Domingo de bendiciones. De Upside a Moca.
Ana Isabel nos cuenta su intenso domingo en la misión de Malabo, día de compartir, bendecir y celebrar
Amanece el domingo con los sonidos particulares de esta tierra africana de Malabo. Desde temprano nos visita el sol que nace de lo alto y que va a iluminarnos durante casi doce horas en nuestros encuentros con todos aquellos que salen a nuestro camino. Mientras nos apuramos en el desayuno para salir a tiempo para la misa de 8 en el monasterio de las concepcionistas, donde el próximo día 17 de agosto inaugurarán la parroquia de Santa Beatriz de Silva, nos informan que no es necesario que vayamos porque hay otro celebrante.
Jesús Nguema op, nos propone adelantar la visita a Upside y aprovechar para bendecir las casas de la comunidad antes de la misa. Le acompañamos Vitaliano estudiante dominico y dos de las cuatro voluntarias españolas.
Upside está situada en la ladera de la montaña, las carretera llega hasta la entrada de Buena Esperanza II, después empiezan los baches y el coche de la parroquia comienza a subir a ritmo de mecedora. Sus habitantes ocupan antiguas casas de trabajadores de las plantaciones de cacao, incluso el antiguo secadero. Todo lleva muchos años abandonado y lógicamente está en pésimas condiciones.
La vegetación es exhuberante como en toda la isla. Las cacaoteras nos acompañan durante toda la subida. El coche se aparca bajo el majestuoso árbol que preside lo que podríamos considerar la plaza del pueblo. Las casas se disponen en hilera a derecha e izquierda.
Saludamos a una señora mayor que lleva muleta y que está siempre sentada cerca de un fuego donde se cocina algo. Nos esperan las mujeres que animan la comunidad y se encargan de la capilla, entre ellas mamá Leocadia y sus nietos, tres niños que siempre tiene cargados de dos en dos y que tendrán dos o tres años.
Ella nos indica las casas a las que vamos a ir. En la mayoría de los casos éstas consisten en una pequeña habitación con algo parecido a lo que en algún momento fue una sencilla cama de madera hoy apoyada sobre patas improvisadas para elevarla del suelo y cuyo colchón es una vieja y deteriorada espuma, en algunas hay ollas y algún utensilio más de cocina, aunque esta se sitúa fuera de la casa y es un improvisado fuego, y algo similar a un sillón o sofá, donde somos invitadas a sentarnos hasta que comienzan las oraciones para la bendición de la casa y de sus moradores. La luz pasa por los múltiples agujeros que tiene la lámina de uralita que constituye el tejado.
Volví a encontrarme con la pobreza como la primera vez hace treinta años en aquella colonia/barrio de la ciudad de La Ceiba (Honduras) y todo lo que podemos hacer es entrar en aquellas casas que nos abren sus puertas, saludar a aquellas personas que se sienten afortunadas porque estábamos allí, los dominicos con sus hábitos y las españolas, mientras Jesús, el fraile comienza con la delicadeza y dulzura que le caracterizan la oración de bendición y nos rocía de agua bendita, rezamos con ellos, dignificándoles y recordándoles que son personas y que no están solos, la comunidad de dominicos los acompañan y las mujeres de Cáritas de la parroquia Santa Maravillas de Jesús, una vez al mes les reparten comida. Hay personas a las que los habitantes de Upside les importan.
Jesús nos entrega unas estampitas para repartir y todos las reciben con muestras de agradecimiento y las miran como si de un tesoro se tratara......el señor enfermo en cuya casa no pudimos sentarnos porque no tenía más que un camastro del que se levantó porque estaba enfermo, sonríe al recibir la estampita y su cara enjuta se ilumina, la viejita con gorro rojo con muchos achaques nos abraza con ternura de abuela y la señora de la muleta se queda contemplándola.
Tras terminar una hilera de casas, el fraile dominico propone ir a bendecir las casas que se sitúan al frente, esto no tiene mucha aceptación en el grupo de mujeres que nos acompañan, pero Jesús continua caminando y ellas se paran discutiendo en fang, lengua que hablan los pertenecientes a esa etnia. El problema es que aquellos no son católicos. Incluso hay últimos entre los últimos.
