De Pangoa a Malabo, dos otoños misioneros
Sagrario echa la vista atrás de esta experiencia de misión, y nos cuentas sus conversiones, aprendizajes y el regalo de ser enviadas de dos en dos
Casi tres meses en la misión de Malabo, estamos a punto de regresar a casa.
Pienso en la otra misión, la primera antes del covid… Inevitablemente saltan a mi mente y a mi corazón comparaciones. Pero en realidad no voy a escribir sobre esto, porque son realidades y poblaciones muy distintas.De América a África, sin embargo, mi percepción de la misión ha evolucionado, así como mi disposición interior y la capacidad de asumir pequeños retos y desafíos cotidianos que antes de salir se viven con cierta inquietud y aún con temor.
En esta reflexión voy a fijarme, como digo, más en la experiencia interna, tanto en el plano existencial como espiritual, la experiencia personal que va modelando mi vida, la de una madre y docente en etapa de jubilación que se motiva para seguir aprendiendo.
En este sentido cabe subrayar en primer lugar, como algo que atraviesa todo este periodo, quela misión ha supuesto en cada momento una experiencia de conversión. Conversión es además esa actitud a la que nos invita el Adviento. La conversión tiene lugar sin duda cuando uno se pone en camino, cuando uno se extraña, se aventura en los lejos, y se despoja de prejuicios, costumbres, ciertas tendencias acomodaticias de pasividad e indiferencia que arrastran a la inercia empobreciendo la vida intelectual y espiritual.
La salida en misión, por el contrario, descoloca y cuestiona, así nos enriquece. Es verdad que para una persona mayor el desajuste se puede haber vivido ya en tantas ocasiones, duelos, enfermedades, etc… La vida es, como dice Ortega, lo que hacemos y lo que nos pasa. Lo que nos pasa no lo buscamos, adviene sin más y le hacemos frente como podemos. Pero cuando elegimos salir, hacemos una opción ya de conversión, cambio de rumbo, tomar otro camino, como los magos al regreso de Belén. Y estos caminos pueden resultar más o menos complicados, ingratos, inesperados…
La misión en Malabo ha sido justamente una sorpresa continua, en el día a día, en cada jornada, casi en cada hora. Se ha desarrollado en un despliegue de actividad, improvisación, esfuerzo continuado (sobre todo por la climatología). Por la condición de puesto en parroquia en plena ciudad tiene unas características bien diferentes a las de un destino apartado en la selva, como fuera el caso de Peru. Así entre la misión solitaria y contemplativa del 2019 y la la actual, incardinada en tantos frentes: urbanos, de periferias, pastorales, litúrgicos, docentes, incluso festivos, he comprendido que la misión te exige una adaptación continua, una pequeña revolución interior, una puesta a prueba. Ahora que culmina, mirada en retrospectiva, se me antoja, como cuando asciendes a la montaña y vuelves la mirada hacia el valle, de una gran belleza, el camino recorrido es incomparable, el agradecimiento profundo, y la sensación de expansión vital muy gratificante.
Esta misión ha estado llena de gente, no podría recordar cada rostro y cada nombre, a pesar del interés por registrarlo todo, a veces he confundido a algunas personas, ponía especial atención en retener los nombres de los niños y los adolescentes, aunque no siempre lo he logrado.
Pero ha habido además algo que me ha parecido particularmente enriquecedor, y es hacer el viaje a dos. Aunque Lourdes hubo de regresar a España, tuvo la valentía de volver, y esto ha sido para mí un regalo más, entre tantos, el más aprovechado en cierto modo, por el compartir experiencias e impresiones, ya que nuestros destinos y tareas son distintos.
Nunca hubiera conocido, sin ella, la realidad del orfanato nunca hubiera recibido el amor, los abrazos y las risas, el testimonio de resiliencia de estos pequeños. Además, nos ha unido la vocación educativa, y así yo he rejuvenecido mi experiencia docente, cuando hemos hecho cosas juntas y hemos compartido sesiones de formación.
Otra cosa que deseo señalar es el aprendizaje del tiempo, de los tiempos, los tiempos aquí no son como allí, el ritmo de la espera y la paciencia se van acompasando de otro modo que cuando uno mismo conduce su vida. Porque sobre todo los tiempos del Señor no son nuestros tiempos, así esta misión estuvo marcada desde siempre por la necesidad de renovar la esperanza y la paciencia, de reavivar cada día la atención y la vigilancia, en espera de volver a salir, ya desde el final del Covid, y luego con los acontecimientos sobrevenidos hace justo un año, cuando ya había un proyecto para Peru.
Cuando cierro este apunte me viene a la memoria el libro Viaje de ida, de Dorothee Sölle, en esta obra la teóloga alemana perfila con gran acierto el significado del viaje como metáfora del desarrollo espiritual, es decir, del camino que el alma emprende hacia sí misma, conjugando la contemplación con la responsabilidad social y misionera. Ella que es la autora también de Dios en la basura despeja otro descubrimiento de América Latina que yo traslado hoy a este pequeño rincón de África.
Sagrario Rollán