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El Blog de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas

El día que he soñado que la misión era azul

Ya han pasado tres semanas desde que Sagrario llegó a la misión de Malabo

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Hoy hace tres semanas que llegué a la misión de los dominicos en Malabo.
Tres semanas es un tiempo que puede pasar inadvertido cuando se vive en la rutina habitual o en el estrecho pasillo del hogar propio. Sin embargo, este periodo aquí es de una hondura y de una intensidad difíciles de describir. Anuncié hace unos días la experiencia de una especie de promesa para adentrarme en nuevos bosques y nuevos aprendizajes. Pues la sorpresa desborda cada día mis expectativas. Y las impresiones se acumulan intentado acomodarse en algún rincón del alma, donde se guarden con cuidado, y en su momento acierten a encontrar pleno significado.

 
Hoy es el día de Santa Teresa de Jesús, XXVIII domingo del tiempo ordinario, tercer domingo del mes, como tal hoy es el día que he acompañado a repartir comida al grupo de mujeres de Cáritas, el día que he soñado que la misión era azul, como un azul de infancia, un paisaje que de niña dibujabas en la escuela y querías  recorrer y gustar, espacio  de luz, compasión y belleza inusual, a pesar de la lluvia,  la tormenta,  los insectos, las hierbas y los barros del camino.
Ese sueño remotísimo de infancia adormecida (“duermo, pero mi corazón vela…”) se ha encontrado con otro sueño, profético, escatológico, escuchando el texto de Isaías donde el profeta anuncia ese mundo que deseamos, que a veces desesperamos y que ya quisiéramos abrazar: el Señor preparando un festín, enjugando las lágrimas y arrancando el velo que empaña a los pueblos y los impide gozar de su justicia.sagrario cronica2 1

Sentía, asistiendo a la celebración en aquel pequeño poblado de Upside, donde habíamos hecho el reparto definitivo de alimentos después de visitar otras periferias, que de algún modo se encarnaba en el pequeño gesto de las mujeres de la parroquia esa promesa, el reparto, lleno de alegría y cariño era como una primicia del anuncio de Isaías.
Además, el Evangelio también nos invita a un banquete, el de la mesa desertada por aquellos convidados afanados en negocios y preocupaciones mil que no quisieron asistir a la fiesta.
Y este era precisamente el estilo y la experiencia vívida y azul de la pequeña excursión por las periferias cercanas con las mujeres de Cáritas, que no solo iban repartiendo comida y medicina.
Repartir el alimento y la medicina era compartir la sonrisa, el abrazo, la caricia, los iluminados ojos que nos abrían sus puertas y nos recibían con tanto afecto y generosidad. Pues efectivamente caí en la cuenta de que la generosidad estaba de su lado, no del nuestro. Nosotros podríamos representar al que sale a los caminos ofreciendo el festín, hacíamos lo debido (“siervos inútiles somos…”)
Mas ellos, mujeres, ancianos o niños, mostraban su generosidad hacia nosotros, abriéndonos su casa y sus brazos, con franqueza y despreocupación.

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Tengo que decir que casi sentía cierta vergüenza, pues ¿qué hacía yo allí en medio de tal pobreza y dignidad?  Volviendo al texto del evangelio me parecía que el traje de fiesta que reprocha el señor a los que se presentaron de cualquier manera, es un vestido justamente de humildad, conversión y virtud, que no siempre incorporamos en las actitudes y valores de nuestra vida, aunque aparenten bondad.  Siendo yo, en este caso, la última en llegar, en el último momento, a repartir con aquellas mujeres, a estar en aquella fiesta…, me preguntaba si llevaba el vestido adecuado, sin roturas de prejuicios, miedos, o inquietudes ajenas a ese luminoso presente azul que me ofrecía ese momento mágico de la misión.

Y así cada vez que algo damos u ofrecemos en este contexto, se nos devuelve con creces. Y así vamos aprendiendo a vivir en pobreza y abundancia, en hartura y en hambre…, como nos recuerda finalmente San Pablo también hoy en la carta a los Filipenses. Pues todo don viene de arriba y en su magnificencia el Señor acrecienta el deseo para ensanchar el corazón.

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Hasta hoy teniendo también ocasión de participar en otras celebraciones, como la misa solemne en la Catedral de santa Isabel el día del Pilar, o la apertura del curso pastoral an Banapa, la más antigua misión, dónde hoy está el seminario. Sin embargo, fue la pequeña asamblea, la más pobre y sencilla la que se me reveló con toda la fuerza del sueño azul de infancia misionera que había albergado en el colegio de santa Teresa de Jesús siendo una niña: haciendo pequeñas cosas con gran amor, como dice la insigne doctora.
 
 
Sagrario Rollán desde Malabo