Comenzamos la oración de bendición solamente nosotros, pero acaban llegando las tres mujeres que nos acompañan y seguimos visitando las casas, compartiendo saludos, oraciones y esperando que aquello trascienda el rito y nos ayude a todos, desde la situación personal de cada uno, a abrir caminos de esperanza.
Un sonido nos llama a la capilla para comenzar la misa. Allí van llegando muchos de los que hemos visitado en sus casas con ropas de domingo, mujeres, niños y algún hombre mayor. Muchos traen plátanos que acaban de cortar de las fincas, para las ofrendas.
La celebración es muy participativa y animada con cantos y palmas.
Tras los saludos de despedida, comenzamos la bajada con el doble de ocupantes en el coche de la parroquia que hace de autobús. Apretados en los asientos regresamos conversando, compartiendo viaje con la comunidad que nos ha recibido en sus casas y acogido en su celebración.
Es ya mediodía y la comunidad de dominicos ha programado para el domingo una excursión a Moca, el pueblo de Echube, con el que hemos compartido los encuentros de formación de Selvas en Madrid.
Nuestro paseo comienza en Arena Blanca, una playa exótica, para comenzar a subir a unos 2000 metros, pasando por una reserva científica y acompañados por unos paisajes ante los que sólo cabe la contemplación. La vegetación, el clima y el trazado de la carretera perfectamente asfaltada, van cambiando. En un trayecto de aproximadamente una hora pasamos de la humedad de la brisa marina y los cocos, a los helechos y la niebla con una suave lluvia.
Por fin llegamos a Moca y Echube que nos acompaña durante el viaje, nos recibe en su casa y nos presenta a su familia: mamá Irma, tíos Angel y Salvador, sobrinos....pero falta la persona más importante: la abuelita de Echube, que está en su casa tradicional sentada en su sillón presidiendo una cocina con chimenea que tiene el fuego abajo y los troncos de madera cortados arriba para secarse. Todo desprende paz, silencio y tranquilidad.
La abuelita sonríe y en su cara están reflejadas la sabiduría y la ternura, la saludamos y compartimos conversación. Después en el porche de la casa nos ofrecen malamba, bebida típica que se hace con jugo de caña, piña....y que se deja fermentar, en frente está la montaña por la que nos cuentan se ve amanecer.
Molongwa, el fraile dominico que nos acompaña, no puede por menos de compartir sus pensamientos filosóficos con las preguntas correspondientes. Visitamos el pueblo, sus construcciones típicas de hoja de palma y nos explican el sentido de que las casas no tengan puertas ni ventanas. Son casas abiertas, donde todos forman una familia.
En una de estas el tío de Echube nos relata cómo él que es cristiano sigue en contacto con sus ancestros y los invoca para que interceda por él....mientras cae una lluvia fina que empapa una tierra fértil en las que se cultivan muchos tipos de hortalizas.
Después de un almuerzo preparado con la dedicación de quien vive en otra dimensión del tiempo y que guarda todos los saberes aprendidos de los que les precedieron, visitamos a un artesano que fabrica con madera elebos, campana de la etnia bubi.
Anochece en Moca, el silencio y la paz nos envuelven y ya está finalizando nuestra visita, pero antes de irnos vamos a despedirnos de la abuelita de Echube, de esa que él nos habla tanto y que hemos tenido el privilegio de saludar y de compartir en su cocina tradicional. Alrededor del fuego se convocan cuatro generaciones. Nos despedimos y la abuelita nos da la bendición imponiendo sus manos sobre nuestras cabezas y en lengua bubi nos ofrece sus buenos deseos para cada uno de nosotros. Y así comenzamos el viaje de regreso a nuestro barrio Pérez donde está ubicada la comunidad de dominicos de Malabo que nos acoge y cuida. Acaba una jornada especialmente bendecida.
Ana Isabel Bartolomé