Donde las mujeres, mi experiencia de sororidad en Malabo
Nuestra misionera voluntaria Sagrario Rollán nos comparte su experiencia en la misión de Malabo, donde descubrió la fuerza y sororidad de las mujeres africanas. Un testimonio de resiliencia, aprendizaje y gratitud.
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Hace un par de semanas que volví a casa después de una estancia de cuatro meses en la misión de Malabo, en Guinea…
Me despierto cada mañana con un eco nuevo en el corazón del tiempo allí vivido y compartido. Me despierto sabiendo que ellas ya se han despertado antes y caminan por las calles y las aceras rotas, erguidas y animosas, portando sobre la cabeza, con admirable equilibrio, los productos que luego venderán en la abacería, o llevando atadijos sobre la espalda con el último bebé, y quizá de la mano otros dos pequeños brincando y riendo.
Me despierto y pienso en Mamá Misión, que siempre está disponible para cualquier cosa que necesitemos en la parroquia, los que llegamos en misión, los que celebran, los fieles que asisten al culto, los catequistas, los coros. Lo que haga falta, ella atraviesa cada mañana el patio de Maravillas para abrir el templo y empezar a limpiar, si es preciso, que casi siempre lo es, sobre todo si el domingo hubo fiesta: comuniones, bautizos, etc. Ella abre además la oración, recitando los laudes, cual insigne abadesa. Ella apuntala y abraza temprano el día. Otra vendrá a poner las flores.
Me voy a descansar por la noche, evocando la Adoración de los jueves, cuando las mujeres de Santa Catalina de Siena se visten de sol y oro y cantan vísperas y completas. Algunas habrán trabajado todo el día en el mercado o cosiendo. Y esa, de enorme sonrisa, sé que tiene a su esposo en la cárcel y lleva tiempo sin noticias.
Repaso las fotografías de este hermoso tiempo de charlar y compartir, y me viene la emoción indescriptible y muy íntima de todo lo vivido, confidencias de dificultades, luchas, esperanzas, frustraciones, desengaños y vuelta a luchar.
Aquella profesora universitaria, la mayor de varios hermanos, que se hizo a a sí misma a través de la Uned, desde un pequeño poblado, después de que su padre falleciera al caerse de una palmera. O la maestra de Educación Física en primaria que ha sido atleta y criado a cinco hijos, y hoy todavía corre temprano por el paseo marítimo, antes de que su hijo más joven, con una discapacidad importante, despierte y tenga que ser atendido. O la mamá de una de mis alumnas, que falleció al poco de llegar yo, que aún pude visitar en el hospital. Luego supe que ella, siendo tutora, se quedaba hasta tarde en el colegio, porque los padres no recogían a sus hijos, que incluso a veces llevaba a los pequeños a su casa y los daba de cenar…
Aquella otra mujer de salud delicada, que no pudo ocuparse de sus nietas que hoy están en el orfanato, cuando su hija falleció demasiado joven.
O esta que fue educada en el internado de Luba, porque su madre prácticamente se desentendió de ella, y hoy, feliz esposa y madre a su vez de varios hijos, es una mujer emprendedora y se ofrece para formar a las internas donde ella tanto luchó y aprendió…
También la cocinera, que prepara el mejor arroz blanco que yo haya probado por el mundo, y además me enseña a regatear en el mercado.
Yo sí que aprendo de unas y otras, incluso de las más jóvenes, mis queridas alumnas que tienen que desenvolverse en familias complejas, desestructuradas por una poligamia consentida, que sufren un machismo violento. En una sociedad donde los cuerpos y las almas se venden y se compran, por lo que resulta demasiado fácil ser madre adolescente, y mucho más difícil soportar el peso de una prole sin recursos materiales y sin formación.
Es la segunda vez que estoy en Malabo y al repasar ahora este tiempo me doy cuenta de que, más allá de las primeras impresiones que en esta ocasión se han ido haciendo deberes rutinarios, es la experiencia de sororidad lo que se destaca e inscribe en mi corazón y en mis recuerdos con especial intensidad. Es el estar y querer estar y dejarse abrazar y hermanar con y por estas mujeres, que me van mostrando el perfil intensamente expresionista y colorido, con sombras y luces, de la mujer africana. Tanta vida construida con coraje y corazón. Tantas penas amasadas con dignidad. Tanto, tanto, por aprender, nosotras que habíamos creído merecer derechos, nosotras que no sabíamos de la compasión. Y así, donde las mujeres, siento que ha sido esta una hermosa experiencia de sororidad.
Gracias Rosa, Joaquina, Erundina, Frida in memoriam, Luisa, Justa, Sabina, Montse, Josefa, Sylvie, Elena, Caridad, Marisol… y las chicas Lucía, Vicky, Beatriz. Gracias, a todas y a cada una, y también a las que no he nombrado, porque sólo cruzamos algún saludo, o una mirada fugaz.
Sagrario Rollán - Misionera Voluntaria