Voluntariado Misionero: Amar… ¡y ya!
Carmen a su vuelta de Cuba nos comparte la lección de Amor que se ha traído de la comunidad de Martí, dando cada uno lo mejor, para que todos disfrutaran del campamento
Hace 10 días que regresé de la misión de Martí en Cuba y sigue presente muy vivo en mí el recuerdo de todo lo vivido con las hermanas Herminia y Rubiela, con los jóvenes que coordinan y llevan el proyecto – Digmary, Yadelys, Rachel, junto a Samuel y Brian – y con tantos niños y familias que han pasado por mi vida estos días.
Estar en Martí, en la casa de San Martín de Porres, es estar abierto a lo sencillo, a la acogida, a las sorpresas; estar abierto a AMAR. Lo que hagas, hazlo con amor y estará bien, recordando hoy a San Agustín.
Y así se afronta todo en la Misión de Martí: las actividades del campamento cada día, las preparación de las galletas y las pizzas y la comida para todos, estar atentos a los tanques de agua para que tengamos con qué lavar, cocinar o beber, traer la ración de pan cada mañana, lavar los sacos y bolsas para reutilizar, preparar la catequesis, la fiesta de Santo Domingo, atender a los mayores, visitar algún vecino y enfermo. En definitiva preocuparse de que todo y todos estemos bien.
Los gestos de cariño y entrega generosa de las hermanas con todos, los cuidados a los mayores como Eneida y Gladys para quienes la misión es su sitio; sentarse un ratito con Charito, esperar cada noche la llegada del camión y a José Luis, o a Lázaro si salió con la preocupación de cómo habrá ido la jornada…vivir sencillamente amando.
Cada uno pone con generosidad sus dones al servicio de la casa, de la Misión, del proyecto de verano, y de la Comunidad: la creatividad y habilidad con las manos de Rachel, Digma y su capacidad de mover, y coordinar todo, la enorme generosidad, disponibilidad y escucha de Yadelis, la voz y música que llevan y comparten y reparten todas. Sin escatimar esfuerzo!, sonriendo aunque cansadas y dispuestas siempre a un paso más. Y siempre, impulsándolas y cuidándolas, está el trabajo incansable de Herminia y Rubiela, llevando la misión y la casa, haciendo que siempre esté todo a punto, cuidando la persona, la oración y los ratitos en Comunidad y con Dios. Un hablar con Dios y de Dios muy dominicano.
Ver y vivir al lado de las hermanas, aprender de ellas cómo escuchan, miran y atienden a todos, en jornadas larguísimas día tras día hasta dejar todo listo, y a todo y a todos atendidos es una lección de AMOR. Las últimas en irse a descansar y las primeras en empezar el día dejando el café listo para que quien primero llegue a la cocina siempre encuentre desde lo sencillo esa taza de acogida, mientras estamos en la oración.
Así me he sentido en Martí: querida, cuidada y acompañada desde lo sencillo y cotidiano. Como en CASA.
Y estoy segura que así lo ven los vecinos de Martí. Me atrevo a decir que la casa es un lugar de referencia: a él acuden buscando las necesarias y ansiadas medicinas, las velas para sobrellevar los apagones, esperando un consejo, o a pasar un buen rato en la cancha de deporte donde todos pueden entrar y participar. En la misión dejan cada mañana a sus hijos, a sus nietos en el proyecto de verano, con confianza en todos los voluntarios, maestros y hermanas.
Así es la casa de San Martin de Porres. GRACIAS a vosotros, mi Comunidad de Martí, ¡por tanto! Y GRACIAS a DIOS por el regalo de la Misión compartida.
Carmen Calama, voluntaria de Misioneros Dominicos - Selvas Amazónicas