EMPEZAR A MIRAR EN CUBULCO
Ricardo y Lorenzno, voluntarios en la ciudad de Cubulco (Guatemala), nos comparten sus primeras impresiones.
Llevamos apenas tres días en tierras guatemaltecas, en Cubulco, y no podemos dejar de preguntarnos si Gabriel García Márquez no habría visitado esta ciudad y en ella se inspiró para escribir “Cien años de soledad”. Recorrer Cubulco recuerda al mítico Macondo, en ese devenir de historias en torno a Los Buendía. Uno aquí comprende la genialidad con la que García Márquez consiguió elevar la cotidianeidad de la cultura latinoamericana al ámbito de la literatura universal. Pero no es del genio de quién queríamos hablar…
Llegamos a Cubulco después de un fantástico viaje desde la capital hasta la Baja Verapaz. Sus paisajes, sus habitantes, su amabilidad ya nos indicaban lo que nos íbamos a encontrar, ni más ni menos que un pueblo en fiestas, unos habitantes que hierven en torno a la festividad de Santiago Apóstol: el mercado, las procesiones, el palo volador, la eucaristías comunitarias… y entre todo este barullo nuestros ojos mirando, encontrándose con otras miradas, nuestras vidas que rozan las vidas de hermanas y hermanos que hasta ahora eran solo realidades extrañas y lejanas. Risas, música, petardos, trajes coloridos, puestos de comida, de ropa, de sombreros… se tuestan bajo el sol que estos días acalora las horas de fiesta.
Una ciudad rodeada de verde, vegetación, unos trajes que transmiten alegría, unos niños que corren y juegan, gente que se nos presenta, que se sienten contentos de que estemos aquí con las hermanas Dominicas Misioneras del Rosario y que nos hacen sentir afortunados de haber llegado a este rinconcito de nuestro planeta.
Pero no tardamos en intuir otras realidades, familias que luchan por dar un futuro a sus hijas e hijos; jóvenes que buscan formarse en un entorno difícil, distante; nombres que, en su ausencia, señalan un camino buscando un mañana, un goteo de personas que abandonan todo para encontrar un futuro en Estados Unidos; mujeres que luchan por su dignidad, por su vida en un entorno machista y patriarcal; comunidades indígenas que sueñan con un reconocimiento, con una convivencia que les permita seguir siendo lo que son, sin miedos, sin complejos, sin rechazos.
En definitiva, unas gentes que superan los límites de Macondo, de los Buendía y del realismo mágico de la literatura latinoamericana. Llegar y encontrar, llegar y mirar no es lo mismo que reconocer y entender. Lo realmente mágico de estos días ha sido poder ver con los ojos de Humbelina y de Laura, nuestras hermanas, poder compartir sus inquietudes, desvelos y sueños, sus proyectos de misión compartida con las gentes de estas comunidades. En torno a la vitalidad de Humbelina y la sencillez de Laura, a la experiencia de Humbelina y el tesón y fortaleza de Laura hemos podido ver algo que nuestros corazones no podían percibir. En ellas entendemos la afirmación de Garci en “Canción de cuna”: Saber mirar es saber amar.
Lorenzo y Ricardo