Gracias por la aventura
Leyre Hualde escribe a la vuelta de su experiencia de casi un año en la misión de Sepahua:
Ya ha pasado más de un mes desde que Sepahua se hizo pequeña por la ventanilla de la avioneta y desapareció en un mar de árboles. Un mes raro: de alegría por los reencuentros y de echar de menos a todas las personas que han sido mi familia durante un año; de volver a las cosas de antes, pero verlas con los ojos de ahora; de sentirme, en algún momento, más desorientada en la ciudad que en la selva y de pensar, en otros, que Sepahua ha sido una especie de sueño...
21 enero, 2016
Ya ha pasado más de un mes desde que Sepahua se hizo pequeña por la ventanilla de la avioneta y desapareció en un mar de árboles. Un mes raro: de alegría por los reencuentros y de echar de menos a todas las personas que han sido mi familia durante un año; de volver a las cosas de antes, pero verlas con los ojos de ahora; de sentirme, en algún momento, más desorientada en la ciudad que en la selva y de pensar, en otros, que Sepahua ha sido una especie de sueño.
Sin embargo, los once meses que he pasado allí han sido muy reales. En Radio Sepahua he aprendido que el periodismo con mayúsculas no es que nos cuenta lo que ha dicho el político de turno, sino el que sirve a la gente. Un servicio que puede ser tan sencillo como decir la hora para que la sepa quien está en la chacra y no tiene reloj o tan importante como trasladar cada día avisos hasta las comunidades más alejadas, donde no hay señal de teléfono.
Sin embargo, este es el periodismo que más alegrías me ha dado porque no se paga de ninguna manera la satisfacción de saber que, gracias al granito de arena que se pone desde la emisora, la vida de algunas personas es un poco mejor. Esto lo ves cuando te encuentras a una mamá en el centro de salud y te dice que está ahí porque ha escuchado en la radio que es bueno llevar a los bebés a los controles de crecimiento; o cuando los adolescentes explican que son más conscientes de las consecuencias de un embarazo precoz gracias al programa ‘Sin Vergüenza’ o al ver la cara de emoción de abuelitos que no saben leer pero ven, por primera vez en la vida, su foto en una revista.
Mucha gente me pregunta estos días si es fácil acostumbrarse a vivir en un mundo tan diferente al nuestro y a todos les digo que, lógicamente, hay cosas que cuestan un poco, pero que en dos semanas nada parece tan grave y en dos meses ni lo piensas. Claro que en Sepahua no hay suministro eléctrico todo el día y que si no te acuerdas de llenar el tanque, no tendrás agua para ducharte y que internet funciona como y cuando quiere. Pero a cambio, puedes ver más estrellas de las que parece que caben en el cielo, bañarte en el río y “perder” el tiempo viendo la puesta de sol o sentada en el suelo hablando con cualquiera.
Aquí me sobran farolas y me faltan estrellas. Echo de menos los ratos con Gabi en el puerto simplemente mirando hacia arriba o las noches en el banquito tratando de localizar la Cruz del Sur a partir de Orión -que sigue haciéndome compañía en el cielo de Pamplona-; también el río, los peke-pekes, los árboles y casi casi hasta los bichos ;-)
Lo positivo de echar de menos a tanta gente y tantas cosas es que estoy segura de que volveré. ¡En algún momento tendré que completar la lista de ‘cosas que hacer antes de irme de Sepahua’! Hasta entonces toca estar en esta otra orilla y disfrutarlo también al máximo.
Espero que terminar mi estancia en Sepahua no suponga el fin de este blog, porque todavía queda mucho por contar de ese rinconcito de la selva, pero por si acaso, aquí van algunos agradecimientos que no pueden faltar por estos meses. Perdonadme si me dejo a alguien, pero hay gente a la que tengo que dar las GRACIAS –así, con mayúsculas-.
A Bea, por un mensaje de facebook que me llevó a donde nunca pensé ir y por ser la mejor compañera de equipo en la distancia.
A Óscar por tantas horas de radio y por enseñarme que la cósmica y la mística están siempre ahí para hacer el resto y a Fabiola por coger el relevo y seguir haciendo que Radio Sepahua sea lo que es. A José, por ser la verdadera voz de Radio Sepahua y por tantas y tantas cosas que me ha enseñado sobre la selva y sus gentes.
A Gabi, por hacer de periodista sin serlo y estar siempre dispuesta a echar una mano. Y por los paseos en moto, las canciones, los vasos de pisco, las charlas junto al río… Nos queda un viaje pendiente hasta Capirona y Onconashari ;-)
A los internos, los 35 ‘hijos’ que aparecieron de repente en mi vida con sus juegos, sus historias y sus risas… Gracias por vuestra confianza, por tener siempre un abrazo para mí, por engreírme y dejarme engreíros… Estar con vosotros ha alegrado los días en que me sentía un poco sola :-) También a Lino, por tantas horas de charla y por cuidar tan bien de todos los muchachos.
A Martir y Liliana, por recibirme y despedirme en Lima y por cuidarme, cuidar de mis hermanas, ejercer de guías turísticas…
A Sandra y Marc, Elva y Felipe, José e Inés, Lucho y Yeni y muchos otros, por preocuparse por mí y abrirme siempre las puertas de sus casas.
A toda la pequeña gran familia de la Misión de Sepahua: a Olivia -por cuidarnos tan bien-; al Padre Macario, al Padre Hilario y al Padre Luis Verde por su disponibilidad siempre; al Padre Santiago por acogerme en Sepahua y por enseñarme lo qué es ser un misionero de verdad; y cómo no, al Padre Ignacio… por tantas risas, conversaciones y enseñanzas… y sobre todo por hacerme sentir en casa en medio de la selva. :-)