho más de lo que dejaste, y efectivamente.
Aprendí muchísimas cosas: el inmenso valor que tiene ir abierto a encajar en lo que haya; a aprender – o más bien desaprender nuestras formas para aprender las de allá -; a re-planificar sobre la marcha porque te das cuenta que las prioridades que llevabas hechas no se corresponden con las prioridades de verdad; a reinventarte en función de lo que se necesite en cada momento; a que aunque no haya luz o agua o… se puede funcionar [casi] perfectamente; que el mundo no se termina, solo se readapta; y sobre todo a tener claro que si todo el mundo puede, pues ¡yo también!.
Descubrí el valor que tiene para un niño que sepas su nombre y no sea un alumno más; lo que le cambia el día a una chica cuando se acerca a hablar contigo y le dedicas el tiempo que necesite sin estar pendiente de la hora. Me di cuenta de que estando dispuesto a ser uno más la experiencia es mucho más rica porque es cuando puedes comenzar a ser parte y no solo visitante.
Aprendí que las hermanas son unas todólogas excepcionales, porque ahí hacen lo previsto, lo imprevisto, lo posible y sobre todo lo imposible; que no eres capaz de contar el número de veces a lo largo del día escuchas un ma soeur, ma soeur, de los chicos, los profesores, del informático, el electricista, el cura de la parroquia, ¡de todo el mundo! necesitando hablar con alguna de las hermanas para algo; que a pesar de que tienes un reloj, el tiempo transcurre de una manera que no es posible explicar ni convertir a nuestros tiempos “de primer mundo”.
Me encantaron sus sonrisas; la curiosidad que tienen y su forma de indagar sobre cómo fui a dar ahí; como razonan cuando pretendes hacer juegos con la lógica de tu cabeza y no con la que ellos viven; su forma de colaborar entre ellos y de pensar en el otro; su disposición…..
Así que al final cuando la gente me pregunta ¿qué hiciste allá? es inevitable que mi respuesta vaya encaminada a lo que aprendí, a lo que me traje, a lo que disfruté. También es verdad que espero haber aportado un granito a ese proyecto tan grande del que espero poder seguir formando parte.