Crónica desde Kirigueti
Los cinco voluntarios enviados a Kirigueti manifiestan sus primeras impresiones
Existe un lugar soñado al que se llega atravesando el corazón de una selva poblada por habitantes que aún construyen sus hogares con hojas y troncos, que se alimentan con lo que cazan y pescan y que entienden la vida como un todo con la naturaleza.
Existe una cultura compleja, detrás de rostros sonrientes y humildes, con ojos ligeramente rasgados, que te observan de frente sin apartar la mirada porque nada tienen que esconder.
Existe un pueblo que entiende la realidad de manera sencilla, que conviven día a día con la vida y con la muerte, sin empeñarse en separar la una de la otra.
Los hijos de la Amazonía comen si hay alimento, se preocupan del presente y pueden tener varios padres, madres e hijos más allá de los lazos de la sangre porque entienden que la hondura de las relaciones trasciende los dolores de parto. Los machiguengas (matsigenka), los, asháninkas, los piros…conviven en un trozo de paraíso, atravesado por serpenteantes y caudalosos ríos que deslizan magestuosos y orgullosos porque pronto se llamarán Amazonas.
En el corazón de este vergel, al que no llegan caminos ni cables, alejado de la tecnología, de la crisis y de los temibles mercados, donde no existen hipotecas ni tierras en propiedad se encuentra la misión dominica de Kirigueti.
Llegamos en una mañana soleada, tras dos días de viaje en barca por el río Urubamba. Ricardo, Mayte, Alejandro, Laura y Lorenzo conformamos el grupo que Selvas Amazónicas envía por mes y medio a este lugar, para compartir vida, ilusiones, fe e inquietudes con David, Robinson, Merche y Susana, religiosos dominicos.
Diez años de experiencia avalan a David en estos parajes, que tomó el relevo de otros frailes que fueron construyendo a lo largo del tiempo un lugar que ahora se conoce como Kirigueti y de la que forma parte la Misión.
La forma de funcionamiento de este poblado machiguenga (matsigenka) es para nosotros nueva. La estructura organizativa se basa en la idea de comunidad. Ésta se constituye por todos los nativos indígenas que la pueblan, que se reúnen a menudo en asamblea para tratar los temas que les afectan y en la que todos deciden. Todos son comuneros. Aquí la tierra no es de nadie y es de todos, al igual que la maquinaria para el trabajo de los campos, el teléfono fijo, la pequeña tiendita de material textil, papelería y medicinas, la escuela, las casas de los profesores o los almacenes. La comunidad es soberana y la misión forma parte de ella presentándose como voz que grita cada día por el desarrollo del pueblo sin abandonar la riqueza de su cultura.
Ayer comenzamos con el curso de formación de profesorado del bajo Urubamba. Los dominicos gestionan la red educativa de la zona y esta semana han llegado 60 profesores a la misión con el fin de ampliar su formación, reflexionar juntos en su ser y estar como docentes y elaborar documentación administrativa que se les exige desde el Ministerio de Educación. Está siendo una experiencia sumamente enriquecedora. Un sentimiento de admiración hacia ellos se abre paso en nosotros a medida que caemos en la cuenta de las tremendas dificultades con las que se encuentran para poder desarrollar su labor docente. ¡Qué afortunados somos los españoles por haber nacido en país en donde todo son facilidades! La otra noche un técnico que recorre la zona para electrificarla resumía esto en dos afirmaciones aplicables a todos los ámbitos: "aquí, en la selva, todo es difícil y nada funciona". David le puso una tercera y es que "en la selva se necesita mucha imaginación".
David es un magnífico contador de historias. Cada noche, tras la cena, nos quedamos charlando y salen una tras otra de su boca, vivencias que no dejan de asombrarnos. Es en estos momentos cuando toman especialmente sentido todas aquellas ponencias del año de formación en Selvas Amazónicas. Es allí donde sientes la necesidad de descalzarte como Moisés porque pisas en terreno sagrado. La cultura machiguenga nos transciende y ante ella solo queda callar, observar e intentar comprender. David, Robinson y las hermanas nos transmiten cada día esta sencilla pero compleja lección.
En los pocos días que llevamos apenas nos ha dado tiempo para pasear por la zona. Hace un par de días David nos llevó a conocer el barrio de Picha. Allí las calles son caminos flanqueados por selva en la que a menudo aparece despejada la naturaleza para albergar una chacra y una casa. Los hogares en Kirigueti suelen tener dos habitaciones de madera y hojas de palma elevadas sobre el suelo. Una es el dormitorio y la otra la de estar. Abajo el suelo, tremendamente limpio, macheteado para que no crezca la hierba por temor a la víbora (“maranki”), se encuentra el fuego con pucheros y allí la familia pasa la mayor parte del día. Te reciben alegres, tendiéndote la mano en el saludo y ofreciéndote asiento y masato. ¡Es un honor para ellos que alguien les visite, especialmente si viene de la misión!
La noche en Kirigueti también tiene embrujo. El poblado en estos días no tiene luz porque el motor "se malogró". El cielo de estrellas alberga los misterios del bosque. Las luciérnagas ponen destellos de luz en los árboles y en la hierba. Todavía humean las cenizas de los hogares. Los gallos y los perros rompen de vez en cuando la armonía de sonidos de la noche... El machiguenga (matsigenka) duerme y sus sueños... ¿de qué hablarán?