Cantar y ofrecer
En las celebraciones de la eucaristía de Guinea llama la atención los coros que cantan como alegres ángeles y las ofrendas de lo cotidiano que se acercan con un baile. Sagrario nos lo cuenta
Recojo hoy, que se celebran las témporas, unas notas que dejé registradas el año pasado. Esto es continuidad, como ya apunté, con la sensación de volver a casa. Así que volvía a reflexionar sobre estas impresiones, reflexión que surgió y remonta de nuevo al hilo de la liturgia dominical en la parroquia de Santa Maravillas de Malabo.
Lo primero que me sorprendió cuando llegué por primera vez la madrugada de un domingo de septiembre fue la concurrencia que había en la misa de 11, una vez que entré no sabía muy bien dónde estaba, todavía aterrizando, al escuchar aquellos cantos con aquella fuerza, pasión y alegría en una misa de domingo poblada de juventud y de niños y mujeres vestidos de colores infinitos, de movimientos acompasados con la música… Se podría creer que me he ido acostumbrando, después de la sorpresa inicial, pero no es así, en realidad me he ido habituando a escuchar con más y más atención esos cantos que a veces no entiendo porque están en fang o en alguna otra lengua, no en castellano, siendo así que los más intensos y emotivos, en las voces y en los movimientos de los cantores, son justamente los que cantan en sus lenguas nativas.
Entonces di en pensar que hay una característica muy particular en estas misas dominicales de Malabo y es que el cantar y ofrecer pone una nota de color, de ritmo y de alegría a la vida destacando el valor de la existencia como ofrenda, un rito entre el cielo y la tierra, donde realmente se celebra el júbilo de la Resurrección.
La vida aquí como en cualquier otra parte tiene sus dificultades o quizás más dificultades que en otros lugares, por lo menos más que las que tiene ahora mismo en cualquier ciudad española la mayoría de la gente. Sin embargo, hay una pasión, un entusiasmo y diría, de algún modo, una capacidad de resistencia y resiliencia que me llama mucho la atención en esta población. Porque la misa dominical es una expresión litúrgica destacada de esto que estoy diciendo. Pero en el contacto con la gente a diario, los adolescentes en el colegio, la gente de la parroquia, y en las conversaciones que me gusta mantener con los taxistas cada vez que me desplazo de un lugar a otro de la ciudad, y si es el caso que ellos tienen ganas de hablar, en todas estas situaciones me doy cuenta de que también existe, brotando como una fuente constante de vida, cierta alegría no forzada, pero si esforzada, un empuje que hace adivinar voluntad y sacrificio. Y ahí está este pueblo ofreciendo lo mejor en su trabajo y cantando hermosamente en la liturgia dominical.
Aparte de los cantos, que son interminables como ríos o mares en una playa donde no acaba de entrar y salir el agua de la vida y donde las arenas, es decir, los fieles reciben copiosamente y se dejan empapar por esas mareas de gracia. Aparte de los cantos, digo, la otra escena que llamó mi atención en la misa desde el primer día es el momento de las ofrendas.
No creáis que aquí se pasa una cestita aburrida y lánguida por las orillas de los bancos donde la gente musita en voz baja y distraída las oraciones. No, aquí los asistentes a la misa, de toda edad y condición se dirigen al altar dónde les esperan las Martas, que en unas bolsitas cosidas para la ocasión recogen el óbolo. Pero lo más interesante viene después, cuando en lugar de los acólitos, el mismo celebrante es el que se adelanta hacia los fieles y se coloca allí para recibir la parte más importante de la ofrenda. Cuál no sería mi sorpresa cuando observo una especie de procesión o desfile musical que se dirige danzando al presbiterio: mujeres, jóvenes y también niños bailan alegremente al son de la música llevando en sus manos diversos productos de consumo o uso doméstico. Hay frutos de la tierra: papayas, racimos de plátanos, tubérculos como yuca o malanga, etcétera. También adquisiciones del mercado o la abacería. De modo que en la misma procesión puedes descubrir alguien que lleva cepillos de barrer, otros con productos de limpieza, fregasuelos o jabón para lavar. También hay paquetes de papel higiénico, y, en las grandes fiestas, el vino no puede faltar. Y lo más importante y necesario en el día a día, agua embotellada
Esto son ofrendas que van a pasar de la sacristía a la despensa de la misión, donde los frailes que allí viven disponen de esos productos. También suele haber sacos de arroz, paquetes de lentejas, o cacao, y cualquier otro producto de alimentación no perecedero, que quizá pase a otros más necesitados que los que lo llevaron… Como los primeros creyentes en Los Hechos ponían todo en común, efectivamente en esa ofrenda se da y se deja el fruto del trabajo, del esfuerzo, se aportan bienes y materiales fungibles, cada uno colabora con lo que puede y con lo que se le alcanza. De esta manera probablemente el fiel creyente tiene la experiencia, no solo de una asistencia religiosa pasiva a un culto dispensado por el párroco, sino de una iglesia doméstica donde se comparte lo que hay y se recibe lo que se necesita. Porque los parroquianos son conscientes de estar haciendo casa y comunión, lugar de encuentro y de intercambio. Ellos entran en esta procesión de ofrendas como si vinieran del mercado, o volvieran del trabajo. En la liturgia dominical traen los frutos de su labor y esfuerzo semanal. La ofrenda de cada uno quedará allí. Pero también sabe cada cual donde encontrar otros regalos, apoyos y gracias según sus necesidades. Lo cierto es que todo aquello que se deja en la iglesia, vuelve también a ellos. La parroquia es muy grande en un barrio más o menos próspero, donde hay, sin embargo, diversos tipos de familia y bastante precariedad. De modo que lo que unos aportan vuelve a otros que tanto lo necesitan, igual que ocurre con el servicio de Cáritas, especialmente pensado para hacer esa colaboración y ese intercambio.
No olvidemos cómo ha empezado esta crónica, con la impresión que me causaron los cantos, la música y el ritmo en el ofrecer. Si se celebran fiestas especiales como pueden ser bautizos, bodas, o primeras comuniones, la ofrenda y el cantar se acrecientan, los bailes se alargan, los ritmos se matizan. La misa es una fiesta.
Sagrario Rollán